La cultura de la cancelación
ABC, Madrid
Una conversación con Ayaan Hirsi Ali, la célebre escritora y activista de origen somalí afincada en EE.UU., me ha convencido de que la «cultura de la cancelación» no es sólo una perversión académica pasajera o una moda de jóvenes desnortados, sino la nueva ideología que amenaza a las democracias liberales. La «cultura de la cancelación» adopta también otros nombres: política identitaria, teoría crítica de la raza o, en la jerga afro, «Woke», o sea estar alerta ante la opresión racial. Todo conduce a lo mismo. Quienes profesan esta ideología dividen el mundo entre oprimidos y opresores porque las relaciones humanas se basan en el poder, entendido como un juego de suma cero: yo no puedo progresar y lograr algo de influencia o éxito (poder) por mis méritos, sólo puedo hacerlo a costa de ti. La indigesta jerga académica de esta ideología utiliza la palabra «interseccionalidad». Es una palabreja con pretensiones de teoría para demostrar cómo aspectos de la identidad como la raza y el género implican privilegios y discriminación. Los opresores son todos hombres blancos, pero no como individuos, ni siquiera como grupos, sino como sistema. ¿Qué sistema? Naturalmente, las democracias liberales. Según esta ideología, EE.UU., Europa y otras democracias no son lugares donde hay racismo, sino construcciones integralmente racistas y explotadoras, un conjunto de instituciones que están todas viciadas de raíz. No es posible cambiarlas o mejorarlas: hay que destruirlas. Lo más grotesco es que esta ofensiva antidemocrática no ha nacido en China, Rusia, Turquía o Corea del Norte, sino en las universidades estadounidenses y ahora ha saltado a la calle y a muchos otros países democráticos.
La cultura de la cancelación hostiliza la cultura liberal acabando con lo que ella representa: la presunción de inocencia, el Estado de Derecho, la libre expresión y experimentación, la diversidad de opiniones. Sólo admite la punición inquisitorial. Ayaan llamó mi atención sobre un libro, White Fragility, que está teniendo éxito en Estados Unidos y que, además de sostener estas imbecilidades, asegura que el negarse a aceptar que uno es racista es una prueba en sí misma de que uno es parte de un racismo «sistémico». Por eso vemos todos los días a gente despedida de sus trabajos, censurada en los medios, acosada en las redes o agredida. Y a otros que simplemente han dejado de expresar su opinión sobre diversos asuntos por miedo a las consecuencias. Para la cultura de la cancelación la identidad no es individual, múltiple, cambiante. Más bien está hecha de unos pocos rasgos inmutables (el color de la piel o la inclinación sexual). La identidad reducida a esta categoría simplista lo coloca a uno en uno de los grupos en que estos ideólogos segmentan a la sociedad. Así, Perico de los Palotes es un ser disuelto en un colectivo: el de los opresores si es un hombre blanco, o el de los oprimidos si no lo es. Para imponer esta aberración intelectual, hay que abolir la búsqueda de la verdad y el método científico (en el sentido de Karl Popper), pues hay que reemplazar la verdad por un relato (a narrative). Si se acepta la premisa básica del sistema liberal, que es la libertad individual y la libre expresión, será imposible para la cultura de la cancelación prosperar: su esencia es reemplazar la verdad por un relato manufacturado.
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