Ébola, coronavirus y el cierre de los colegios
Hace pocos meses, en octubre de 2020, publiqué en este mismo espacio una nota titulada: ¿Cuál es el riesgo de no abrir los colegios? Por ese entonces se discutía la posibilidad del retorno a la presencialidad, el cual, a la vista del actual escenario, no contaba con voluntad política a no ser en la Ciudad de Buenos Aires y en alguna otra jurisdicción como lo es la Provincia de Mendoza.
Es claro que la presencialidad implica un riesgo, no hay duda al respecto, pues incrementa la movilidad de la población, lo cual no es un factor menor frente a la facilidad de contagio del COVID. Pero, cómo me preguntaba en aquella nota, ¿se justifica el asumirlo?
No existe nada gratis. Además de analizarse el riesgo de la presencialidad se debe considerar la otra cara de la moneda: el costo que genera el mantener la virtualidad, el cual puede superar ampliamente el beneficio por la reducción de la movilidad.
Por ejemplo, ¿cuántos jóvenes han abandonado el secundario durante ya más de un año y medio sin clases presenciales? ¿Qué será de ellos en el futuro? ¿Se ha tomado en cuenta?
Esta nota ilustra este hecho con evidencia provista por un interesante trabajo publicado hace pocos días en el International Review of Education, titulado, “Consecuencias del Cierre de las Escuelas en el Acceso a la Educación: Lecciones de la Epidemia de Ébola 2013-2016”, el cual examina la deserción escolar, especialmente de los grupos tradicionalmente marginados, en Guinea y Sierra Leona.
Al estallar la epidemia de ébola las escuelas cerraron en ambos países entre siete y nueve meses; esta longitud e intensidad convierten al ébola en la única crisis sanitaria del pasado reciente que ha provocado cierres de escuelas similares a los experimentados en numerosos países durante gran parte de 2020.
El trabajo sugiere que después del ébola, la deserción sufrió un claro incremento, concentrándose el mismo en los estudiantes que concurrían a escuelas secundarias pertenecientes a los hogares más pobres. Las tasas de abandono superaron considerablemente las tasas esperadas previo al ébola.
Por ello, el autor advierte que, de no tomarse en consideración este efecto, existe el riesgo de una inminente expansión de la desigualdad como resultado de largo plazo de las políticas de cierres de escuelas llevadas a cabo en 2020.
¿Y qué decir de nuestra realidad? Vamos camino al año y medio sin clases presenciales para millones de niños y jóvenes. No es posible dudar que la deserción, mayoritariamente en la escuela secundaria, se incrementó, de sobremanera en los hogares más pobres. La brecha educativa, una expresión que debería darnos vergüenza, se ha de ampliar aún más.
Nada es gratis, ¡cómo nos cuesta aceptarlo! No consideremos solamente los beneficios, en términos de reducción en la tasa de contagios y muertes, de reducir la movilidad que implica la presencialidad. Tomemos en cuenta también los costos. Probablemente, de hacerlo, estaríamos salvando la vida de muchos jóvenes de quienes nos estamos olvidando.
El autor es Rector de la Universidad del CEMA y Miembro de la Academia Nacional de Educación.
- 28 de diciembre, 2009
- 23 de julio, 2015
- 10 de febrero, 2014
- 7 de septiembre, 2020
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