Jugar con el pasado y el futuro
No había ido al cine desde inicios de marzo, cuando ya la pandemia nos rozaba como la novia de la muerte. Una vez que comenzó el confinamiento la idea de volver a una sala de proyecciones se hizo lejana y hasta improbable.
En mi viaje a Madrid me encontré con que las salas de cine habían reabierto en junio. Más de un amigo ya se había atrevido a hacer la incursión y la impresión general era buena: se habían preparado con estrictas medidas higiénicas y de distanciamiento. Ver un filme no tenía por qué ser más peligroso que tomar un café en una terraza o ir al supermercado.
Qué mejor modo de regresar al cine que con el estreno de “Tenet”, la última película del cineasta Cristopher Nolan. En un momento de tanta aprensión, lo ideal es sentarse a ver un espectáculo cargado de acción y de vistosos efectos visuales. Y con su última mega producción, que entronca con el género de James Bond pero en versión sesuda con juegos sobre el espacio y el tiempo, Nolan nos lleva de la mano en el entretenido parque temático de su imaginación.
En “Tenet” hay todo un trasfondo sobre la inversión del tiempo para abordar un tema clásico: el héroe ha de evitar el fin del mundo. Desconozco si hay mucho o poco fundamento científico en los malabarismos de un pasado y futuro que por momentos chocan o discurren paralelos, pero cuando se trata de un vistoso pasatiempo solo hay que disfrutar y dejarse llevar.
Fue en la primera sesión de la tarde, con una sala semivacía y el público estratégicamente colocado para evitar un posible contagio, cuando al fin se hizo el milagro de recuperar la vivencia del séptimo en la gran pantalla. Es verdad que mientras no haya vacuna la normalidad de antes no parece posible, pero tampoco se ha cumplido el mal augurio de que los cines desaparecían. Puede que se trate de una lenta agonía, pero no se ha llegado a la extrema unción del prodigio que los hermanos Lumière echaron a andar.
En “Tenet” es vital la manipulación del tiempo que se puede rebobinar para abortar un cataclismo que está a punto de estallar y cambiar el curso de la vida. Muy en la vena de la saga de James Bond con villanos dispuestos a hacer saltar todo por los aires, pero, en plena pandemia, Nolan bien habría podido transformar al coronavirus en el enemigo que pretende acabar con la humanidad. Frente al adversario invisible, una comunidad científica trabaja contrarreloj para desactivar los efectos letales del virus. Otro guión para una película posible.
En esta cinta, que es un éxito de taquilla en un verano atípico en el que casi nadie apostaba un céntimo por las producciones cinematográficas, la actual situación invita a ir más allá de la propia fabulación de Nolan: el protagonista maniobra los vasos comunicantes del pasado y el futuro hasta asomarse al instante en el que se produce el desencadenante de la pandemia en un lugar en el mundo. Gracias a una inversión temporal, la historia del virus que recorre el mundo como un tsunami nunca se desarrolla porque se pone freno al impulso del futuro que hoy es nuestro incierto presente.
En medio de la guerra vírica que se ha desatado, el director de moda nos distrae con una película sobre la Guerra Fría. Se agradecen las más de dos horas de puro escapismo. No podemos evadirnos de lo que pasó, pero no renunciamos a soñar con el futuro.
©FIRMAS PRESS
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