La hiperinflación venezolana cumple tres años, ¿viene el cuarto año?
Como por arte de magia, cada vez que Coromoto Blanco, de 49 años de edad, abre la nevera desaparecen alimentos. Se encuentra con espacios vacíos donde antes congelaba la carne, el pollo, el pescado y la chuleta. Pero no se trata de un truco. Es real, y ha sido uno de los efectos de la agresiva hiperinflación que este noviembre de 2020 sopla las velas de la torta por tercer año, acercándose cada vez más a las dos hiperinflaciones más largas de la historia: Grecia, que duró poco más de cuatro años; y Nicaragua, cinco.
«Estos tres años me los he pasado despidiéndome de la carne, del pollo, de la chuleta y de esas cosas que son incomprables, lamentándolo mucho», cuenta Coromoto, quien vive en el barrio José Félix Ribas, en Petare, al este de Caracas. «Cuando abro la nevera es para buscar o el poquito de comida que quedó del día anterior o para tomar agua, porque ya no es que tú te pones a ver la nevera a ver qué te tomas, qué comes o qué fruta escoges. Nada de eso hay».
Pero Coromoto destaca que esta crítica situación la ha llevado a tener otro oficio. «En estos tres años me he convertido en maga, he tenido que hacer magia. Todo lo poquito que uno cobra es para un solo día, no alcanza para una semana, menos para 15 días. Uno hace un sacrificio y compra granos o vegetales, cositas así para uno poder medio ayudarse, pero de verdad es imposible. Me tengo que comprar unos zapatos por necesidad, no por lujo, porque necesito ir a trabajar, y no puedo».
Coromoto cobra también en la empresa un bono de 30 dólares, que es casi nada si se compara con los 283 dólares que una familia necesita para cubrir sus necesidades mínimas de alimentación durante un mes, según el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas-FVM). Lo poquito que le manda su hija que está en Perú le sirve para medio completar. «Hay personas que no tienen nada de esto. Yo veo gente aquí en mi sector que se desespera porque no ha llegado la caja (CLAP), que no tienen qué darles a sus hijos».
En noviembre de 2017 la tasa mensual rebasó la barrera de 50%, cifra mínima para que una nación pase a un proceso hiperinflacionario, de acuerdo con lo establecido en 1956 por el economista Philip Cagan. Según la Asamblea Nacional (AN), en ese mes la inflación fue de 56,7%. Mientras que para el Banco Central de Venezuela (BCV) este indicador alcanzó 55,6% en diciembre de ese mismo año.
El diputado Ángel Alvarado, economista y miembro de la Comisión de Finanzas del Parlamento, explica que la hiperinflación es el reflejo de una enfermedad mucho más profunda, que es el colapso de la economía, que acumula una contracción de 92,4% desde que Nicolás Maduro llegó al poder en 2013, convirtiéndose en el mayor colapso económico en la historia sin haber pasado ni por una guerra ni por una catástrofe natural, sino por un modelo socialista y chavista.
«Este colapso de la economía empezó en 2007 con las expropiaciones, y se profundizó en 2013 con el cierre de los mercados financieros, cuando ya no se podía seguir financiando el nivel de consumo, que no se correspondía con la producción. Cuando se destruyó la producción en 2007 y luego el consumo porque el país no se pudo seguir endeudando en 2013, empezó esta caída que se ha reflejado en la hiperinflación», afirma Alvarado.
El parlamentario señala que este fenómeno económico, que técnicamente es una variación explosiva de precios, ha causado dos grandes y evidentes años: la pobreza de buena parte de la población venezolana, y el incremento de la migración.
En efecto, la Venezuela de 2020 dista mucho de la de 2017. En ese período, la proporción de los hogares sumergidos en la pobreza aumentó de 87% a 96%. Mientras que organismos internacionales registran unos 5,2 millones de venezolanos que han emigrado del país.
Desde ese entonces, muchos otros indicadores se han deteriorado. El precio de la canasta alimentaria familiar de noviembre de 2017 fue de 7.190.158 bolívares fuertes, es decir, del anterior cono monetario. El salario mínimo, que se ubicaba en 177.507 bolívares de aquel entonces, ya era insignificante, pues representaba 2,4% del costo de la cesta. Pero en el transcurso de estos tres años el sueldo base siguió perdiendo poder de compra aun cuando el gobierno lo ajustó un 67.602.867%.
El actual salario mínimo, que con los cinco ceros eliminados en la reconversión de 2018 es de 120.000.000.000, representa 0,8% del costo de la canasta alimentaria de octubre de 2020, cuando cerró en 14.180.883.730.000 bolívares (con los cinco ceros).
Eso, indica Alvarado, es la hiperinflación: la expropiación silenciosa del salario del trabajador. «Hoy tenemos un salario de un dólar, de 0,50. El gran perdedor es el trabajador. Y esto ha generado un daño cultural y antropológico. El venezolano ya no es el mismo después de este proceso porque ha experimentado el hambre y la soledad porque la familia se fue, y el venezolano era profundamente familiar. La explosión de la migración fue con la hiperinflación, que hizo que se fuesen esos cinco millones de venezolanos, especialmente a Colombia, Perú, Ecuador, Chile y Brasil».
La hiperinflación venezolana ha sido de tales proporciones que hasta el poder adquisitivo de la divisa norteamericana ha disminuido. De acuerdo a cifras de la consultora Ecoanalítica, en comparación a lo que se podía comprar con dólares en enero de 2019 con lo que se puede adquirir hoy al mes de noviembre, pues se requieren 3,42 veces más dólares.
En otras palabras, con lo que se compraba con 100 dólares en 2019, ahora se necesitan 342 dólares en promedio. Lo cual habla del efecto tan pernicioso que tiene la hiperinflación sobre la divisa y especialmente en los precios del sector de alimentos.
«La inflación me ha afectado negativamente. Antes con un salario en bolívares vivías bien, ahora necesitas ingresos en dólares casi obligatoriamente y ya no vives igual. La hiperinflación lo que significa es que todos estamos viviendo un poquito peor, pero el que no gana en dólares está viviendo mucho peor», afirma Israel quien vive en Caracas.
Señala que a pesar de tener ese ingreso en divisas, es insuficiente para sus gastos diarios, ya que como él lo reitera «es algo que se debe complementar», ya que a su juicio el deterioro es indetenible.
«Yo no tengo un trabajo formal como tal, tengo clientes que me pagan a destajo, no tengo beneficios, utilidades ni prestaciones. Pero las compañías que te pagan los beneficios de ley, te pagan en bolívares y con eso no se vive. Por lo que se debe decidir qué es lo más te conviene», dice Israel, padre de una niña de 11 años.
Muchas personas en Venezuela han podido sortear los efectos de la hiperinflación al recibir parte de sus ingresos en divisas, pero también por el envío de remesas de sus familiares o amigos que abandonaron el país. es por ello que 2020 ha sido más crítico para los venezolanos, puesto que la pandemia mundial que prácticamente paralizó a la economía, impidió que esas remesas siguieran llegando.
«Yo tengo dos de mis hijos fuera», cuenta Coromoto Blanco. «Uno se acaba de ir ahorita, debe estar llegando prácticamente a donde vive mi otra hija en Perú, quien me medio ayuda de por allá, pero de verdad que es imposible vivir en Venezuela. Uno vive aquí porque… será porque uno va de la mano de Dios, porque no hay otra cosa. Solamente Dios nos mantiene aquí en este país donde no se puede nada«.
La desesperanza de Coromoto es un fiel reflejo de lo que producen las hiperinflaciones en una nación. Asdrúbal Oliveros, director de Ecoanalítica, señala que estos procesos terminan destruyendo el tejido social, ya que se entra en una dinámica de «sálvese quién pueda», en una especie de selección natural en el que sobrevive el más apto, el que tome decisiones de forma más rápida y aproveche el contexto en el que opera.
«Destruyen además los sistemas de precios, si este funciona pues permite que compradores y vendedores puedan tomar las mejores decisiones día a día, pero cuando está totalmente destruido y distorsionado pasa lo mismo que con un GPS dañado, obviamente no se tomarán las mejores decisiones. Por eso es que estos procesos hiperinflacionarios son tan agresivos, generan tanto empobrecimiento y son destructivos», resalta el economista.
Sin llamarla por su nombre, el mandatario Nicolás Maduro reconoció los efectos de la hiperinflación al quitarle no tres, como dijo en un principio al anunciar la medida en 2018, sino cinco ceros al bolívar, siendo un total de ocho la cantidad de ceros que la revolución chavista le ha eliminado a la moneda en la última década. El actual billete de mayor denominación, el de 50.000 bolívares, en realidad son 5 billones de bolívares (Bs. 5.000.000.000.000), pero este monto estratosférico apenas equivale a cinco centavos de dólar (al tipo de cambio oficial del 25 de noviembre). Y continúa perdiendo valor.
¿Un cuarto año?
El pasado 18 de octubre, la ministra de Economía y Finanzas, Delcy Rodríguez, afirmó sin titubear que Venezuela ya superó la hiperinflación, a pesar de que aún no han pasado los 12 meses que deben transcurrir con tasas de inflación intermensual inferiores a 50% para que el país salga de este proceso. En enero de este año los precios aumentaron 62,2%, según el Banco Central.
La Comisión de Finanzas de la AN prevé que si Venezuela sigue registrando tasas por debajo del 50%, el país con suerte podría salir de la hiperinflación a mediados de 2021. Ángel Alvarado explica: «Si eso es así, igualmente la hiperinflación venezolana se convertiría en una de las más largas de la historia. Estos procesos han durado aproximadamente un año, un año y medio, y Venezuela ya lleva el doble del promedio, y se va acercándose ya a las más largas de la historia, siendo Nicaragua la número uno hasta ahora».
En los últimos meses se observó una desaceleración en los precios, al colocarse por debajo del 50% mensual, por lo cual muchos estimaban que muy posiblemente Venezuela pudiera estar saliendo de la hiperinflación. Sin embargo, el vertiginoso aumento del dólar en noviembre que llegó a escalar por encima del millón de bolívares, echa por tierra esta posibilidad pues se espera un nuevo repunte del índice inflacionario.
«Es posible que en noviembre se pueda superar nuevamente el umbral de la tasa de inflación superior a 50%. En la semana que culminó el 13 de noviembre la inflación tuvo un repunte muy fuerte al acercarse a 20%, una tasa que no se había visto. Esto refleja lo alineado que están los precios a las expectativas al tipo de cambio, esto es lo que los economistas llamamos el fast track, que no es otra cosa que el peso que tiene la devaluación sobre los precios y en este momento parece ser muy alto», señala Asdrúbal Oliveros.
Alvarado, por su parte, prefiere no adelantarse a decir que la inflación de noviembre de 2020 superará la cifra de 50%, pero asegura que la posibilidad está latente. «Es como cuando alguien tiene malaria: de pronto un día no le da fiebre, pero la malaria sigue estando allí. Igual pasa con la hiperinflación. Está allí y en cualquier momento va a seguir despertando porque las causas que llevaron a este proceso están allí«.
La consultora Ecoanalítica tiene una estimación de 1.800% del índice nacional de precios para el cierre de 2020. Obviamente es un nivel más bajo que la de 2019 pero sigue siendo una inflación extremadamente alta para un país, cuando la mayoría de las economías en el mundo muestran índices anuales en torno o por debajo de 5%, a excepción de Argentina en América Latina que puede finalizar con una tasa anual de 40%.
Para Israel González, este trabajador de 51 años que ha visto cómo los gobiernos anteriores al 2000 y las gestiones chavistas-maduristas han manejado la economía en estos 20 años, la hiperinflación continuará y que no ve una mejoría en el próximo año.
Siguen las causas
La inflación obviamente es un desequilibrio monetario que en el país lo han estado provocando una serie de factores que a todas luces que continuarán presentes en la economía venezolana.
A juicio del director de Ecoanalítica, el primer elemento que generó la hiperinflación fue la crítica salud fiscal del gobierno venezolano. «Tenemos un Estado que desde el punto de vista de su situación fiscal está destruido, no existe. Tiene una caída muy fuerte de sus ingresos y aunque ha reducido el gasto, hay una porción importante de ese gasto que es el 75% que ha sido financiando por expansión monetaria del Banco Central, es decir, por dinero que se crea de forma artificial y eso profundiza el ciclo hiperinflacionario».
Recalca que a medida en que no se alcance una situación fiscal óptima, o donde el gobierno pueda reducir el financiamiento monetario, la presión sobre los precios se mantendrá. Lamentablemente, en el actual contexto, el gobierno no tiene acceso a crédito internacional para financiar el déficit, tampoco tiene financiamiento interno a través de la banca con la colocación de deuda interna.
Mientras que un tercer factor lo constituye lo que los economistas llaman la inercia inflacionaria. Esto significa que los agentes económicos se acostumbran a operar con altos precios que crecen en el tiempo, con lo cual las decisiones están basadas esperando siempre que la inflación sea mayor en el futuro. Esto hace que el consumidor compra todo lo que pueda, porque su expectativa es que habrá un aumento en los precios con el tiempo; mientras que el vendedor ajusta sus precios para contar con suficientes recursos para reponer sus inventarios.
«Ese círculo provoca mayor presión en los precios, esto es lo que muchos llaman erróneamente especulación. Y la única manera de romper con esas expectativas negativas es con la ejecución de un plan económico creíble. Pero esto no existe en Venezuela», afirma Oliveros.
La estocada a la producción nacional
Y por último, la producción de bienes y servicios ha caído de forma brutal, donde han desaparecido muchos actores relevantes en la cadena de suministros y por lo tanto cada vez tenemos menos proveedores, menos empresas y que haya menos competencia en los diferentes mercados. Esto impide que los precios bajen.
Con esta medida de restricción de la liquidez, el BCV logró desacelerar la inflación, pero a costa de una mayor contracción de la economía, y los números dan cuenta de eso. La AN reportó en 2019 la mayor caída del PIB desde que inició la recesión en 2013, contracción en la que también tuvo una incidencia importante el colapso de la actividad petrolera.
«Con el encaje legal hubo una importante contracción de la liquidez y eso fue a costa de la empresa privada. Muchas empresas privadas sufrieron. En el año 2017 teníamos un país que ya venía de cuatro años de contracción económica, y que se le profundiza su drama con esa espiral de hiperinflación, la caída de los ingresos petroleros, con los eventos políticos de mayo de 2018, y luego con la profundización de la confrontación política a partir de enero de 2019, que sin duda alguna afecta la confianza necesaria para la inversión, que ya venía muy golpeada», señala Cusanno.
Dolarización
El presidente de Fedecámaras observa también que en estos últimos tres años el país ha visto incrementarse el volumen de transacciones con divisas. «Hoy pudiéramos estar hablando de que esa masa tiene una correlación de 2 a 1, es decir, por cada dos dólares que hay en la calle hay un bolívar. Tenemos ahora una economía muy de supervivencia».
La dolarización es una respuesta a esta destrucción de la moneda local, el bolívar perdió su función como moneda, resalta Oliveros quien agrega que las personas terminan refugiándose en una moneda que conserve valor y dado el peso que ha tenido históricamente el dólar en Venezuela, era lógico que fuese esta moneda.
No obstante, este proceso de dolarización genera desigualdades en la población. «Al final la dolarización provoca que el que tiene divisas, que reciba algún pago en dólares o remesas, pueda surfear mejor la situación del que no lo tiene. Esto provoca una muy profunda desigualdad social entre quien tiene divisas y quien no. Ese segmento de la población que recibe bolívares, como los pensionados, jubilados, empleados públicos que es dónde está la mayor concentración de personas que tienen sus ingresos en moneda nacional, obviamente su capacidad de enfrentar el ciclo hiperinflacionarios es mucho más limitada o casi nula en comparación con un trabajador del sector privado o del sector informal (cuenta propia) que sus ingresos están en dólares, a quienes les afecta menos este fenómeno», dice Oliveros.
Por último, considera que un ordenamiento de la dolarización transaccional por parte del BCV, no necesariamente redundará en una estabilización de los precios o corregir los desequilibrios macroeconómicos o el problema económico grave del país.
Alvarado sostiene que la dolarización, pese a lo que creen algunos sectores de la población, no resuelve el problema. «El salario en Venezuela ya está dolarizado, pero en un dólar. Dolarizar no resuelve el problema porque se dolarizaría después de la hiperinflación, eso hace entonces que tu dinero quede congelado en un nivel muy bajo. En el año 70, el salario de un profesor titular universitario era, a dólares de hoy, unos 10.000 dólares. Hoy en día está dolarizado a cinco dólares. Entonces, la dolarización no resuelve el problema».
«La única solución a este problema es parar la hiperinflación y que la economía empiece a crecer, y para que esto ocurre y se genere riqueza, se requieren dos cosas: recuperar los derechos económicos, de propiedad y de la inversión, que están vulnerados, e insertarse nuevamente en el mundo. Mientras Venezuela siga comerciando nada más con Irán y más nadie, pues Venezuela no tiene manera de recuperarse económicamente».
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