Coronavirus, cuando el remedio puede ser peor que la enfermedad
Toda decisión llevada a cabo por un gobierno genera beneficios y también costos. Por supuesto, se justifica la misma cuando los beneficios superan a los costos.
Es claro que frente a la tragedia humanitaria que estamos viviendo, la cuarentena es una medida que genera notables beneficios, al facilitar el aislamiento social. La evidencia provista por el hecho que se ha llevado a cabo en la mayor parte de los países del globo es suficiente para afirmarlo. Muchas vidas se han salvado gracias a la misma.
Sin embargo, la cuarentena también genera costos. Es imposible imaginarnos una política que no los genere. ¿Cuáles son los costos en este caso? Para quien este escribe, no es la debacle económica el costo que debemos tomar en cuenta, sencillamente pues si medimos los beneficios en términos de vidas humanas, resulta correcto cuantificar los costos en la misma unidad de medida.
Por ejemplo, el 29 de mayo pasado, una interesante nota publicada en BBC.com alertaba que la mayoría de las muertes provocadas por el COVID-19 no serán por el virus en sí mismo, sino por las políticas llevadas a cabo para enfrentarlo. A modo de ejemplo: “el Royal College of Psychiatrists informa de un aumento de seis veces en los intentos de suicidios por parte de los ancianos en el Reino Unido debido a la depresión y la ansiedad causada por el aislamiento social”.
Yo me pregunto, ¿cuántas vidas se habrán de perder por la extensión que está alcanzando la cuarentena en nuestro país, y por el hecho de centrar la gran mayoría de los recursos médicos en la pandemia y en la prevención de la catástrofe sanitaria que representaría el colapso del sistema, como lo ha vivido Italia, sin ir más lejos?
¿Cuántas operaciones programadas se están postergando? ¿Cuántos tumores no se están detectando a tiempo, por haberse prácticamente suspendido la habitualidad de los chequeos médicos? ¿Cuántas enfermedades del corazón, tratables adecuadamente, pasarán inadvertidas con consecuencias fatales?¿Cuántos niños han dejado de concurrir regularmente a su pediatra, por el temor de las madres de tomar un riesgo que entienden que no se justifica, dado que sus hijos aparentan estar saludables? ¿Cuántos de ellos no lo están y corre riesgo su vida, o la calidad de vida que habrán de llevar en su adultez?¿Cuántos de nuestros mayores, preservados, y con razón, del contagio en sus hogares, no están recibiendo la atención médica que su edad requiere, con lo que su expectativa de vida decrece? ¿Cuántas pacientes no están tomando sus medicinas para no concurrir a un centro médico a solicitar las recetas y carecen de conectividad o conocimientos para solicitarlas online? ¿Cuántas personas, que arrastran un cuadro depresivo, se habrán de suicidar por el efecto de la sensación de soledad producto de la cuarentena?
La lista de preguntas no tiene fin, pero su respuesta puede llevarnos a concluir que, aún sin tomar en cuenta los efectos de la debacle económica, el remedio podría ser peor que la enfermedad. Yo creo que es necesario evaluarlo.
El autor es Rector de la Universidad del CEMA y Miembro de la Academia Nacional de Educación.
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