Aquel día
ABC, Madrid
Hace diez años recibí una llamada de mi padre contándome que le habían otorgado el Premio Nobel. Me alegré de haber quedado liberado de la maldita pregunta «¿por qué no le han dado el Nobel?» casi tanto como de la grata noticia.
La fecha, si permiten la impudicia, me da el pretexto para una reflexión. El año pasado recorrí con él, física y verbalmente, los lugares y episodios de su biografía con motivo de una serie televisiva sobre su vida, obra y compromiso político. Al empezar, dos cosas me inquietaban. Quería entender mejor qué es una vida, qué elementos determinan una trayectoria vital y cuáles son secundarios, y cómo se deciden y ordenan todos ellos. Lo otro que quería saber es si, para entender la obra de un autor, es imprescindible conocer a fondo su vida, sus amores y desamores, sus accidentes y circunstancias, las decisiones tomadas y las que le fueron dadas. Saint-Beuve, el célebre crítico francés del XIX, escribió que era indispensable conocer los detalles de la vida de un escritor para entender su obra. Proust, en «Contre Saint-Beuve», sostuvo lo contrario: para él, un libro es el producto de un ser muy distinto del que se manifiesta en los hábitos, la vida social y los vicios del escritor; para entender la obra hay que fijarse en un fondo íntimo que nada tiene que ver con el ser que frecuenta el mundo.
En nuestro largo recorrido, no llegué a una conclusión, pero sí a una intuición sobre ambas cosas. Con respecto a la trayectoria vital de mi padre, mi intuición es que la casualidad ha jugado un papel mucho más importante del que parece. El relato de los hitos de su vida -el trauma del padre «muerto» que resucita y se impone, el colegio militar, la militancia radical universitaria, el exilio voluntario, la evolución ideológica del socialismo al liberalismo, la vida matrimonial y familiar, el retorno peruano, la política, el exilio definitivo, y la obra que se va tejiendo año a año con los hilos de esa vida- es engañoso. Contado así, tiene la apariencia de una progresión lógica y previsible desde un punto inicial hasta el culminante, pero es un espejismo. La voluntad y el talento explican muchas cosas, pero no la infinita, imprevisible cadena de causas y efectos de una vida.
Mi intuición sobre lo otro es que Saint-Beuve tenía más razón que Proust (los vasos comunicantes entre la obra de mi padre y su biografía son clamorosos), pero había algo de verdad incómoda en lo que Proust decía. Quien mejor lo ha explicado es acaso V.S. Naipaul: por mucha documentación que reunamos sobre la vida de un escritor, «el misterio de lo escrito seguirá allí» y toda biografía tendrá siempre una «cualidad incompleta».
La vida de mi padre es escandalosamente pública y la conocemos aún más los seres de su tribu. Pero su obra, incluso para los que conocemos sus fuentes y hemos asistido a su gestación, encierra mucho misterio que los hechos de su vida no explican. Esta constatación, diez años después de que me librara de la maldita pregunta, es mi pequeño homenaje.
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