Argentina: Un gobierno de megalómanos
La Prensa, Bueno Aires
La vicepresidente ha contagiado a varios funcionarios, sobre todo al presidente, de un peligroso trastorno de personalidad el cual los hace exagerar y manipular a personas y situaciones en pos de sus objetivos. Muestra el presidente un carácter débil e indeciso, que se torna agresivo y a veces grosero cuando siente que no puede controlar a la opinión pública.
Es preocupante a nivel interno, pero también a nivel internacional, ya que Argentina es un país vulnerable y dependiente de una buena relación con los países que necesitamos para mejorar nuestro nivel de vida y para conseguir el apoyo de organizaciones de crédito.
A la pandemia del coronavirus se le agregan en el frente externo las negociaciones con el FMI y otras complicaciones. Las políticas de Argentina en el Mercosur, según dijo el canciller uruguayo, están obligando a formar un bloque autárquico. Acusó al gobierno argentino de no fundamentar sus decisiones: "Es el no por el no", dijo.
El creerse superior y reflejarlo en sus discursos con actitud irritante ha afectado también la relación con Chile, Brasil, Suecia, Finlandia, Estados Unidos y otros países, provocando declaraciones aclaratorias de las equivocaciones, en algunos casos, y límites por otras de más elevado calibre.
La política exterior frente a los países de cultura occidental deja mucho que desear, nos estamos quedando con pocos con los que negociar acuerdos comerciales. China y Rusia, los favoritos, aprovechan la situación de aislamiento en la que se encuentra Argentina para obtener en un futuro una situación privilegiada.
Una vez más, no importa la mejor manera de elevar el nivel de vida ni el costoso efecto sino el ego desmedido y los resultados favorables en una justicia cada vez más dependiente para los problemas de la vicepresidente.
Al irritar el Gobierno al primer mundo reniega del carácter cooperativo e internacionalista que conviene, no sólo a América Latina sino a la sociedad planetaria en la que vivimos. No tiene en cuenta las percepciones cada vez más negativas que generan, no sólo en potenciales inversores sino también en banqueros y en quienes elaboran el índice del riesgo país.
Se comete un error fundamental: pensar que Argentina puede, eventualmente, vivir aislada y tener una política exterior propia, yendo en muchos casos contra los valores occidentales, ajena a la de sus vecinos y a la de los países desarrollados. No se entiende que es necesaria la interdependencia en vez de barreras y contenciones.
Esta gestión apoya decisiones arbitrarias de los dictadores de Venezuela, Cuba y Nicaragua, también de Irán, que lesionan los derechos civiles. Esta postura muestra una actitud ideológica que olvida el sufrimiento de seres humanos y aleja a los países democráticos.
Inflación
El Gobierno, en el plano de la política interior, está obligando a los argentinos a apuntalar medidas que no son favorables al progreso ciudadano, sino a quienes gobiernan. Es así como se ha desvalorizado la Justicia y se acepta, mansamente, que se utilice la emisión y la inflación para imponer sus decisiones arbitrarias.
Acostumbrados como están los argentinos a sufrir el fenómeno inflacionario, saben de memoria que es un peligroso enemigo de la estabilidad económica y de la ética de la República, sin embargo, pocos son los que ponen el grito en el cielo al ver que el gobierno se empeña en mantenerla, cuando la casi totalidad de los países desarrollados y en vías de serlo han bajado sus índices al máximo, conscientes del peligro que representa para el bienestar de la población.
Es tan importante combatirla como a la pandemia, porque aunque es un problema económico, son los políticos la que la generan provocando un enorme déficit por el gasto exorbitante del Estado. Aunque busquen chivos expiatorios, es el gobierno actual el responsable directo del proceso inflacionario, es quien debería disolver los mecanismos monetarios y financieros creados para solventarlo acabando lo más rápido posible con el crecimiento patológico de la emisión de moneda.
La inflación no es culpa del desempleo o del alza desproporcionada de los precios, ni de la caída estrepitosa del ahorro en moneda nacional, tampoco de la corrupción generalizada. Sin embargo, los responsables de la política económica se limitan a criticar al gobierno anterior haciéndolo responsable de su fracaso y, alegremente, siguen emitiendo sin respaldo y aumentando los controles en casi todos los ámbitos de nuestra vida, restringiendo peligrosamente la acción electiva.
Diciendo que piensan en el país (los que viven en él son de palo) perjudican a los asalariados en primer término, jubilados y pensionados, a todos los que dependen de una pequeña renta fija quienes son los más afectados por el aumento de los precios. Saben las consecuencias de emitir desmedidamente, pero se acercan las elecciones y hay que posibilitar el consumo, aunque sea por unos meses. Después, Dios dirá. Han aumentado la vulnerabilidad y el empobrecimiento en pos del berretín de quedarse con el poder.
Límites
Hay un límite a la paciencia y a la buena voluntad, tanto de las naciones vecinas como de los europeos y de Estados Unidos. También de cada vez más argentinos: están tirando demasiado de la cuerda sin medir las consecuencias, con su oratoria exhibicionista y confrontativa. El mal aliento que el gobierno expande con su crítica anticapitalista y antidemocrática está provocado cada vez más antipatía, es incompatible con el ideal de justicia social que pregonan.
Tanto el presidente como Cristina Kirchner y su hijo Máximo subrayan en sus discursos la autonomía del gobierno, en realidad, siempre la tuvieron, como lo muestran en la actualidad haciendo lo que les parece, sin analizar hacia donde nos llevan sus decisiones.
No defienden nuestros intereses económicos ni negocian o trabajan para mejorar nuestro futuro, quitando trabas y creando condiciones para que vengan inversiones. Apelan al orgullo nacional, a que no le tuerzan el brazo los laboratorios y el FMI, a la soberanía, en nombre de ideas nacionalistas. En realidad no tienen en cuenta al ciudadano de a pie, quien es el que sufre más los vaivenes económicos y sus consecuencias, pretenden dominarlos mediante la dependencia a los planes.
Poco se gana en el logro de las políticas sociales si el camino recorrido en este sentido es repelido con la política económica. Un papel más importante juega el empleo que permite obtener un ingreso y satisfacer las necesidades en el mercado y además la existencia de un régimen democrático.
Los argentinos están siendo subordinados a los intereses del gobierno quien pretende someterlos, coactivamente, mediante impuestos distorsivos, nacionalizaciones, persecución de empresas y cerrándoles los ojos y la boca mediante un intervencionismo perverso. Sus discursos desafiantes se van a acabar cuando las consecuencias de su política sanitaria se les vengan encima.
Alberto Fernández dio cátedra sobre cómo luchar contra la pandemia criticando a otros gobiernos con odiosas comparaciones. No se alineó con los problemas de los países democráticos, por el contrario se puso en contra de la opinión pública mundial, su gestión va a contramano del interés general. Llama la atención que vacunas que llegaron en enero-febrero se estén utilizando recién en estos días antes de las elecciones.
Por otro lado, insistir en no permitir que tuviéramos la vacuna Pfizer por una absurda tozudez y empeñarse en mantener la decisión de no borrar una cláusula mientras morían tantas personas y quedaban desprotegidos chicos con problemas de salud, merece una calificación aparte, quizá de mala praxis política, por la que este gobierno deberá ser juzgado.
No se salvará Cristina cuando la sociedad y una justicia más valiente la convoque para dar cuenta de sus actos. Ella es la que dirige el barco, aunque intente poner por delante del fracaso a Alberto Fernández, no zafará cuando haya que hacerse cargo de las consecuencias, en las que cuenta, pudiéndose haber evitado, la muerte de tantas personas.
No hay medidas tendientes a salir de la crisis sino a mantenerse contra viento y marea en el poder. Están relegando al país del concierto mundial, habrá que ver si esta falta de visión de la realidad no es aceptada, una vez más, por parte significativa de la sociedad. Mostrarán las urnas si las casi 100.000 muertes que revelan la impunidad con que gobiernan pesan más que los planes sociales.
El nacionalismo trasnochado sigue perturbando al país al exigir un gobierno autoritario que no permite criticar los dogmas que desde hace décadas deben ponerse en duda. El resultado de esta actitud megalómana es que la legalidad está siendo erosionada gravemente, así también el consenso democrático como instrumento para políticas alternativas y para la renovación de las autoridades en las próximas elecciones.
Se están presentando muchos candidatos para los distintos cargos que se juegan en noviembre. La ciudadanía debería apostar por quien esté mejor preparado para liberar a la opinión pública del control del Estado, pelear por la seguridad jurídica y liquidar al sistema corporativo, dejando de lado a quienes quieren violar las reglas de gobierno limitado. Por ello es primordial no dar consenso a una política destructiva del sistema de partidos.
No podemos pretender las mismas estrategias del pasado pero si aprender de ellas cuando han sido exitosas. Argentina fue ejemplo mundial cuando se crearon reglas de juego para un crecimiento fulminante como el que emprendió la Generación del "80, reglas que permitieron atraer capitales, tecnología y saber. Por ello llegó a ser el país más importante de habla hispana y uno de los 10 más importantes del mundo.
Tenemos que ser vigilantes de nuestras libertades, el futuro está abierto pero no deberíamos, por apasionamiento, olvidar que la decisión de cada uno cuenta en el resultado de las futuras elecciones para que puedan realizarse, o no, mejores posibilidades. Ojalá esta vez nos equivoquemos menos.
La autora es Miembro de Número de la Academia Argentina de la Historia. Miembro del Instituto de Economía de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Premio a La Libertad.( Fundación Atlas).
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