El caso Twitter (o por qué seguir defendiendo el libre mercado aunque sea con la nariz tapada)
El último episodio lo estamos viviendo esta semana, desde los infaustos episodios en torno al Capitolio de Washington, que culminaron con la suspensión de las cuentas de Donald Trump tanto en Facebook como en Twitter. A raíz de ello, muchos usuarios de las citadas plataformas decidieron migrar a otras plataformas alternativas, en concreto a una llamada Parler, con funcionalidad similar a la que proporciona Twitter.
Y entonces se encontraron con que tanto Google como Apple la excluían de sus respectivas “app stores” (tiendas de Apps), dificultando por tanto la descarga de la misma en los móviles. El golpe de gracia, no obstante, llegó cuando Amazon decidió suspender su actividad en la plataforma de “hosting” Amazon Wholesale Services, por lo que los usuarios que, pese a los obstáculos de Apple y Google, se habían instalado Parler en su móvil, se encontraron con que no funcionaba.
Si alguien tenía dudas sobre el poder omnímodo de las plataformas para influir en nuestras vidas, las había visto despejadas todas de golpe. En primer lugar, pueden bloquear las opiniones que les incomoden a su antojo; en segundo lugar, se pueden cargar los negocios que quieran de la noche a la mañana, con más razón aquellos que les supongan una amenaza competitiva. Justo lo que venían denunciando los defensores de la regulación de estas plataformas.
Mucha gente se apresuró a concluir que la teoría económica, ni siquiera la buena, (o sea, la de la escuela austriaca), no vale, pues este fenómeno de las grandes plataformas no existía cuando dicha teoría económica se desarrolló. Bueno, muchos de los fenómenos que hemos vivido en el siglo XX y XXI no existían cuando se hicieron los desarrollos básicos de la teoría económica austriaca, y sin embargo esta ha mantenido su validez para todos ellos. ¿Será esto de las Big Tech un caso excepcional? ¿Habrá que redefinir la teoría económica para saber qué hacer con ellos?
He de decir que en esto los economistas mainstream llevan ya unos cuantos años con muy magros resultados. Lo único que han sido capaces de concluir es que las Big Tech tienen un gran poder de mercado basado en las enormes economías de red (1) que generan, a su vez construidas, en parte, por los datos que almacenan de sus clientes. Pero una vez realizado el diagnóstico, no son capaces de determinar si la regulación de estos negocios mejoraría o empeoraría el bienestar social, ni tampoco qué forma de regulación sería efectiva.
Porque esa y no otra es la pregunta que hay que responder. ¿Hasta qué punto mejoraría la situación de la sociedad si estas plataformas se regularan?
El caso que nos ocupa es una oportunidad única precisamente para contrastar la teoría económica. En esencia, esta nos dice que lo óptimo para el bienestar social es que el mercado no esté intervenido (por ejemplo, que no se regulen los precios o se impida la entrada con barreras legales). Sin embargo, a la vista de lo sucedido, se puede sospechar legítimamente que el mercado tiene algún fallo y que, por tanto, debería realizarse algún tipo de intervención desde el Gobierno para solucionarlo.
Centremos el caso en Twitter. Esta plataforma es bien conocida, y tiene cientos de millones de usuarios, es líder absoluto en su mercado. Se puede argumentar que ninguno de sus clientes puede tener acceso a tantos usuarios en ninguna otra plataforma y que, por tanto, si Twitter cierra una cuenta, imposibilita en la práctica la difusión de las opiniones del usuario bloqueado, causándole un gran perjuicio y poniendo en riesgo la libertad de expresión. El “fallo de mercado” provendría de las citadas economías de red, que hacen únicamente viable una plataforma ya que todo el mundo encuentra más valor conectándose a Twitter que a ninguna otra alternativa, lo que a su vez hace que tenga más valor aún. En conclusión, el mercado no funciona y es necesario regular a Twitter para que no ejerza el poder que le hemos visto impunemente ejercer.
Pero, ¿realmente es esto así? Lo que estamos viendo es que el mercado funciona y parece ir dando respuestas a los problemas que ha creado Twitter. Hemos visto a usuarios buscando alternativas y encontrándolas. Además, cualquiera de esos usuarios insatisfechos puede aprovechar esta ocasión para montar su servicio y su plataforma, puesto que nadie se lo prohíbe, no hay barreras legales de entrada a la actividad que hace Twitter. Hombre, yo no digo que sea fácil competir con Twitter, porque mucho de lo que hace lo hace bien, pero si ha dejado un hueco, por ahí se podrá colar algún competidor, algo que hasta ahora parecía casi imposible.
Otra ilustración de que el mercado parece funcionar es la evolución del precio de las acciones de Twitter en la bolsa americana. El día después de su golpe de mano cayó un 5%, y el martes un 2,4%. Esto se puede interpretar, no digo que así sea, como que los inversores anticipaban una pérdida de clientes de Twitter (aunque también puede ser que lo que anticipen sea regulación en el mercado, u otra cosa que no tenga nada que ver). Si ello se produce, no hay que olvidar las economías de red, que juegan en espiral en los dos sentidos, no solo en el de captar clientes (2). También te pueden llevar a la ruina de la noche a la mañana.
Pero, ojo, también podría ser que nada de esto esté pasando. O sea, que Twitter haya perdido algún usuario, pero no le afecte para nada a su negocio. ¿Estamos entonces ante el temido “fallo de mercado”? Pues tampoco me atrevería a decirlo.
El supuesto poder de mercado de Twitter, esas economías de red, no es algo que Twitter pueda imponer a la gente. Es más bien al contrario, Twitter lo que está haciendo es atender efectivamente una demanda de los individuos, que valoran más estar conectados (potencialmente) todos con todos que otras alternativas. Esto es, las llamadas economías de red surgen precisamente de las preferencias de los individuos, no son algo objetivo presente en el mundo. Si mañana la gente opta por hablar solo con gente de su vecindario porque lo demás le parece un rollo y le hace perder el tiempo, Twitter y las redes sociales perderán mucho de su valor y tendrán que reconvertirse o desaparecer.
Aunque el silenciamiento de Trump en Twitter pueda parecer escandaloso a mucha gente y por ello piensen que hay un fallo de mercado si no se hunde Twitter, lo cierto es que puede que haya otros muchos grupos de usuarios en Twitter que no están motivados políticamente, y que quizá estén muy satisfechos con el servicio que reciben. ¿Y si estos grupos son mayoría? ¿Y si lo que pasa es que, por mucho que así lo crean políticos y periodistas, y por mucho que los “Trending Topics” sean casi siempre sobre política, resulta que en Twitter hay muchas otras cosas que no lo son? Entonces puede estar generando gran valor para lo sociedad con independencia de haber censurado a un protagonista político, por muy prominente que éste sea.
¿Qué podemos concluir de todo esto? Nada que no supiéramos: que la evidencia histórica (esto es, lo que ocurre estos días y ocurra en el futuro) no permite refutar ni validar la teoría económica. Pase lo que pase, la teoría económica seguirá siendo válida, también para las Big Tech, porque no hay nada de lo que hacen que altere la base de la misma, que no es otra que la acción humana.
Así pues, desde el punto de vista del bienestar social y de eficiencia de los mercados, lo óptimo seguirá siendo que no se les regule, porque solo de esa forma se podrán orientar de la mejor forma a las preferencias de los usuarios. Y esto se cumplirá si las preferencias de los usuarios exigen que haya libertad de expresión en la plataforma, o si les importa un pimiento que ésta exista. Si es lo primero, Twitter tendrá que adaptarse o morir; si es lo segundo, aflora una oportunidad de negocio para quien ofrezca tal libertad en su plataforma, aunque no podrá aspirar a la dimensión de Twitter ni quizá tenga viabilidad.
Pero, en todo caso, que sean las preferencias de los usuarios las que manden, por favor, no las de los políticos.
(1) Las economías de red se producen cuando la gente valora el uso de un servicio en función del número de usuarios del mismo. Por ejemplo, uno valora más conectarse a una red telefónica en la que puede llamar a mucha gente, que en la que puede llamar a poca. En el caso de las Big Tech hay que añadir que también se producen economías de red indirectas, esto es, hay diversos grupos de usuarios, y los usuarios de cada uno de los distintos grupos valoran más el servicio si hay más gente en los restantes grupos. Por ejemplo, en una plataforma de contratación de hoteles, los usuarios de hoteles valoran más la aplicación si hay muchos hoteles disponibles, y los hoteles la valorarán más si hay muchos usuarios particulares.
(2) Que se lo digan a Telegram, aplicaciones de mensajería similar a WhatsApp, que ha conseguido 25 millones de usuarios en tres días tras la actuación de Facebook-
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