Cristiana Chamorro de Lacayo
Repúbica, Guatemala
Daniel Ortega se quedó helado. A fin de cuentas, quería que le dijeran la verdad. No deseaba que lo engañaran, como en 1990, cuando estaba absolutamente seguro de que ganaba las elecciones y así se lo hizo saber a Fidel Castro. El viejo dictador cubano no era partidario de que se “jugara” el poder en unas elecciones libres. Se encolerizó cuando Ortega le explicó que, por imposición de Gorbachov, que no estaba dispuesto a continuar financiando la guerra civil nica, iba a seguir la senda venezolana de Hugo Chávez.
A Ortega le llevaron una encuesta muy bien hecha. Eran 1200 entrevistas que reflejaban la realidad política del país. De acuerdo con los números mostrados, Cristiana Chamorro, si las elecciones hubieran ocurrido la penúltima semana de mayo, habría sacado el 59% de los votos. Daniel Ortega, el presunto contendiente, apenas el 41%. ¡Qué familia para oponerse a sus proyectos de controlar permanentemente a los nicaragüenses!
Por supuesto, Ortega se dotaría de una coartada para tratar de impedirle aspirar a Cristiana. La hizo acusar de “blanqueo de capitales” y de haber recibido dinero de la corrupción para sustentar su campaña. Pero todo fue inútil. Nadie lo ha creído. Era el pájaro tirándole a la escopeta. Todavía existía entre los nicas el recuerdo de lo efectivo que fue el gobierno de Violeta Chamorro y Antonio “Toño” Lacayo en borrar las huellas del sandinismo. Liquidó de un plumazo la hiperinflación que carcomía el sistema productivo. Devolvió algunas propiedades y el país comenzó a crecer y despegar de nuevo. Mantuvo la paz y con el impulso inicial fue capaz de transmitirle la autoridad a otros dos gobiernos liberales. Si no hubo un tercero fue producto de la división de los liberales (el mal político nicaragüense) entre José Rizo y Eduardo Montealegre. Toño Lacayo fue marido de Cristiana, hasta su muerte prematura (2015), como consecuencia de un accidente de aviación. Era perfectamente lógico que los nicas miraran a Cristiana como la salvación para quitarse de encima el salvajismo de Daniel Ortega, que ya contabilizaba a más de 300 opositores muertos.
El 92% de los nicas se disponían a votar en la encuesta que tenía Ortega sobre su mesa. Un porcentaje mayor del que votó en 1990. De acuerdo con la historia de las votaciones, en el momento de sufragar el número de los que acudían a las urnas se reducía en torno al 85%. En todo caso, son muchos y Cristiana estaba algo mejor posicionada que Doña Violeta. Su madre había sacado el 55% de los votos. Ella, repito, el 59 en la encuesta de marras. Pero votar contra el Frente Sandinista era muy diferente y mucho más arriesgado.
Daniel Ortega es visto como un traidor no sólo por sus adversarios, sino también por los sandinistas. Dánae Vilchez, una colaboradora desde Managua del Washington Post, quien se ocupa de examinar la violación de los Derechos Humanos en este país, titula uno de sus artículos “Daniel Ortega, traidor de la revolución sandinista”. El propio Edén Pastora, el mítico Comandante Cero que dirigió la operación que sacó de la cárcel a Ortega, y quien murió recientemente de Covid en Managua respaldando al gobierno, pasó por Madrid en los años ochenta del siglo pasado, invitado por un programa de televisión que dirigía Mercedes Milá. Dijo horrores de Ortega frente a las cámaras.
Pero no se trata sólo del inestable Pastora. El excelente novelista Sergio Ramírez, vicepresidente de Nicaragua durante la década del primer gobierno sandinista, Jaime Wheelock, Henry Ruiz y Dora Téllez entre otros muchos, comenzando con el general Humberto Ortega, hermano del dictador nica, han roto abiertamente con el matrimonio Ortega-Murillo. Dora Téllez ha llegado a comparar a Ortega con Somoza, diciendo que no es infrecuente que quienes combaten a los tiranos acaben pareciéndose a ellos.
Daniel Ortega, es verdad, mataba y mata mucho más que Somoza. Pero hace más de 30 años Ortega creía que tenía la razón y se comportaba como un joven revolucionario idealista que construía el socialismo. Ya no construye nada. El socialismo desapareció de la faz de la tierra y de sus objetivos personales. O mejor aún: construye su fortuna para su disfrute y el de su familia. Es algo así como el Somoza bis. Un viejo calvo y enfermo, como casi todos los que pasan de los 75 años, que se protege obsesivamente de los atentados que seguramente planea un Rigoberto López Pérez revivido. (RLP fue el poeta que en 1956 intercambió su vida por la del fundador de la dinastía de los Somoza).
Al fin y al cabo, el poeta mártir no era miembro del “Frente Sandinista”, que ni siquiera existía, sino del “Partido Liberal Independiente” (PLI) que en el 90, cuando la primera debacle electoral de Ortega, lo dirigía Virgilio Godoy, el vicepresidente de Violeta Chamorro. Lo dicho: ¡Qué familia para oponerse a sus proyectos de controlar permanentemente a los nicaragüenses!
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