GameStop o cómo los mercados financieros sirven para descubrir los precios
Cada vez que se producen fluctuaciones exuberantes al alza o a la baja en el precio de un activo financiero, surgen llamamientos a establecer regulaciones que impidan ese tipo de movimientos 'irracionales'. Las oscilaciones que no entendemos parecen mostrarnos que los mercados financieros son un mero casino que no presta ningún servicio valioso para la economía real y que, en todo caso, solo introducen ruido mediante semejantes montañas rusas de cotizaciones. Así, cuando se acumulan posiciones cortas alrededor de un activo y estas tienden a hundir con rapidez su precio, surgen los llamamientos (generalmente atendidos) a restringir esas posiciones cortas para frenar tal depreciación; y cuando, por el contrario, afloran posiciones largas alrededor de un activo que exhibe sobreacumulación de posiciones cortas, también escuchamos exhortaciones a proteger a los inversores que habían apostado por la bajada del precio de ese activo y que se están viendo acorralados por una vorágine compradora que los está obligando a cerrar sus posiciones a pérdidas.
Lo que ha sucedido con el caso GameStop es esencialmente esto: acumulación de posiciones cortas (ventas presentes de acciones prestadas con la expectativa de recomprarlas más baratas en el futuro) que se ha visto torpedeada por un 'ataque' de posicionamientos largos que, al ir incrementando el precio de la acción, ha ido forzando a los cortos a ir recomprando las acciones de la empresa (ya sea porque carecían de capital propio suficiente como para hacer frente a los 'margin calls' derivados del aumento del precio de la acción o porque los propietarios de las acciones las han reclamado para poder venderlas a los altos precios actuales), lo que ha disparado todavía más los precios de ese título y ha infligido cuantiosas pérdidas a los cortos (Melvin Capital, el principal fondo con posiciones cortas en GameStop, ha cerrado enero con un rendimiento del -53%).
Muchos no le ven absolutamente ninguna lógica a este proceso. ¿Por qué primero se hunden los precios, pero después se disparan? Parecería que apenas estamos ante una partida de cartas de resultado puramente aleatorio o, todavía peor, en la que gana quien posee mayor capacidad de engañar a los demás. Pero dejando el caso (relevante) de profecías autocumplidas y por tanto de equilibrios múltiples, lo cierto es que la victoria en esa partida de cartas suele venir determinada por el bando que más se acerque al valor razonable del activo: es decir, el que mejor sepa anticipar cuál va a ser la evolución futura de una compañía y sintetice esa expectativa futura en el precio presente.
En este sentido, determinar cuál es el valor razonable de un activo cumple una función social importantísima, dado que la inversión agregada se distribuye en función del precio de mercado de los activos, de modo que acercar el precio de mercado a su valor razonable es una forma de facilitar que las inversiones reales se dirijan hacia aquellos proyectos que generan un mayor valor dentro de la sociedad, y no hacia proyectos que son puro humo. Precios de mercado muy por encima del valor razonable de un activo son la definición precisa de burbuja financiera, lo que provoca malas inversiones de capital (y, al revés, precios de mercado por debajo del valor razonable de un activo significan instalar perspectivas depresivas sobre ese activo, ahuyentando la inversión de él).
La función de descubrir el valor razonable de un activo dentro de los mercados financieros es absolutamente crítica y solo puede desarrollarse eficientemente permitiendo simultáneamente las posiciones largas y las posiciones cortas. A la postre, prohibir las posiciones cortas implica forzar a que todo el ajuste a la baja del precio de un activo deba efectuarse entre los propietarios de unas acciones que pueden ser renuentes a venderlas para no realizar pérdidas (ralentizando consecuentemente el ajuste a la baja del precio), de modo que supone insertar un sesgo burbujístico en los mercados financieros (preferencia social por las sobrevalorizaciones).
Pero, a su vez, una sobreacumulación de posiciones cortas sobre un valor también expone a quienes las adoptan a una situación de extrema fragilidad (como sucedió en GameStop, donde ha llegado a haber más posiciones cortas abiertas que títulos negociables): supone imbuir un exceso de pesimismo, acaso no justificado, sobre la marcha futura de una empresa. Y por eso los cortos han de aceptar que quedan expuestos a la contraofensiva de los largos.
Ambas posiciones, cortos y largos, forman parte del mismo proceso de mercado: el descubrimiento descentralizado de los valores razonables de los activos. Y por eso, ni hay que prohibir los cortos ni hay que prohibir que los cortos reciban de vez en cuando curas de humildad mediante contraposiciones largas. El caso GameStop es un magnífico ejemplo de libre mercado en funcionamiento, salvo acaso por preocupantes injerencias regulatorias que pueden haber tratado de manipular el funcionamiento de ese mercado.
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