Un millón de bolívares son 50 céntimos de dólar
La hiperinflación es la muerte de la moneda y Venezuela lleva años matando al bolívar. Desde que el chavismo llegó al poder, la divisa del país se ha depreciado un 99,9999992%. O expresado de otro modo, los precios se han multiplicado más de 13.000 millones de veces. Fruto de este rapidísimo aumento de la inflación, el chavismo ha tenido que acometer dos reconversiones monetarias: en 2007, reemplazó el bolívar (vigente en el país desde 1879) por el (mal) llamado bolívar fuerte, a una tasa de 1.000 bolívares por cada bolívar fuerte; en 2018, y como la inflación no se detuvo, hubo de abandonar el bolívar fuerte para reemplazarlo por el bolívar soberano, a una tasa de 100.000 bolívares fuertes por cada bolívar soberano. O expresado de otra forma, 100 millones de los antiguos bolívares equivalían a un bolívar soberano.
Esta semana, el banco central de Venezuela ha anunciado la creación de un nuevo billete de un millón de bolívares soberanos, esto es, equivalente a 100 billones (14 ceros) de los antiguos bolívares. En 1998, una fortuna de 100 billones de bolívares era equivalente a unos 200.000 millones de dólares, esto es, el capital que hoy posee Jeff Bezos, el hombre más rico del mundo. En cambio, el valor de mercado actual de esos 100 billones de antiguos bolívares, es decir, de ese nuevo billete de un millón de bolívares soberanos, es de apenas… 50 céntimos de dólar.
Esa es, exactamente, la magnitud del robo inflacionista perpetrado por el chavismo en Venezuela contra su población. A la postre, la inflación no es más que un impuesto gubernamental sobre los saldos de tesorería y sobre todas las deudas denominadas en esos saldos de tesorería. El valor de la moneda se deprecia porque los activos con los que cuenta el Estado para respaldarlo son cada vez más exiguos en relación con el 'stock' monetario presente y futuro esperado. En Venezuela, esos activos eran esencialmente los impuestos pagaderos por sus ciudadanos, incluyendo entre sus ciudadanos a PDVSA y sus regalías petroleras: en la medida en que la expectativa de esos ingresos futuros se ha hundido (sobre todo, porque las regalías petroleras se han desmoronado, tanto por la caída de los precios internacionales del crudo cuanto por el colapso de la producción de crudo dentro del país), era inevitable que la inflación hiciera su aparición, salvo que se redujera concomitantemente el 'stock' monetario presente y futuro.
Desgraciadamente, el Estado venezolano no solo no disminuyó el 'stock' esperado de sus pasivos monetarios, sino que procedió a dispararlos para mantener las transferencias presupuestarias a aquellas redes clientelares que, como el ejército, le permiten mantenerse en el poder. Si la cantidad de bolívares se multiplica exponencialmente al tiempo que su demanda se desvanece todavía más rápido, entonces la depreciación de la moneda es un proceso que no tiene fin: quien se desprenda más lentamente de ella será quien mayor poder adquisitivo perderá en favor del extractivismo gubernamental. Y ese extractivismo gubernamental no tiene otra alternativa que aumentar aún más rápido la emisión monetaria para evitar que sus ingresos por señoreaje caigan a cero.
A estas alturas, la estabilización del valor del bolívar se antoja una misión imposible. El descrédito del emisor de la moneda es tan grande que aun cuando se llegaran a equilibrar las cuentas nacionales con recortes del gasto (algo que tampoco parece probable, pues conduciría a la caída del régimen por pérdida de apoyos de los grupos de presión extractivos que lo sostienen), prevalecería una desconfianza estructural tan grande en torno a posibles nuevas monetizaciones de los déficits futuros que la divisa seguiría perdiendo continuamente su valor.
La única solución real al problema hiperinflacionario de Venezuela es la adopción de una moneda extranjera (como el dólar, aunque no necesariamente el dólar) sobre la que el Gobierno venezolano no posea ninguna capacidad de control. Solo desvinculando la moneda de un emisor totalmente desacreditado y con incentivos perversísimos para engañar a sus ciudadanos podrá restablecerse la estabilidad de precios en el país. Una solución que, por cierto, los propios ciudadanos ya han comenzado a adoptar al margen del Gobierno: si no pueden mantener sus saldos de tesorería en el hiperinflacionario bolívar, cada vez más los mantendrán en dólares o en bitcoins. El mercado, de nuevo, remediando los graves entuertos generados por el desatado intervencionismo estatal.
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