Un gobierno dividido en EE. UU.
Si algo hemos aprendido de la campaña presidencial de EE. UU. es que el problema es mucho más profundo que Donald Trump o Joe Biden. En una de las repúblicas democráticas más antiguas del mundo, minorías políticamente organizadas y una porción importante de las élites están cuestionando todo desde la Primera Enmienda (derecho a la libertad de expresión) hasta el proceso electoral y el Poder Judicial. Por ejemplo, la líder demócrata Nancy Pelosi viene cuestionando la legitimidad de la Corte Suprema y Donald Trump, los procesos electorales desde hace semanas. Acerca de esto último, mi colega Ilya Shapiro explica que los esquemas de manipulación de votos en el sistema electoral estadounidense “son en gran medida imposibles con el Colegio Electoral. Como nadie puede predecir de manera precisa cuál de los estados reñidos determinará el resultado de determinada elección, nadie tiene el conocimiento requerido para crear un esquema de manipulación de votos”. Es importante que ambos candidatos respeten los procesos electorales y las reglas establecidas, imperando así el Estado de derecho.
Algo preocupante durante esta campaña presidencial es el menor interés en el carácter y propuestas de políticas públicas de Biden en la mayoría de los principales medios de comunicación. La prensa estadounidense en gran medida abdicó su responsabilidad de reportar asuntos de interés público que podrían haber informado de manera más equilibrada a los electores. Utilizando excusas flojas sin fundamento –como que los e-mails supuestamente de la computadora del hijo de Biden, Hunter, tenían todas las señales de ser un esfuerzo de desinformación por parte de agentes rusos– se negaron a reportar o investigar un asunto que a todas luces debía informar a los electores acerca de uno de los dos candidatos principales.
Para complicar las cosas, en las principales plataformas de redes sociales –Twitter y Facebook– se censuró o limitó la difusión de los artículos del New York Post que denunciaron el asunto. Este incidente ha mermado la confianza en líderes de importantes instituciones de la sociedad civil como lo son los medios de comunicación tradicionales y las empresas de redes sociales. ¿Están prestando un servicio de buscar y reportar la verdad, moderar contenidos en el caso de las redes sociales, sin importar a quién afecte o están promoviendo una agenda política particular?
Pero hay algunos resultados positivos de las elecciones. La guerra contra las drogas sufrió derrotas en varios Estados así como también la política identitaria, la cual recibió un golpe particularmente duro en California, donde una propuesta para eliminar la prohibición de discriminación por raza, sexo y origen para la obtención de empleos, educación o contratos estatales fue derrotada por una cómoda mayoría de los electores.
Pero quizás el resultado más importante y uno con el que los liberales de todos los partidos podremos dormir más tranquilos es que –y esto está por confirmarse– es probable que los electores estadounidenses eligieron un gobierno dividido: el Partido Demócrata en la Casa Blanca y el Republicano en control del Senado. Algunos dirán que esta es la receta para un gobierno disfuncional, o precisamente lo que se necesita en estos tiempos turbulentos: moderación.
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