Mercantilismo no es capitalismo
República, Guatemala
Hay personas que confunden el mercantilismo con el capitalismo. Incluso llegan a afirmar que Adam Smith, filósofo escoces, quien nació en junio de 1723 en Kirkcaldy y falleció en julio de 1790 en Edimburgo, fue el padre del mercantilismo. Y como confunden mercantilismo con capitalismo o sistema de libre mercado, creen que la afirmación anterior significa igualmente que fue el padre del capitalismo. También suelen pensar que él era un economista. Lo cierto es que no había economistas en esa época.
Adam Smith fue filósofo, y al igual que su amigo David Hume, miembro destacado de la Escuela Escocesa de Filosofía Moral. Se dedicó a la enseñanza de filosofía moral y lógica en la Universidad de Glasgow. Y como notable moralista que era, preocupado por las normas que deben gobernar la conducta humana, escribió su libro La teoría de los sentimientos morales, donde analiza las virtudes que conducen a ser un buen hombre y a vivir una vida feliz. En sus reflexiones examina las teorías de Aristóteles, Cicerón, los Escolásticos, e indudablemente las ideas de Francisco de Vitoria y la Escuela de Salamanca sobre derecho de gentes que conoce por medio de Hugo Grocio, quien difunde en 1609 a través de sus obras las ideas de Vitoria por el mundo protestante, y el Barón Samuel von Puffendorf, quien lee a Grocio, y las difunde por Alemania, Austria, Prusia y Suecia.
Sus lecciones sobre Jurisprudencia – la teoría de las reglas o normas que deben regir a los gobiernos civiles – se encuentran recopiladas en un par de manuscritos publicados en un libro – Lecciones en Jurisprudencia – por el Profesor Edwin Cannan en 1896. En estas lecciones define el fin y papel del gobierno como la protección de los “derechos perfectos” (iura perfecta) de sus ciudadanos. Los “derechos perfectos” nos dice, los que Puffendorf llama “derechos naturales”, son aquellos que el hombre posee tan sólo por el hecho de ser hombre, por ser animal racional – siendo la racionalidad la facultad que por naturaleza exige que actúe según le dicte su raciocinio, su mejor juicio. Por tanto, estos “derechos perfectos” son, afirma, el derecho del hombre a su integridad personal – a no ser injuriado físicamente lastimando su cuerpo –, el derecho a su libertad de comerciar – a no ser restringido en intercambiar bienes y servicios con aquellos que deseen hacerlo –,el derecho a su libertad de hacer uso de su propiedad como considere conveniente – a no ser limitado en el uso de lo que le pertenece –, el derecho a tener una justa estimación de su carácter – a no ser ultrajado en su reputación. En pocas palabras, el derecho del uso libre de su persona y de actuar según lo determine su juicio siempre que no sea en detrimento de otra persona.
Cuando Smith escribe sobre economía, trata el tópico, como era usual hasta entonces, como parte de la moral. Así lo habían hecho desde Aristóteles, todos los filósofos anteriores a Smith, porque como su nombre lo indica, Oikonomos, en griego se refiere a las normas o reglas (nomos) para manejar la casa (Oikos), que para los griegos era la fábrica con su crematística doméstica (producción) y la cataláctica o crematística política (el mercado o intercambio de bienes y servicios). El buen manejo de la economía requiere de las virtudes de prudencia – la aplicación del raciocinio y la experiencia a la identificación de lo que es provechoso para uno y lo que es perjudicial, para buscar lo primero y evitar lo segundo; liberalidad – la aplicación de prudencia y templanza en el manejo o uso de la riqueza o crematística; y sobre todo de la virtud política por excelencia, la justicia como virtud completa, en este caso, la justicia conmutativa – la aplicación de la prudencia a los intercambios comerciales de unos bienes por otros. Así indica Smith el alcance de sus lecciones sobre Jurisprudencia: “Estamos, por tanto, en lo que sigue, limitados enteramente a los derechos perfectos y a la llamada justicia conmutativa… La última en particular con cómo puede injuriarse a un hombre en su propiedad (posesiones).”
El mercantilismo existe desde el siglo XVI, mucho antes de que Smith naciera. El mercantilismo no es un sistema de libre comercio sino por el contrario, un conjunto de ideas políticas sobre conductas económicas que se caracteriza por una fuerte intervención del Estado en la economía y el control de la moneda. Pretende controlar los recursos naturales y mercados exteriores e interiores, protegiendo la producción local de la competencia extranjera, subsidiando empresas privadas y creando monopolios privilegiados mediante la imposición de aranceles a los productos extranjeros buscando la balanza comercial; y el incremento de la oferta monetaria, mediante la prohibición de exportar metales preciosos, y mediante la acuñación inflacionaria, siempre con vistas a la multiplicación de los ingresos fiscales. Smith no fue el padre del mercantilismo, sino que el crítico del mercantilismo.
Su libro Una Investigación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones, publicado en 1775, muestra como la cooperación social es resultado de la prudencia de los individuos, orientados por su propio interés, es decir, por su egoísmo racional, a buscar satisfacer sus necesidades satisfaciendo la de sus prójimos. Demuestra la relación lógica entre los derechos naturales o perfectos con la efectividad del medio, por ser natural, descubierto por el hombre como más fecundo para mejorar su nivel de vida: el derecho de libertad de comerciar con la eficacia de la división del trabajo, con su corolario, la especialización, y el intercambio de bienes y servicios. Señala como el mercantilismo va contra lo natural, ya que consiste en una violación sistemática de los derechos perfectos de los ciudadanos. Su libro es una crítica severa al sistema mercantilista y propone como mejor medio para enriquecer a las naciones, el libre mercado, o sea, la no intervención del estado en la economía. Cito a continuación:
“Nada, sin embargo, puede ser más absurdo que esta doctrina de balanza comercial, sobre la que se fundamenta, no sólo estas restricciones, sino casi todas las otras regulaciones al comercio. Cuando dos lugares comercian uno con otro, esta doctrina supone que, si la balanza es equilibrada, ninguno de los dos pierde o gana; pero si se inclina en cualquier grado hacia un lado, que uno de ellos pierde, y el otro gana en proporción a su declinación del equilibrio exacto. Ambas suposiciones son falsas. Un comercio que ha sido forzado por medio de premios y monopolios puede ser, y comúnmente es, desventajoso para el país que se quiere favorecer mediante su implementación, como me empeñaré en mostrar a continuación. Pero aquel comercio que, sin forzarlo o constreñirlo, se da natural y regularmente entre dos lugares, es siempre ventajoso a ambos.” [Smith, Adam. La Riqueza de las Naciones. Libro IV. Cap. iii.]
El mercantilismo entró en crisis a finales del siglo XVIII y prácticamente desapareció para mediados del XIX, ante la aparición de las nuevas teorías fisiócratas y liberales, las cuales ayudaron a Europa a recuperarse de la profunda crisis del siglo XVII y las catastróficas Guerras Revolucionarias Francesas. Sin embargo, hoy está de vuelta. Los políticos que desconocen las ideas de Smith insisten en resucitarlo. Estimulan la implementación de un “gobierno permisivo”, como lo llama mi amiga María Dolores Arias, que, en lugar de proteger los derechos perfectos, viola las libertades de sus ciudadanos a comerciar como juzguen más conveniente conforme a sus intereses personales. Algunos políticos han pretendido violar el derecho de cada ciudadano a proteger su salud, al insistir que se prohíba que las empresas privadas consigan y apliquen la vacuna contra el Covid 19. Afortunadamente prevaleció la sensatez y el Congreso aprobó una normativa para la importación y distribución privada de la vacuna.
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