La cuarentena mostró dos visiones: la de los que construyen en el sector privado y la de los que viven de ellos en el sector público
La posición de buena parte de la dirigencia política frente a la COVID-19, que en muchos casos muestra su inflexibilidad para proponer crear impuestos en una cuarentena, refleja un dato concreto: nunca tuvo que ejercer un trabajo en el sector privado creando una empresa, arriesgando, desarrollando la capacidad de innovación y llevando a cabo un sueño. Ni tampoco ha tenido que enfrentar el pago de quincenas. La legión de asesores que tienen, no se sabe muy bien para qué, los paga el contribuyente.
Tan aislados viven muchos políticos de la dura realidad que enfrenta el sector privado, que ellos se han negado sistemáticamente a recortar el sueldo de los empleados de la administración central, en cualquier nivel que estén, mientras que en el sector privado la gente se queda sin trabajo, los suspenden o directamente muchos comercios tienen que cerrar sus puertas por falta de ventas dada la cuarentena.
Las frases para generar pánico para sostener una cuarentena estricta son constantes. Por ejemplo, el fin de semana el ministro de salud de la provincia de Buenos Aires, Daniel Gollán, afirmó que “si el Gobierno tomara la decisión de levantar la cuarentena, en quince días se verían imágenes de cadáveres apilándose". Llama la atención semejante afirmación porque en los barrios populares, antes se llamaban villas (los populistas son especialistas en cambiarle el nombre a las cosas pero no en cambiar la triste realidad) hace más de 70 días que no hacen cuarentena bajo el lema “quedate en tu barrio” y, sin embargo, no se ven pilas de muertos. Salvo, claro está, que los tengan escondidos.
Volviendo al divorcio que la mayoría de los políticos viven de la realidad, ellos plantean cuarentena inflexible o muerte. Hasta el Presidente llegó a decir que a los economistas no les interesa preservar la vida, como si fuesen unos salvajes que están deseando ver muertos en la calle para disfrutar de esa escena.
Claro, esos políticos no tienen la necesidad de vender sus productos, lidiar con la legislación laboral, los impuestos, las regulaciones y demás cuestiones burocráticas que enfrenta diariamente cualquier empresa privada, incluida un maxiquiosco. La función de ellos es vivir de la rosca política, los acuerdos y traiciones políticas y la forma de estar siempre cayendo en cualquier cargo público, cargos que, generalmente, no están preparados para ocupar.
Por eso no les preocupa cuán largo pueda ser un estricto Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio, lo primero que hacen es separar la plata que se recauda del sector privado o de la emisión monetaria del Banco Central, para cobrar sus sueldos. A fin de mes tienen su ingreso asegurado. El pequeño comerciante ni la gran empresa tienen asegurado su ingreso a fin de mes. Tienen que conseguir clientes. Vender. Y la realidad es que buena parte del sector privado no tiene demasiada espalda para aguantar prolongadas cuarentenas, lo que no quiere decir que no haya que tomar las medidas de recaudo necesarias para cuidarse de los contagios.
Nadie dice que la gente salga a la calle a contagiarse para caer como moscas, solo poner los pies sobre la tierra y advertir que la gente es más centrada y criteriosa que los políticos a la hora de saber cuidarse.
Estos más de 70 días de cuarentena están dejando otros cadáveres que tampoco van a poder revivirse, basta ver la infinidad de comercios que tienen que cerrar sus puertas porque no pueden pagar ni el alquiler.
El gráfico muestra cómo evolucionaron las presentaciones de declaraciones juradas de sueldos de empleados en relación de dependencia entre febrero de este año, mes completo sin cuarentena y abril, mes completo con ASPO. En total hubo 74.539 puestos de trabajo menos sobre los que no se presentaron declaraciones juradas.
De esa serie surge que el 92% de puestos de trabajo afectados por la crisis se concentró en las empresas que tienen entre 1 y 100 personas. Es decir, claramente pymes.
Pequeños comercios que no pueden abrir y tienen a su dueño y a uno o dos empleados son los que más sufren la militancia en favor de la cuarentena.
Si se observa la dinámica de los puestos de trabajo desde el pico de abril de 2018, cuando empezó la crisis financiera y económica local hasta noviembre, último mes completo de gobierno de Cambiemos, se perdieron 251.691 empleos; mientras que desde entonces hasta abril, con el nuevo Gobierno se registraron 137.679 bajas, a un ritmo de más de 330 mil en un año.
Desde el inicio de la crisis de abril 2018 se perdió un promedio de 13.984 puestos de trabajo en el sector privado por mes, y Fernández está perdiendo un promedio mensual de 14.908 empleos.
Asimismo, en ese período de dos años la estadística oficial registró la disminución de 16.544 empleadores en los últimos 19 meses del gobierno de Mauricio Macri, en tanto en cinco meses de gestión de Alberto Fernández dejaron de aportar a la Anses 18.933 empleadores privados.
No solo ambas administraciones tuvieron pésimas administraciones económicas, sino que, además, compartieron lo divorciada que está la dirigencia política de la realidad.
La Argentina sufre el choque de dos visiones de vida
Por un lado, se observa una mayoría de políticos que viven “rosqueando”, haciendo alianzas políticas, traiciones, nuevos acuerdos y permanentes búsquedas de algún conchabo en el sector público para “salvarse”. Sus ambiciones no pasan de ver cómo hacen para caer siempre parados en algún puesto del Estado.
Del otro lado, está el sector privado, donde hay un montón de emprendedores que no solo quieren ganar dinero, tienen también la ilusión de construir un sueño. De crear una empresa.
Para la mayoría de la dirigencia política un negocio es solo para ganar dinero. No entienden que para el verdadero emprendedor, el que desarrolla su capacidad de innovación, que arriesga el escaso capital que tiene o el que le puede prestar un familiar, lo guía más un sueño de construir algo que el de hacer fortunas.
Quienes hayan leído las historias de grandes emprendedores, verán que sus logros partieron de un sueño. De los esfuerzos, fracasos y nuevos intentos que tuvieron que hacer para poder construir el éxito final.
Tiempo atrás, comentaba el hijo de un inmigrante que hizo una gran empresa en Argentina partiendo de la nada, que el día que decidieron venderla por razones que no vienen al caso, su padre lloraba al momento de firmar. Y lloraba porque estaba entregando el esfuerzo de toda una vida. De trabajar sin descanso para construir una empresa que logró el apoyo de los consumidores gracias a la búsqueda de la excelencia y llegó a liderar el mercado. Al vender embolsaba sus buenos millones de dólares, pero no era eso lo que lo hacía feliz, porque veía cómo entregaba lo que había construido con tanto esfuerzo.
Lo que no ven los políticos con su eterno conchabo en el Estado, son los sueños que destruyen, la angustia que generan en muchas personas que ven destruidos sus proyectos. O los sueños de sus padres o el de sus abuelos que ellos continuaron. Hay un intangible afectivo en la mayoría de las empresas que se crean. Se equivocan los políticos si creen que lo único que le importa a un emprendedor es solo ganar dinero despojado de todo afecto a su emprendimiento.
En síntesis, la pandemia vino a dejar al descubierto dos visiones de la vida: la de los políticos rosqueros que viven de los impuestos que generan los que trabajan en el sector privado, y la de los emprendedores y gente de trabajo que tienen el sueño de construir algo que incluso los trascienda a ellos y que su creación llegue a otras generaciones. El choque es entre los que construyen y los que viven de los que construyen y, encima, les ponen todas las trabas para que no puedan construir.
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