Por qué es una mala noticia que Twitter expulse a Trump
Permítanme empezar con una proposición controvertida: Twitter posee el derecho de suspender permanentemente la cuenta en Twitter de Donald Trump. Quienes mantenemos una cuenta en esta red social no emitimos nuestras opiniones en el vacío, sino dentro de una plataforma que es propiedad, que es suministrada al público y que es gestionada internamente por Twitter: en su casa, sus reglas. Nadie es acreedor de una cuenta en Twitter al margen de las condiciones y los criterios fijados por la empresa que es propietaria, suministradora y gestora de la red social. La propiedad privada y la libertad de empresa, en suma, amparan la autorregulación para poner coto a aquellos perfiles que, por distintas razones, consideren incompatibles con la misión de su plataforma.
Sentado lo anterior: creo que es una muy mala noticia que Twitter haya optado por suspender la cuenta de Trump. Y es una mala noticia no porque Trump todavía sea el presidente de EEUU (lo cual es algo absolutamente irrelevante para enjuiciar la decisión de Twitter), o no porque considere que las ideas políticas, sociales y económicas de Trump merecen expandirse por todos los confines de la sociedad (que no, no lo creo, y desde estas páginas he combatido intelectualmente el trumpismo desde antes de que el republicano alcanzara la presidencia) o no porque piense que la actitud de Twitter nos acerca hacia una especie de comunismo censor chino administrado por una Big Tech privada, sino porque inaugura una deriva muy peligrosa en las redes sociales: la compartimentalización ideológica.
Una de las mayores críticas que se han dirigido hasta el momento contra las redes sociales es que generan un efecto 'cámara de eco', es decir, que solo seguimos, leemos y escuchamos a aquellas personas que son de nuestra cuerda ideológica y, en consecuencia, no nos exponemos a ideas distintas que contraríen nuestros prejuicios: solo buscamos reforzar lo que pensamos aunque sea a través de 'fake news' que raramente son desmentidas dentro de esa cámara de eco de pensamiento homogéneo y acrítico. Ese sectarismo explicaría, por ejemplo, el auge de la llamada 'extrema derecha', al permitir que los ciudadanos predispuestos al populismo derechista solo reciban información de sus referentes ideológicos y mediáticos.
Pero que esta sea una crítica habitual contra las redes sociales no significa que sea una crítica correcta. Lo que nos señala la evidencia es que el efecto 'cámara de eco' es apreciablemente más pequeño en redes sociales que en otros formatos de intercambio de información política, como la prensa tradicional o las meras conversaciones entre amigos ideológicamente cercanos. De hecho, las redes sociales pueden terminar exponiendo a los usuarios a opiniones contrarias a la suyas de manera involuntaria: los retuits, las publicaciones sugeridas o los debates abiertos constituyen una ventana que conecta a gente de ideologías muy diversas. Pero, para ello, todos los usuarios han de integrar una misma red social.
La expulsión de Trump por parte de Twitter amenaza con fragmentar por ideologías las redes sociales. Muchos seguidores de Trump ya han anunciado que dejarán de utilizar Twitter y pasarán a usar Parler: una reacción perfectamente lícita frente a la decisión igualmente lícita de Twitter de cerrarle la cuenta a Trump. Pero el efecto de esta posible migración en masa será que en Twitter habrá cada vez menos gente de 'derechas' mientras que Parler estará lleno de 'derechistas'. Es decir, Twitter se irá volviendo un entorno cada vez menos interesante para gente de derechas y Parler no será un entorno en absoluto atractivo para la gente de izquierdas. Y si cada tribu ideológica se aísla en su propia red social, entonces la comunicación (y el debate) entre tribus no se dará: es decir, en tal caso, sí nos encontraríamos ante cámaras de eco perfectas que solo reforzarían la ideología propia sin contestación por parte de otras ideologías (una especie de 'espacios seguros' virtuales). Si Twitter está preocupado por las implicaciones violentas que podrían tener los tuits de Trump, bastaba con someterlos a un sistema de supervisión y aprobación previa antes que cargarse una cuenta con más de 80 millones de seguidores: habiendo otras opciones, la suspensión debería ser solo un ultimísimo recurso.
Por supuesto, cabe la posibilidad de que la suspensión de Trump no termine suponiendo la migración masiva de usuarios de 'derechas' hacia Parler. Pero si en Twitter se institucionaliza un 'sesgo izquierdista' (algo que entroncaría con las ideas de sus propietarios y trabajadores) que lleva a suspender cada vez más cuentas derechistas, entonces, por necesidad, sí terminaremos presenciando el divorcio, esto es, cada vez más personas migrarán a redes alternativas.
Para que una sociedad progrese intelectualmente, el choque de ideas es fundamental a todos los niveles: también entre las masas. La batalla y la competición intelectual nos proporcionan al menos la opción de que las buenas ideas derroten a las malas, mientras que la compartimentalización ideológica solo consolida las malas ideas en amplios sectores de la población (aunque ciertamente también puede proteger a otros de ser intoxicados con malas ideas). Y para que esa batalla y competición intelectual puedan darse, necesitamos rebajar (no aumentar) los costes de comunicación entre ideas heterogéneas: expulsar a Trump —y a otros posibles 'derechistas'— de Twitter no facilita sino que dificulta el diálogo entre ideologías. Y eso sería una pésima noticia.
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