Dejemos de votar el mal menor
Infobae – Fundación Atlas para una Sociedad Libre
Nunca me interesó la política. Es una actividad que encuentro nada atractiva dada sus tan particulares características. Carezco de la cintura, flexibilidad y resiliencia para poder hacerlo con un mínimo de satisfacción y éxito. Pero, por otro lado, es imposible escaparse de ella. Como ciudadanos tenemos una responsabilidad. Y un derecho a promover nuestras preferencias e intentar moldear la sociedad hacia donde creemos que seremos más felices. Tenemos una delegación de poder que debemos usar, no sólo con nuestro voto, sino también intentando influir en las preferencias de los demás. Y frente a otro año electoral vuelvo a involucrarme en el tema, casi instintivamente. Leo más, me intereso más, pienso más y confirmo nuevamente lo lejos que estamos de construir una sociedad feliz, equitativa y con oportunidades para todos, y -peor aún- siendo que no veo vallas insalvables para lograrlo.
La imagen pública de nuestros políticos es muy baja y la insatisfacción de la ciudadanía respecto a su performance es muy alta. Esto es generalizado respecto a la clase política toda y no respecto a algunos partidos. Pareciera que la clase política no está haciendo bien su trabajo de servir a la sociedad. ¿Cuál es el problema? ¿La clase política? ¿El sistema político? ¿La ciudadanía que no ejerce su poder de agencia? Probablemente una combinación de factores, pero me voy a referir al sistema político.
Un sistema político sin control de performance
El sistema político escribe sus propias reglas de funcionamiento, no tiene controles de performance y no hay nadie que pueda intervenir en revisar su accionar. Como todo sistema que escribe sus propias normas, lo hace para su propio beneficio y supervivencia en el tiempo, y no pensando en el bien común ni en los ciudadanos. Debido al mecanismo por el cual se obtiene la posibilidad de ser un candidato, cuando un legislador vota una ley, no lo hace pensando en sus consecuencias en la sociedad, sino obedeciendo a los jefes partidarios, que lo han elegido (y no los ciudadanos), y -sobre todo- que le permitirán seguir siendo candidato en el futuro.
Es muy difícil entonces que aparezcan dentro de los partidos candidatos independientes o moderados, y mucho más difícil aún que aparezcan candidatos por fuera de los partidos existentes tradicionales.
La misma sociedad los boicotea diciendo que deben bajarse porque si no sus votos no irán a parar al candidato tal, que es el mal menor respecto al candidato cual. Pareciera que menos competencia es mejor que más competencia. ¿Será así? ¡No creo! Y si es así hay que modificar el sistema político y sus reglas.
Otro símbolo de disfunción son las características de las campañas electorales. No hay propuestas ni ideas, sólo se trata de desprestigiar al rival y acusarlo de mil males. Las leyes se votan con alguna intencionalidad particular y no pensando en el bienestar general. O se beneficia un sector de la sociedad, o algún fin electoral, pero siempre para unos pocos. La misma sociedad está dividida y no se analizan las propuestas, sino que simplemente se está en contra o a favor según el partido de preferencia. No hay debate posible.
Centralización del poder
Otro aspecto que no contribuye es la concentración del poder en el gobierno central. Las legislaturas provinciales tienen muy poco poder e influencia para establecer reglas en beneficio de sus ciudadanos locales. Sólo se ocupan de temas menores y todo lo relevante lo vota la legislatura nacional. También sucede con la centralización del presupuesto, donde el grueso de los fondos los recauda la nación, para redistribuirlos luego a las provincias. Esto quita poder a las autoridades locales y a los ciudadanos. A veces uno se pregunta si deberían existir legislaturas provinciales bajo este sistema. Esta falta de descentralización del sistema político va en contra de la regla general de buen funcionamiento y rendición de cuentas. ¿Podremos llevar más decisiones a provincias y municipios? Claro que sí.
El grueso de las buenas ideas y de las políticas sanas son técnicas y apartidarias. Sin embargo, basta que sea propuesta por un partido para que el otro la rechace, aunque sea para no darle el beneficio de haberla promovido, no importando el bien de la sociedad. Las comisiones técnicas carecen de profesionales independientes y muchas veces no hacen las consultas de rigor a distintos miembros y agrupaciones de la sociedad. No hay debate posible.
¿Cuantas promesas electorales no se implementan? Por irreales, porque las boicotean la oposición, porque ya se logró el poder. ¿Todas? ¿La mayoría?
Sin rendición de cuentas
No hay un sistema de medición del resultado de una ley. Sea beneficioso o perjudicial. Se votan y a otra cosa. Un sistema así serviría para medir la calidad de la actuación de los legisladores y políticos. Podríamos decir que la” rendición de cuentas” vendrá con la próxima elección y el nuevo veredicto de los votantes. Pero sabemos que no es así, por lo ya aquí descripto en cuanto al funcionamiento de elección de candidatos y barreras de entrada de nuevos aspirantes.
La misma prensa podría servir para enriquecer el debate, pero tampoco es así. Por un lado, están los medios controlados por el gobierno, que solo promueven lo que les indican sus jefes que los han nombrado, léase las autoridades del partido de gobierno de turno. Y el resto está polarizado. Están todo a favor o todo en contra. No hay debate objetivo u opinión imparcial libre. Esto es irreal y está mal. Y lo mismo podríamos decir de los llamados “think tanks”, y otras agrupaciones e intelectuales.
Como ciudadanos hemos perdido el control del funcionamiento del sistema político y deberíamos recuperarlo. Tenemos poder y debemos usarlo. Hasta aquí un breve diagnóstico de grandes problemas, que es opinable. Lo que no es opinable son los resultados obtenidos por la sociedad por la acción de la clase política de los últimos 80 años. Por cualquier indicador que queramos elegir para medirnos en términos relativos contra Latinoamérica, el mundo, OCDE, vemos un deterioro sin pausa de nuestro país. Es evidente que está mal gobernado y que el sistema político requiere un cambio. Seguramente nuevas reglas, nuevos y más candidatos, un sistema que permita la aprobación de las buenas ideas sin boicot, y sobre todo un sistema orientado a mejorar la vida de los ciudadanos y no a seguir las preferencias de los jefes partidarios y pequeños grupos de interés y poder.
¿Una utopia? “Top Five Primary”
Modificar nuestro sistema político suena imposible y utópico. Y lo es si lo dejamos en manos de la clase política. Aquí es donde podemos y debemos ejercer nuestro poder de voto e influencias. El tema es tan grande y tan difícil que requiere de una comisión técnica especial y apartidaria, que trabaje mucho tiempo escuchando a todos y mirando nuevas ideas y propuestas. Pero es posible. Cayó el muro de Berlín y el comunismo en casi todo el mundo. ¿Porque no podremos cambiar nosotros lo que parece un cambio relativo menor al mencionado?
Con buena legislación y consenso nuestro país rápidamente será otro. Seremos más felices, viviremos más, mejor y sin divisiones tan acentuadas. En una sola generación se verán cambios dramáticos. Se ha visto en la reconstrucción después de las guerras en Europa, o en Corea, Vietnam y tantos otros países que eligieron la senda de la libertad, la división de poderes, el libre comercio, la responsabilidad, el trabajo, la estabilidad macroeconómica, el respeto a la ley y al estado de derecho.
Tomé conocimiento recientemente de un sistema electivo que funciona en algunos estados y municipios americanos que parece interesante y busca atenuar o eliminar algunos de los vicios de nuestro sistema político. Lo describo brevemente. Se llama “Top Five Primary” y “Ranked -Choice Voting Ballot System”.
Consiste en realizar una sola PASO simultánea de todos los candidatos que quieran anotarse, y de todos los partidos a la vez, todos contra todos. Los cinco candidatos más votados pasan a la elección general. No importa si son cinco de un mismo partido, o como estén divididos y representados los partidos. Llegan a la elección los 5 candidatos más populares elegidos por los ciudadanos y no a dedo por los partidos. Aumenta así la chance de aparición de candidatos moderados y/o independientes, y hay más y mejor competencia.
En la elección general se presentan los 5 candidatos y si alguno obtiene más del 50% de los votos, gana la elección. Si nadie obtiene la mayoría, se va a una “segunda vuelta”, donde vuelven a competir los 4 candidatos más votados y no solo los 2 más votados. Lo que busca el sistema es que termine ganando el candidato más popular para todos los votantes. Para lograrlo al momento de votar todos los ciudadanos deben votar por los 5 candidatos, poniéndolos en un orden de preferencia de 1 a 5. Si no hay mayoría entonces se descarta al quinto candidato (el menos votado) y se reasignan los votos que recibió según la preferencia de sus votantes sobre el resto de los candidatos. Si con este nuevo reparto algún candidato obtiene mayoría gana la elección, y sino sigue sucesivamente eliminando al cuarto y reasignando, y así hasta que algún candidato tenga más del 50% de los votos.
Estos dos sistemas electorales buscan pasar el poder de elección de candidatos de los jefes del partido hacia los ciudadanos y ganan la elección los candidatos más populares. También permite más competencia al facilitar el ingreso de nuevos postulantes, a la vez que diluye el argumento del voto perdido por robarle votos al mal menor que obtenga un nuevo contendiente. Los candidatos ya no pueden dedicarse solamente a hacer campaña denostando a sus rivales. Ahora deben promover ideas positivas y ganar la mayor cantidad de votos en segundo orden de preferencia de sus no votantes. Mejora el debate y hay ideas para votar y discutir. Y finalmente los legisladores, una vez elegidos, votarán las leyes que convengan a la sociedad y no siguiendo el mandato de sus partidos y jefes. Se corta también la secuencia tradicional que un partido nuevo cambie todo lo aprobado en el gobierno anterior, o simplemente la inacción, de no votar nada nuevo ni cambiar nada.
Estamos de nuevo en tiempos electorales. Todos estamos ocupados en nuestra cosa, nuestra familia, trabajo e intereses. Más aún con esta pandemia y cuarentena asociada. Pero todos tenemos un ratito para ejercer nuestro poder de ciudadanos. Involucrémonos lo que podamos, no tengamos la mente cerrada a oponernos o aceptar sin más lo que dice un candidato u otro. Pidamos cambios. Pidamos y exijamos propuestas e ideas a la clase política. Rechacemos las campañas que sólo critican al rival, y sobre todo exijamos y soñemos con cambios profundos de largo plazo que nos lleven a la paz, la felicidad y la libertad. ¡Salgamos del perverso sistema de votar el mal menor!
El autor es Presidente de la Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
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