La teoría del cierre categorial y la economía (II): Monismo, dualismo y pluralismo
Puede verse tambien la Parte I de este trabajo
Una de las críticas que me veo obligada a hacer a Luis Carlos Martín Jiménez en su libro El mito del capitalismo es que no haya expuesto la teoría de la demarcación científica de Gustavo Bueno, para a continuación repasar aunque fuera someramente las principales ideas sobre cuál es el papel de la economía en la ciencia, y comenzar, de inmediato, con lo que es en su libro la primera página. Lo primero lo da por sabido, lo cual me hace pensar que es un libro de consumo interno dentro de la comunidad buenista. Pero creo que facilitaría que se entendiese mejor dentro del ámbito de la teoría económica. Por mi parte, he intentado formular, seguro que con escaso éxito, una descripción de la teoría de demarcación científica del cierre categorial, que podrá servir al menos para comprender los siguientes artículos.
Una vez dado ese paso, el siguiente creo que es el debate monismo-dualismo. Gustavo Bueno, y su escuela, es materialista. El materialismo de Bueno es una proposición negativa sobre la realidad: La negación de que existen sustancias espirituales. Y, por ser más precisos y por citar al propio autor, lo que él defiende es lo que sigue: “El materialismo, en general, podría definirse como la negación de la existencia y posibilidad de sustancias vivientes incorpóreas”.
Esta postura lleva naturalmente al monismo, es decir, a la posición filosófica de retrotraer todos los fenómenos, y también el pensamiento humano, a un único principio, que es el material. Gustavo Bueno, sin embargo, no es monista. Lo cierto es que el materialismo así entendido conduce a desesperantes caminos sin salida, y quizás Bueno fuera consciente de ello. Y por eso él es materialista pluralista. Sólo queda saber qué quiere decir eso.
El materialismo monista lo reduce todo a un único principio, que es el material. O, digamos, el corpóreo. Bueno propone un materialismo pluralista basándose en la constatación de que hay realidades materiales que no son corpóreas. La distancia entre A y B, por ejemplo. O las ondas electromagnéticas.
Aunque ampliásemos el concepto de materia para incluir todas esas realidades no corpóreas, el materialismo de Bueno sigue siendo pluralista. Y para entenderlo, tenemos que recurrir al concepto de symploké. El symploké es un principio por el cual los fenómenos del mundo están relacionados entre sí, pero no de una forma contínua y total, sino discontinua y parcial. Esto lleva a negar la posibilidad de dar una explicación única a todos los fenómenos del mundo. No es monista, tampoco reduce los fenómenos a dos principios (cuerpo-alma o materia-Dios), por lo que es pluralista. Ese pluralismo conduce a la necesidad de cohonestar en un cuerpo teórico aspectos relacionados, pero no por completo, de la realidad. Y es aquí donde se hace necesario un cierre categorial.
Pero vamos al curso que le da Martín Jiménez a esas ideas. Martín entiende que la libertad es, en realidad, libre albedrío. Y que el libre albedrío es la consecuencia lógica del dualismo. Ese dualismo proclama que el determinismo de la materia no afecta al pensamiento, porque éste responde a un principio propio; al alma.
Dice Luis Carlos Martín (p130): “Desde el materialismo filosófico no aceptamos la idea del yo libre como fundamento actual o futuro de la política o de los mercados, porque si el libre arbitrio es un concepto incompatible con el determinismo materialista, entonces la libertad económica no podrá hacerse consistir en la libertad individual de elección en el mercado, sino en la realidad del mercado pletórico mismo, que hace posible la formación de elecciones determinadas”.
En este punto es necesario recurrir a Friedrich A. Hayek. No por su definición de coacción, que es insuficiente, sino porque por un lado es indudable que fue un defensor de la libertad en términos amplios, y también de la libertad económica, pero por otro lado tiene una obra sobre el origen de las ideas que hace referencia precisamente a estas cuestiones. Me refiero, claro está, a El orden sensorial.
Hayek explica la mente como un orden, como un conjunto de relaciones dentro del cuerpo humano, cuya estructura se corresponde de algún modo con la del mundo exterior. La función de la mente no es tener un conocimiento exhaustivo de ese mundo, sino permitir al sujeto, y a la especie, reaccionar de manera adecuada a los fenómenos externos; también a la interacción con otros sujetos. Del mismo modo, ese conjunto de relaciones, ese orden, es el que nos permite ver y entender el mundo, de tal modo que “La tesis central de la teoría que aquí se expone es que no sólo una parte, sino todo el conjunto de las cualidades sensoriales es, en este sentido, una ‘interpretación’ basada en la experiencia del individuo o de la especie”. En otra ocasión iré a la relación entre estas ideas de Hayek y las de Immanuel Kant.
De modo que Hayek no plantea la existencia de de una sustancia que sea el pensamiento. Es más, la critica en su libro: “Las teorías dualistas son producto de la costumbre, adquirida por el hombre en su más primitiva observación de la naturaleza, de suponer que en todos los casos en que ha podido observar un proceso específico y distinto, éste tiene que deberse a la presencia de una correspondente sustancia, específica y distinta”. Pero considera que “concebir la mente como una sustancia significa atribuir a los acontecimientos mentales ciertos atributos de cuya existencia no tenemos prueba alguna, y que postulamos únicamente basándonos en la analogía con lo que sabemos de los fenómenos materiales”.
Pero negar el dualismo, una posición que concuerda con su filosofía de la mente, no le impide hacer esta consideración: “Mientras que nuestra teoría nos lleva a negar cualquier dualismo en las fuerzas que rigen los ámbitos de la mente y del mundo físico, respectivamente, al mismo tiempo nos fuerza a reconocer que, a efectos prácticos, siempre habremos de adoptar un punto de vista dualista”.
¿Por qué? Porque no podemos dar una explicación material específica a las ideas específicas (Mises, 1949). O, como dice Hayek, “cualquier explicación de los fenómenos mentales que podamos esperar conseguir alguna vez no podría ser suficiente para unificar todo nuestro conocimiento, en el sentido de que fuéramos capaces de sustituir enunciados sobre acontecimientos físicos concretos (o clases de acontecimientos) por enunciados sobre acontecimientos mentales, sin cambiar así el significado del enunciado”. Es decir, que “nunca seremos capaces de salvar la distancia entre los fenómenos físicos y los mentales; y a efectos prácticos, incluido el procedimiento apropiado para las ciencias sociales, hablaremos de contentarnos permanentemente con una visión dualista del mundo”. De modo que nos quedamos con el dualismo como posición permanentemente provisional.
Dualismo significa aquí no que haya una sustancia espiritual, sino simplemente que nunca podremos llegar a conocer cómo se forman las ideas de modo específico, y por tanto tenemos que actuar como si el mundo fenomenológico no estuviese causado por fenómenos estrictamente materiales. Es decir, que la teoría de Hayek restituye el principio del libre albedrío, al menos a efectos prácticos.
Vamos ahora a la crítica a las palabras de Luis Carlos Martín. La libertad no exige el libre albedrío. La libertad, en términos políticos, lo que exige es la ausencia del uso, o la amenaza del uso, de la violencia física. La libertad política no se refiere ni a la explicación del origen de las ideas, ni a fenómenos psicológicos, ni a la fortaleza del carácter o al número de opciones que se encuentre uno en su camino. Se refiere a la capacidad de someter la voluntad de otro a la propia, por medio de la violencia física.
El elemento de la violencia física es muy importante, pues independientemente de la posición filosófica que uno asuma, el cuerpo es propio de cada persona. Y el daño físico sobre él es un medio que puede resultar muy eficaz a la hora de torcer su voluntad, y someterla a la de otra persona. Además, ese daño es delimitable e identificable, mientras que la mera capacidad de convencer a la otra persona no supone un menoscabo de su libertad. Es más, cambiar de parecer sin una amenaza física forma parte de la misma. En este punto, ningún materialismo puede desmentir la idea liberal de libertad, pues lo que la define es uso del elemento material de la persona.
Ahora podemos volver sobre las palabras de Martín con algún escepticismo. En la página anterior a la citada, incide el autor sobre la idea de libertad como fundamento de la economía de mercado. Y la niega; lo hace en nombre del determinismo: “El colmo de la ‘idiotez’ (de idiocia) será atribuir la decisión libre al sujeto, ya sea por su juicio (una vez que se atreve a pensar), ya porque ‘haga lo que le dé la gana’, donde ganas y gustos están absolutamente determinados y no se eligen; le vienen a cada cual dados y tiene que asumirlos como pueda”. Defender lo contrario es la “apoteosis de la defensa de las cadenas que expresa el fundamentalismo democrático y el fundamentalismo de mercado; a saber, la idea del sujeto que basa sus decisiones en una voluntad y un entendimiento propio y libre”.
Ya hemos visto que podríamos ser materialistas monistas y deterministas, y ello no afectaría a nuestra libertad política, por el simple hecho de que no podemos conocer qué es lo que determina exactamente nuestras ideas, y a efectos prácticos es como si no estuviesen determinadas. Dada esa ignorancia, podríamos decir que un daimón, una fuerza insondable y externa, guía nuestras decisiones. Nada de ello afecta al principio de la libertad política (ausencia de coacción).
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