¿Pueden decaer las redes sociales por su partidismo?
Las principales redes sociales han expulsado al presidente Donald J. Trump. Por el momento, el empresario tiene prohibido acceder a Twitter. En el caso de Facebook e Instagram, dos marcas de la misma empresa, le han suspendido mientras sea presidente, pero no sabemos qué ocurrirá cuando sea un ciudadano más.
Dada la mala relación de Trump con los grandes medios de comunicación, incluso con los que le han apoyado en algún momento, la capacidad de comunicación de Trump con el pueblo estadounidense probablemente se resienta. No está claro hasta qué punto, porque todo lo que diga, aunque fuera en un blog alojado en Word Press, va a ser noticia.
No cabe duda de que Twitter tiene pleno derecho de expulsar a Donald Trump si considera que ha violado las normas autoimpuestas por la plataforma. Tampoco cabe duda de que tiene pleno derecho de expulsar a Donald Trump, incumpla o no sus propias reglas, simplemente por el hecho de ser Donald Trump. Y nadie le negará que puede albergar, con cariño, mensajes de otros políticos como Alí Jamenei, fuente de noticias falsas y odios ciertos. Twitter tiene pleno derecho hacerlo, porque es su juguete, y puede hacer con él lo que le plazca.
En realidad, no se puede hablar de que Twitter censurara a Trump. Porque la libertad de expresión es indistinguible del derecho de propiedad. El ejercicio de la libre expresión es el mismo de utilizar tus propios medios para hacerlo. La libre expresión no es un derecho etéreo, que te otorgue el derecho a imponer a otros que te cedan su espacio para que tú expreses lo que quieras. Por ejemplo, Nacho Escolar cometió un error cuando acusó a la Cadena Ser de censurarle por terminar la relación laboral que tenía con la cadena. Es la misma libertad empresarial, y por tanto de expresión, que utilizó cuando le contrató. Del mismo modo que nada nos impide a cada uno de nosotros, dentro de los medios con que contamos, criticar a Twitter por tomar tal o cual decisión. También estamos amparados por la libertad de expresión.
Sin embargo, hay un debate al respecto del papel de las plataformas, que no es ese. La cuestión es la capacidad que tienen de cercenar el alcance que tengan determinadas personas o grupos de hacer llegar sus puntos de vista. Si unas plataformas cuyo número se puede contar con los dedos de una mano tienen el favor del 90 por ciento de los usuarios, las decisiones que adopten sobre quién se expresa en ellas, y quién no, tienen un efecto muy poderoso.
Esto es necesariamente así, ya que los usuarios buscan esas plataformas que, precisamente, les dan la oportunidad de llegar a un gran número de usuarios. Aquélla que cree un ámbito propio en el que se convierta la número uno tendrá una ventaja inmensa sobre todas las demás. Es una ventaja más poderosa que la que obsesionó a los economistas de las economías de escala. Con la mente puesta en la curva de costes, un concepto que oscurece el asunto más de lo que lo aclara, los economistas temían que el tamaño tuviera una incidencia en los costes que favoreciese la posición de preeminencia de la empresa, en un feedback positivo entre tamaño y costes que convertía a las grandes empresas en castillos inexpugnables.
Hoy sabemos hasta qué punto esos temores son infundados. El problema que suponen las plataformas es distinto, pero igualmente refuerza la posición preeminente del número uno. Con la peculiaridad, frente a las economías de escala, de que es la propia posición lo que la refuerza. A una empresa acerera, el hecho de que otra alcanzase esas economías de escala no le impedía seguir el mismo camino, e igualar o superar a la primera. Aquí es distinto.
Pero no es cierto que el primero se lo lleve todo. En la economía de plataformas hay una competencia feroz. Y hemos visto, en otras ocasiones, cómo han caído plataformas que también se beneficiaban de la llamada “economía de red”. Ningún caso es igual que otro, pero este podría ser el caso también con Twitter o Facebook.
Pero hay varios problemas con este planteamiento. El primero es lo que ocurre mientras los gigantes acaban cayendo, en este caso por ofrecer un servicio sesgado. Pero hay aún más problemas.
La producción económica se hace por etapas. Y exige la colaboración de distintos bienes de producción, que son complementarios. Cuando falta uno de ellos, esa producción no se produce. Sin harina, no hay pan. O no lo hay, si lo que falta es agua. O un horno en el que cocer la masa.
Parler es una alternativa a Twitter. Es una creación especular, con las mismas características esenciales, más una que Twitter no posee: la promesa de no censurar los mensajes por motivos ideológicos. La competencia favorece que Parler pueda ofrecer una característica atractiva, que Twitter no posee, al igual que Gab ofrece una libertad, y una neutralidad, que Facebook ni tiene ni quiere.
Parler, para ofrecer sus servicios, necesita a una empresa que aloje sus contenidos en unos servidores. Esa empresa es Amazon, que ya ha anunciado que no da continuidad de sus servicios a Parler. De este modo, la plataforma quedará silente. Apple ha expulsado a la alternativa a Twitter de su plataforma. Gab ha visto cómo Visa le ha bloqueado, lo que le dificulta el acceso al crédito de los usuarios que sólo tienen esa marca de tarjetas. La perspectiva de que una empresa, para que pueda ofrecer libertad y neutralidad, tenga que sobreponerse a la falta de colaboración de los proveedores de la nube, o de empresas de crédito, u otras, es muy difícil de superar.
Y, aún si se superan estas dificultades, porque haya empresas que tengan la suficiente honestidad como para ofrecer sus servicios a todo aquél que quiera contratarlos, hay una barrera añadida.
Twitter alberga a todos los puntos de vista. A todos, menos a los que acalla o entorpece, claro. El hecho de que lo haga hace que sus alternativas sean atractivas, pero principalmente para los que se sienten acallados; en estos momentos una parte de la derecha. Si Parler triunfa, será porque albergue a todos; también a quienes se sienten más cómodos sin la presencia de los que se sienten dañados por Twitter. Cuanto más sectarios, y más amparados sean por Twitter, menos incentivos tienen de participar en una red social nueva.
Así las cosas, ¿pueden decaer las redes sociales por su partidismo? Yo creo que sí. Pero 1) de ocurrir, será en un plazo amplio de tiempo, 2) cuando esto ocurra, o pueda ocurrir, creo que la política saltará en su rescate. La política, siempre al rescate de sus apoyos.
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