El Papa Francisco impulsa un populismo que choca con las enseñanzas de sus antecesores
La semana pasada, Francisco sostuvo: “Siempre, junto al derecho a la propiedad privada, existe el derecho prioritario y precedente de la subordinación de toda propiedad privada al destino universal de los bienes de la tierra y, por tanto, el derecho de todos a su uso”. Y agregó: “A veces, al hablar de propiedad privada, olvidamos que es un derecho secundario, que depende de este derecho primario, que es el destino universal de los bienes”.
En estos dos párrafos la máxima autoridad de la Iglesia Católica está diciendo: el que no produce, tiene derecho a consumir lo que produce otro, incentivando la cultura de la dádiva y hasta incitando al robo del trabajo ajeno.
En el segundo párrafo relativiza la propiedad privada, con lo cual espanta inversiones y pavimenta el camino al aumento de la pobreza y de la desocupación.
Hay varios puntos a resaltar sobre los dichos de Francisco, que parecen estar más imbuidos del pensamiento de un peronista setentista de izquierda, que de la tradición de la doctrina social de la Iglesia.
El primer punto a tener en cuenta es que cuando el Papa, cualquiera sea, opina sobre temas económicos, es una opinión como la de cualquier otro, por lo tanto, los católicos apostólicos romanos la tomamos como la opinión de alguien más, es decir de quien, generalmente, desconoce la materia de la que está hablando.
El católico apostólico romano solo está obligado a seguir la palabra del Papa como “infalible” cuando habla sobre cuestiones de fe. Cuestiones teológicas.
En el Concilio Vaticano I, de diciembre de 1869, se debatió sobre la infalibilidad de la palabra del Santo Padre, y las posiciones estuvieron muy dividida entre los padres conciliares. Recién a mediados de 1870, y luego de largos debates y búsqueda de votos a favor, se logró establecer que cuando el Papa habla de cuestiones de fe, su palabra es inapelable porque “es asistido por el Espíritu Santo”.
No entra en la categoría de definiciones ex cátedra las opiniones de Francisco sobre la propiedad privada o la distribución de la riqueza, ni ningún otro tema económico.
Es más, basta con revisar encíclicas de sus antecesores en el sillón de Pedro, para advertir que Francisco trata de romper con la tradición de, por ejemplo, León XIII. ¿Qué decía León XIII en la encíclica Rerum Novarum, la primera carta sobre tema sociales, de 1891?: «Para solucionar este mal (la injusta distribución de las riquezas junto con la miseria de los proletarios) los socialistas instigan a los pobres al odio contra los ricos y tratan de acabar con la propiedad privada estimando mejor que, en su lugar, todos los bienes sean comunes…; pero esta teoría es tan inadecuada para resolver la cuestión, que incluso llega a perjudicar a las propias clases obreras; y es además sumamente injusta, pues ejerce violencia contra los legítimos poseedores, altera la misión del Estado y perturba fundamentalmente todo el orden social”. Es decir, aquí hay una fuerte defensa de la propiedad privada que Francisco quiere ignorar relativizando el derecho de propiedad.
Clientelismo político
Frente al intervencionismo y estatismo que propone Francisco, puede leerse un texto de Juan Pablo II en Centesimus Annus (1991): “En años recientes se ha afirmado que el desarrollo de los países más pobres dependía del aislamiento del mercado mundial, así como de su confianza exclusiva en las propias fuerzas. La historia reciente ha puesto de manifiesto que los países que se han marginado han experimentado un estancamiento y retroceso; en cambio, han experimentado un desarrollo los países que han logrado introducirse en la interrelación general de las actividades económicas a nivel internacional“. Una categórica propuesta de integración económica al mundo en vez del modelo de sustitución de importaciones que propone el actual Gobierno al cual parece tan afecto, Francisco.
También dice, Juan Pablo II en la misma encíclica: “La Iglesia reconoce la justa función de los beneficios, como índice de la buena marcha de la empresa. Cuando una empresa da beneficios significa que los factores productivos han sido utilizados adecuadamente y que las correspondientes necesidades humanas han sido satisfechas debidamente”. Un texto que podría haber sido extraído de cualquier autor de la escuela austríaca de economía que marca la utilidad como la forma de determinar la correcta asignación de los recursos productivos.
Otro párrafo de Juan Pablo II en su encíclica Sollicitudo rei Socialis (1987): “Es menester indicar que en el mundo actual, entre otros derechos, es reprimido a menudo el derecho de iniciativa económica. No obstante eso, se trata de un derecho importante no sólo para el individuo en particular, sino además para el bien común. La experiencia nos demuestra que la negación de tal derecho o su limitación en nombre de una pretendida «igualdad» de todos en la sociedad, reduce o, sin más, destruye de hecho el espíritu de iniciativa, es decir, la subjetividad creativa del ciudadano. En consecuencia, surge, de este modo, no sólo una verdadera igualdad, sino una «nivelación descendente». En lugar de la iniciativa creadora nace la pasividad, la dependencia y la sumisión al aparato burocrático que, como único órgano que «dispone» y «decide » -aunque no sea «Poseedor»- de la totalidad de los bienes y medios de producción, pone a todos en una posición de dependencia casi absoluta, similar a la tradicional dependencia del obrero-proletario en el sistema capitalista”.
Claramente, Juan Pablo II se refiere acá a lo que podemos llamar el desarrollo de la capacidad de innovación del individuo como forma de progreso y dignidad. En otras palabras, habla de la iniciativa privada y muestra cómo el estado burocrático nivela hacia abajo y lo somete al aparato burocrático. Dicho en términos actuales: clientelismo político.
De lo anterior se desprende que si hoy Juan Pablo II hubiese estado en el Papado, Grabois salía eyectado del Vaticano.
Populismo versus cultura del trabajo
Como puede verse, hay opiniones muy encontradas entre el populismo que propugna Francisco y la cultura del trabajo que impulsaba Juan Pablo II.
Es que Karol Wojtyła había sufrido en carne propia la dictadura nazi y comunista. Sabía lo que significan esos sistemas opresivos y fue un Papa que tuvo un rol fundamental en la caída del muro de Berlín, en particular por su apoyo al sindicato Solidaridad de Polonia.
Los dichos de Francisco relativizando el derecho a la propiedad privada no hacen más que aumentar la pobreza por falta de inversiones y la indignidad de las personas que dependen del puntero político para alimentar a su familia.
Desde lo estrictamente económico, con sus palabras Francisco no sólo impulsa la pobreza, la desocupación y la indigencia con sus dichos, sino que va en contra de sus antecesores en la amplia literatura que puede encontrarse en las encíclicas que se refieren a la propiedad privada.
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