El lenguaje económico (V): La biología
Cuerpo, salud y enfermedad
Es frecuente hablar del «cuerpo» social como sinónimo de sociedad. Por ejemplo, el famoso Leviatán (1651) de Hobbes muestra un dibujo alegórico del soberano: un gigante portando corona, cetro y espada cuyo cuerpo está formado por minúsculos individuos o súbditos. La «mano invisible», que acuñara Adam Smith en La riqueza de las naciones (1776), es probablemente la metáfora corporal más conocida. En el ámbito académico se llama «corpus» (cuerpo) al conjunto de datos y textos relativos a una disciplina. El médico y economista francés François Quesnay (1694-1774), fundador de la Escuela fisiocrática, decía que el dinero en la economía era como la sangre en el cuerpo humano. Y si admitimos que la sociedad o la economía son como un cuerpo biológico, resulta inevitable pensar que éste puede estar «enfermo» y que, cual médico, «el Estado puede contribuir significativamente a curar la enfermedad» (Samuelson y Nordhaus, 2006: 34). Los apóstoles de Keynes afirman que una economía «debilitada» se puede fortalecer con las «vitaminas» que le administra el gobierno en forma de inflación. Un buen ejemplo de «estímulo» económico fue el ruinoso Plan E: la pócima keynesiana del gobierno de Zapatero, cuyo resultado fue rematar al enfermo. Por su parte, los austriacos dicen que la inflación es un «cáncer» y los sindicalistas afirman que la retirada de ayudas gubernamentales a ciertos sectores —siderurgia, automovilístico— debilita el «músculo» industrial o el «tejido» empresarial.
La ley de la selva
En la naturaleza los animales viven en libertad. El depredador situado en un escalón superior de la cadena trófica se alimenta del animal situado en otro inferior. El primero solo puede sobrevivir a expensas del segundo, dicho coloquialmente: el pez grande se come al pez chico. Cuando se afirma que el capitalismo laissez-faire es la «ley de la selva» se producen varias y desafortunadas analogías. Se piensa que las empresas actúan como los peces, por ejemplo, que el gran distribuidor comercial se «come» al pequeño comercio; o que los empresarios se «alimentan» (explotan) de sus empleados, sustrayéndoles la mítica plusvalía. Surgen múltiples metáforas que llevan asociada una condena moral: los especuladores financieros son «tiburones» y los fondos de inversión (capital riesgo) especializados en la compra de activos muy depreciados son «buitres».
Estos tropos biológicos aplicados a la economía carecen de sentido desde cuatro ópticas: A) Biológica: La cadena trófica o alimentaria forma parte del funcionamiento natural de cualquier ecosistema. No hay animales «buenos» y «malos». Los tiburones, lobos, hienas y buitres —vistos por el público con antipatía— no son ni mejores ni peores que el resto de animales. B) Moral: La conducta animal es instintiva. Sólo la «acción humana es intrínsecamente moral, está referida al orden moral» (Ayuso, 2015). C) Institucional: En la selva no hay instituciones —derecho, comercio, justicia, seguridad— que resuelvan los intereses antagónicos entre las especies. En el libre mercado, en cambio, la conducta humana queda sometida a los principios generales del derecho: buena fe, honradez, veracidad, lealtad, etc. Y como los hombres no son ángeles, la ley sanciona a los infractores. D) Económica: En la naturaleza, las relaciones entre especies (con excepción de la simbiosis) son de tipo «suma cero»: unos ganan a expensas de otros. En el mercado, quienes intercambian obtienen un beneficio mutuo.
Tampoco los darwinistas sociales aciertan al afirmar que la sociedad es una «lucha» por la supervivencia entre los más aptos frente a los menos aptos, una pugna entre ricos y pobres, entre patronos y empleados o más últimamente, entre sexos. «El concepto de lucha por la existencia, que Darwin tomó de Malthus sirviéndose de él en la formulación de su teoría, ha de entenderse en un sentido metafórico» (Mises, 2011: 210). En definitiva, no hay nada «salvaje» en el sistema capitalista. En el mercado no se libra una lucha a muerte por la supervivencia, sino la pacífica cooperación a través de la división del trabajo (Mises, 2011: 174):
Los dos hechos fundamentales que originan la cooperación, la sociedad y la civilización, transformando al animal hombre en ser humano, son, de un lado, el que la labor realizada bajo el signo de la división del trabajo resulta más fecunda que la practicada bajo un régimen de aislamiento y, de otro, el que la inteligencia humana es capaz de reconocer esta verdad.
Fondos buitre
Se llama —peyorativamente— fondo «buitre» a un específico tipo de inversor especializado en la compra de activos muy depreciados y de alto riesgo: deuda pública de gobiernos poco solventes, empresas en quiebra, hipotecas de difícil cobro, etc. Al igual que los buitres se alimentan de lo que otros animales desechan —carroña—, los fondos «buitre» asumen los trabajados y riesgos que la mayoría de inversores elude. Su labor, lejos de ser censurable, cumple una función económica de gran importancia. Primero, respecto de los gobiernos, estos inversores no caen en la trampa de ceder ante las «reestructuraciones» de deuda y quitas, chantaje político cuya finalidad es obtener coactivamente un descuento. Un gobierno tiene poder absoluto para coaccionar y confiscar la propiedad privada, pero sólo en su ámbito soberano. Los fondos de capital riesgo, afortunadamente, acuden a la justicia privada internacional para obligar a los gobiernos a honrar sus pactos: Pacta sunt servanda. Sin ir más lejos, el gobierno de España acumula 42 arbitrajes internacionales que reclaman 15.000 millones de euros por lucro cesante (recorte de las subvenciones en la producción de energía renovable). Con respecto a las empresas, los fondos «buitre» compran compañías quebradas y las reflotan para luego venderlas. Esto no es distinto a comprar una casa en ruinas, reformarla y venderla a un precio superior. Los vendedores de los activos depreciados, por su parte, aceptan las ofertas (supuestamente abusivas) porque claramente les beneficia. Si los fondos buitre no existieran se produciría un mayor consumo de capital. Algo parecido podríamos decir de los «tiburones» financieros, esos míticos villanos cinematográficos que especulan en bolsa e intrigan para hacer caer la cotización de un activo mediante posiciones «cortas» —mal llamadas «bajistas»— (Lacalle, 2013). La realidad muy distinta: los inversores toman decisiones basadas en un riguroso análisis de la situación de cada empresa, del sector y la competencia. Por tanto, resulta maniqueo dividir metafóricamente a los inversores en «ángeles» (business angels) y «tiburones» cuando todos buscan un mismo fin: obtener beneficios de su actividad especulativa. Los especuladores, en búsqueda de lucro, de forma no intencionada, provocan un «mejor» —más aproximado a la realidad— ajuste en el precio de las acciones. Sólo tras un reflexivo análisis praxeológico puede el economista advertir la importante función social de los míticos «tiburones» y «buitres» económicos.
Desempleo endémico
Un endemismo es una especie —vegetal o animal— que habita en un área única y limitada. Cuando se dice, por ejemplo, que en España o en Grecia el desempleo es «endémico» podemos cometer el error de olvidar que el paro es un fenómeno institucional. El desempleo nada tiene que ver con la biología, la latitud o el clima, sino que es consecuencia exclusiva del intervencionismo. La legislación laboral es la principal causante del paro, pero otras regulaciones —comercial, industrial, turística, urbanística— reducen artificialmente el número de empresas, autónomos y empleados. En una economía no interferida por el gobierno, «para encontrar trabajo, el interesado, o reduce sus exigencias salariales, o cambia de ocupación, o varía el lugar de trabajo» (Mises, 2011: 708). No es endémico el desempleo, lo único que es habitual y permanente es la obsesión regulatoria de las autoridades.
Bibliografía
Ayuso, M. (2015): «El Estado como sujeto inmoral». Recuperado de:
Kotler, P. y Armstrong, G. (2003): Fundamentos de marketing. México: Pearson.
Lacalle, D. (2013). Nosotros, los mercados. Barcelona: Deusto (Kindle).
Mises, L. (2011). La acción humana. Madrid: Unión Editorial.
Pino, F. del (2020): «El confinamiento como experimento totalitario». Recuperado de: https://www.fpcs.es/el-confinamiento-como-experimento-totalitario/
Porter, M. (2009). Estrategia competitiva. Madrid: Pirámide.
Rodríguez Braun, C. (2002): «Nuestro lenguaje envenenado. La retórica de la economía». Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=dNR3FHlTwtw
Samuelson, P. y Nordhaus, W. (2006): Economía. Méjico: McGraw-Hill
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