Max Weber y una conferencia sobre el socialismo (1918)
Resulta sospechoso el silencio que, con algunas excepciones, se ha cernido sobre el centenario de la muerte de Max Weber. Sabido es que, para las izquierdas patrias, hoy socialcomunistas en su inmensa mayoría, la muerte civil de los adversarios es una dimensión de la estrategia de dominación. Hoy no parece posible, por ahora, proceder, al estilo leni-trotsko-stalinista de las primeras décadas de la dictadura bolchevique en Rusia, al asesinato sin más de todo disidente. Las purgas de Stalin fueron tan clamorosas, incluso para muchos comunistas, que no insistiremos.
En el caso de Max Weber, lo que no resulta comprensible es el mutismo casi general de liberales y conservadores sobre su obra. Puede discutirse mucho acerca de su método y de sus conclusiones –100 años se lleva discutiendo, así se ha dicho, su tesis sobre las relaciones de la ética protestante con el desarrollo del capitalismo—, pero no hay razón para no airear la crítica lúcida y pragmática que el alemán hizo del socialismo derivado del marxismo y su vaticinio acerca de a qué infierno iba a conducir.
Por ejemplo, Weber anticipó antes del despliegue de la revolución rusa cuál era el destino del experimento revolucionario dirigido por marxistas, poco respetuosos, por cierto, con el pleno desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales del escuálido capitalismo existente en tiempos del zar Nicolás II. Lenin no quiso esperar y ayudado por una Alemania imperialista a punto de la derrota, se saltó el marxismo ortodoxo e impuso una dictadura totalitaria sin precedentes sobre el campesinado, la exigua clase media y el proletariado, tras haber exterminado a la casta zarista.
En su libro Economía y Sociedad, reeditado en 2014 por el Fondo de Cultura Económica y traducido, entre otros, por José Ferrater Mora y el autor del estudio introductorio y especialista en Max Weber, Francisco Gil Villegas, éste ya se refiere a la deducción weberiana del advenimiento de una dictadura expropiadora dirigida por una nueva burocracia partidista que acabaría con el sueño de poner fin a la explotación del hombre por el hombre que, según el marxismo, sólo produce el capitalismo.
Lo dice así Gil Villegas: "Mientras Marx considera posible que el conflicto social, la lucha de clases, el Estado y, en general, 'la explotación del hombre por el hombre' desaparecerán, una vez que los medios de producción se hayan expropiado y transferido de manos privadas al poder público socializado, para Max Weber esa expropiación no resuelve nada porque lo único que generaría sería un nuevo tipo de explotación y dominio, ahora del burócrata sobre el no burócrata".
Si consideramos que lo que pronosticó Weber se ha cumplido con creces siempre que el socialismo se ha instaurado, es preciso reconsiderar que su sociología es, cuando menos, más precisa que la de un marxismo que predecía una felicidad paradisíaca en cuanto el Estado se apropiara de los medios de producción privados y se sucedieran unos años inciertos de dictadura forzosa, hasta que los hombres se creyeran o sintieran totalmente liberados.
Por acertar, hasta acertó en la tesis de que, si ciertamente la democracia sin el capitalismo es imposible, el capitalismo puede desarrollarse sin democracia. Es más, para muchos capitalistas más inclinados a pactos y acuerdos secretos que a la libre y leal competencia —que Adam Smith creía que podrían ser todos si se les concedía la oportunidad—, es preferible un sistema autoritario predecible. En el "milagro" chino, hay mucho de este tipo de capitalismo controlado por una burocracia donde la "explotación del hombre por el hombre" es permanente e idéntica a la tan criticada del capitalismo.
El ejemplo totalitario de la Unión Soviética y su lacerante final, sin embargo, lejos de revitalizar el pensamiento liberal escéptico y realista de Weber, ha sido ignorado por muchos. A los epígonos comunistas que pretenden edificar nuevos estados expropiadores (recuerden el "Exprópiese" del golpista bolivariano Chávez) ni la experiencia histórica ni la evidencia empírica les importan un comino. De Weber ni hablamos.
Si bien toda la obra del pensador alemán está llena de referencias al socialismo y su disposición total de medios y poderes sobre cualquier realidad económica útil, desde las tecnologías a la mano de obra, incluyendo la política junto a ellas, en este recordatorio de su muerte, que tuvo lugar hizo 100 años el pasado 14 de junio, nos vamos a referir concretamente a la conferencia que dictó en 1918, dos años antes de su muerte, esto es, en plena madurez intelectual, y que tituló precisamente
Weber dio clases en la Universidad de Viena de abril a julio de 1918 pocos meses antes del fin de la derrota alemana y de sus aliados en la Primera Guerra Mundial y pocos meses después de la revolución rusa. Curiosamente, en aquel período recibió una invitación para pronunciar su conferencia sobre el socialismo. La petición procedía de la Oficina de defensa contra la propaganda enemiga que había creado el ejército austrohúngaro en el marco de una estrategia formativa patriótica. El 13 de junio Weber expuso su tesis sobre el socialismo en el segundo curso destinado a oficiales.
Tras considerar inteligente la estrategia aliancista del alto mando alemán con los sindicatos obreros, que de algún modo compartían a veces ideales de honor como los militares, Weber expuso sus ideas sobre el socialismo. Y naturalmente, lo primero que destaca es que hay muchos "socialismos" y casi todos ellos se autocalifican de "demócratas", sin que se precise demasiado qué se quiere decir cuando se habla de democracia.
Dado que la democracia directa, de todos los afectados y en todos los asuntos, es imposible, a cualquier democracia moderna sólo le quedan dos caminos: ser administrada de forma barata por gente rica con cargos honoríficos o ser administrada de manera cara por funcionarios profesionales no elegidos en teoría por los partidos, algo que se imponía en Estados con gran cantidad de población y que era temido en muchas partes, sobre todo en América del Norte.
Es decir, toda democracia moderna exige una burocracia funcionarial que no puede ser elegida por partidos ni presidentes porque no estaría garantizada una mínima profesionalidad en la gestión de los asuntos públicos, por lo que poco a poco, esa red funcionarial estaría regida por pruebas de acceso que certificasen un mínimo nivel de eficacia en su cometido. La democracia española no ha seguido ese camino en demasiadas ocasiones.
Weber constataba el advenimiento de una burocratización profesional preparada en la Universidad, presente tanto en las empresas privadas como en los Estados, que sustituiría en la gestión pública o privada a toda aristocracia, a toda propiedad y a todo gestor honorífico.
Esto es algo, dice, que tiene que tener en cuenta todo socialismo, al que acusa directamente de formular una tesis engañosa y medieval: la de la separación del obrero de los medios de producción que produce su "alienación profesional" y una esclavitud salarial y política que sólo se resuelve con la revolución, esto es, con la expropiación por el Estado de toda la economía privada.
En la economía moderna, ni siquiera es posible la unión del trabajador universitario con los medios con los que trabaja e investiga.
Lo mismo pasa en el Ejército. Y este estado de cosas, contra lo que predica el socialismo, "no cambia lo más mínimo cuando se sustituye a la persona que rige dicho aparato; cuando, por ejemplo, manda en él un presidente estatal o un ministro, en lugar de un fabricante privado. La 'separación' de los medios de producción sigue persistiendo, en cualquier caso". Esto es, el fin de la alienación o de la explotación denunciadas no llegará con el socialismo.
Es más, todo el discurso socialista acerca del lucro privado como elemento crucial de la propagada explotación obrera no es más que una falacia intelectual. Se pretende con ello acabar con el sistema de economía privada en el que la demanda económica es satisfecha por empresarios que contratan compras y trabajo para producir y vender bienes en un mercado con riesgos para obtener una ganancia.
Pero al sustituir la iniciativa privada y su libertad por la gestión estatalista de todo tipo de bienes y servicios, "los trabajadores se darían bien pronto cuenta de esto: que la suerte del obrero en una mina no cambia lo más mínimo porque la mina sea de propiedad privada o estatal. La vida de un minero en una mina de carbón del Sarre es exactamente igual que en una mina privada: si está mal dirigida, esto es, si es poco rentable, también a la gente le va igual de mal. Pero con la particularidad de que no se puede hacer una huelga contra el Estado y, por consiguiente, que aumenta muy considerablemente la dependencia del obrero en esta clase de socialismo estatal".
Dicho de otro modo, a un trabajador asalariado le interesa más el capitalismo que el comunismo porque, si el capitalismo está engastado en una democracia liberal, hay libertades y derechos básicos que puede ejercer y oportunidades que puede aprovechar, mientras que en un régimen comunista total no hay libertades, las sindicales tampoco y especialmente, y si se le presentan oportunidades, serán las que decida el Estado.
Weber se refiere también al sindicalismo revolucionario bien presente en aquel momento, muy especialmente en la CNT española, que procedía de la rama obrerista y asociativa de la I Internacional. Este socialismo pretendía sindicalizar el Estado por vía de la huelga general y a veces, del terror, pero tampoco podía resolver el problema de quién dirigiría o gestionaría las empresas tras la eliminación de los empresarios privados teniendo en cuenta que el "sindicalista" no suele saber mucho de los procesos de producción, organización, gestión y distribución.
Incluso si alguno fuera capaz de hacerlo, debería hacerlo por la fuerza y los demás trabajadores deberían considerar si les merecía la pena aceptar su dictadura. Luego estaría la relación entre las diferentes empresas "autogestionadas", diríamos hoy, y qué necesidades y cómo serían satisfechas en un mercado sindicalizado o más o menos rígido. Pero para los trabajadores individualmente considerados poco cambiaría la situación y se mermarían notablemente sus derechos y libertades. Tras la gran huelga general, se prohibirían todas las huelgas.
Por eso Weber, que reconocía la aportación intelectual del marxismo del que hace un breve resumen político, sólo consideraba digno de atención intelectual y política el llamado socialismo evolucionista, el menchevique, el socialdemócrata de Alemania, pero apreciaba en él un recurso continuado a la fe ciega en sus promesas, pero pocos proyectos concretos de cómo se resolvería la "liberación" de los trabajadores en una nueva sociedad.
Para la socialdemocracia fiel al marxismo clásico, "el proletariado no puede liberarse a sí mismo de la esclavitud sin poner fin a todo dominio del hombre sobre el hombre. Esta es la auténtica profecía, la tesis capital de este manifiesto (comunista)". Pero, ¿cómo llegará a hacerse realidad esta profecía?
En la tesis marxista tradicional, "esta sociedad actual está condenada a desaparecer, desaparecerá por ley natural, será reemplazada en un primer momento por la dictadura del proletariado. Pero sobre lo que vendrá después, sobre eso no se puede hacer ningún vaticinio, como no sea el de que desaparecerá el dominio del hombre sobre el hombre". El proceso de su desaparición tenía tres elementos complementarios.
Uno, la burguesía empobrecería aceleradamente a los trabajadores, aparecería un "lumpen" de parados y excluidos, y eso daría ocasión a la revolución. Pero el propio Karl Kautsky reconocía que las cosas no habían marchado por ese camino y los trabajadores vivían cada vez mejor, algo que exasperaba a los bolcheviques.
Dos, además, los empresarios se comerían los unos a los otros reduciendo el número de empresas mediante cárteles, monopolios y oligopolios y haciendo casi universal la clase sufriente del proletariado. Pero el campesinado no desapareció, las empresas no se redujeron tanto y la burocracia lo inundó todo.
Finalmente, estaban las crisis periódicas del capitalismo como sistema. Existen crisis, pero muy controladas por la evolución del empresariado y la regulación de los precios y "desde que los grandes bancos —también el Reichsbank alemán, por ejemplo—, con su política de créditos, procuran que los períodos de excesiva especulación sean mucho menos frecuentes que antes".
Por tanto, el socialismo se impondrá pacífica y espontáneamente por evolución hacia una mayor socialización. Esto es, se pasaba del catastrofismo original "a la idea de un cambio progresivo de la tradicional economía de competencia masiva entre los empresarios a una economía regulada, bien sea por funcionarios del Estado, bien sea por trusts en que también participen tales funcionarios". Esto es, se va más claramente a una dictadura del funcionariado que del proletariado o del obrero y esto era quitarle al trabajador concreto la "esperanza" en un cambio inmediato y radical. O sea, imponía la pérdida de la fe en una revolución salvífica.
Las reflexiones de Max Weber acerca de la indefinición socialdemócrata sobre en qué y cómo cambiaría la situación de los trabajadores en un marco elaborado por el socialismo son muy importantes. En tales marcos, ganarían los partidos, los funcionarios de los partidos y de los sindicatos, pero no los trabajadores, ni los pequeños empresarios ni los agricultores. Entonces, ¿en nombre de qué pueblo se está hablando?
Y remata sus reflexiones de manera inequívoca: "Toda discusión con socialistas y revolucionarios convencidos resulta siempre algo desagradable. La experiencia que tengo es que no es posible llegar a convencerlos nunca. Lo más que puede hacerse con ellos es forzarlos ante sus propios seguidores a tomar una postura clara sobre, primero, la cuestión de la paz ( y hoy diríamos sobre la democracia y sus valores), y, segundo, sobre el problema de qué es lo que, en definitiva, se espera conseguir con la revolución", ya sea la catastrófica o la devenida gradualmente por una evolución por etapas.
Creo que Weber, al que he leído con suma libertad, entrevió el problema de si el socialismo, incluso el moderado socialdemócrata que en España desconocemos, es compatible o no con naciones que desarrollan un estado democrático si no aclaran su disposición a respetar ese marco de convivencia. Y en eso estamos, especialmente en España. Por ello, no viene mal leer esta conferencia del pensador alemán (I) en estos tiempos de tribulación política donde se pone en cuestión desde la unidad nacional a la propia Constitución de 1978.
(I) Hay versiones libres de esta conferencia en diferentes lugares de la red.
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