¿Rescatará el Partido Comunista chino a Evergrande?
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Los problemas de liquidez de Evergrande son incuestionables: pasivos de 300.000 millones de dólares (buena parte de los cuales poseen un vencimiento a corto-medio plazo) y apenas 15.000 millones de dólares en tesorería, junto con unos 200.000 millones de dólares en inventarios muy difícilmente realizables de inmediato a buen precio. Así las cosas, parecería que Evergrande amenaza con ser el Lehman Brothers chino (o, mejor dicho, las hipotecas 'subprime' chinas), de modo que, a tenor de nuestra experiencia hace casi 15 años, la respuesta más lógica por parte del Gobierno chino frente a este problema parecería que es rescatar a la inmobiliaria y evitar males mayores. ¿Pero realmente el Gobierno chino está pensando en rescatar a Evergrande?
Al formular esa pregunta, no me estoy refiriendo a si el Gobierno chino va a arbitrar medidas que vayan a actuar como cortafuegos ante una posible caída de la promotora: es obvio que eso sí ocurrirá y, de hecho, en parte ya ha ocurrido (recientemente, el Banco Popular de China inyectó 15.000 millones de dólares en el sistema financiero del país para reforzar su liquidez frente a las presentes turbulencias). No, con esta pregunta me estoy planteando si cabe esperar que se produzca un rescate total de la compañía por el Estado chino: a saber, o adquisición a precios inflados de sus activos (vía 'inmobiliaria mala') o aval al 100% de sus deudas.
Y aunque pueda parecer tentador pensar que un Estado con tanta solvencia como el chino terminará socializando las pérdidas de Evergrande, para así estabilizar la situación (algo que, desde luego, sigue siendo un escenario verosímil), permítanme ofrecerles razones por las que acaso ese rescate no termine produciéndose. Razones que son tanto de índole económica como ideológica.
En primer lugar, la situación actual por la que atraviesa Evergrande es consecuencia directa de que el Gobierno chino haya precipitado (habría terminado ocurriendo igualmente, pero lo ha acelerado) el pinchazo de la burbuja inmobiliaria del país. En enero de este año, entraron en vigor las llamadas 'tres líneas rojas' de China, merced a las cuales se limita el grado de apalancamiento al que pueden exponerse las promotoras del país. En términos generales, todas ellas fueron afectadas en mayor o menor medida y Evergrande lo fue en una medida máxima (prohibiéndosele aumentar su endeudamiento en términos absolutos). Y es que la burbuja inmobiliaria le preocupa al Gobierno chino: en la actualidad, el ladrillo representa directa o indirectamente cerca del 30% del PIB del país, por encima del nivel que alcanzamos en España en el punto más alto de nuestro insostenible 'boom'.
O, dicho de otro modo, la estructura productiva china se está escorando hacia sectores de bajo rendimiento (como el ladrillo), desatendiendo la expansión de otros con mayor potencial, tales como los tecnológicos. Acaso por ello, el porcentaje de exportaciones chinas con contenido tecnológico lleve un lustro estancado y la productividad total de los factores, después de haberse incrementado de manera muy considerable a lo largo de los noventa y de los dos mil (gracias a la transformación sectorial y a la incorporación de tecnología), haya frenado su ritmo de mejora.
Por consiguiente, si el Gobierno chino pretende pinchar la burbuja, no parece que lo más razonable sea rescatar a uno de los principales artífices de esa burbuja: de hacerlo, solo lograría 'zombificar' la economía y atascar los recursos allí donde no desea que estén (el ladrillo). De hecho, la actitud que adoptó en febrero el Gobierno chino ante la quiebra de HNA Group (un 'holding' con inversiones inmobiliarias y unos pasivos de más de 100.000 millones de dólares) fue la de no interferir, permitiendo por tanto la liquidación de los excesos privados.
Pero es que, en segundo lugar, hace pocas semanas el Partido Comunista de China también lanzó la campaña proto-represiva de 'prosperidad compartida', con la que pretende apelar al gran ideal de la desigualdad para ir decapitando las grandes fortunas no alineadas del país (la aspiración es que no existan contrapoderes al del Partido Comunista y, por tanto, los milmillonarios son potenciales enemigos a batir). La retórica que se está desplegando estos días en el país (a saber, que los ricos han de ser menos ricos para que emerjan las clases medias) casaría muy mal con que ahora el Partido Comunista optara por rescatar a esa megaempresa capitalista altamente apalancada a costa del conjunto de los contribuyentes chinos.
En definitiva, aunque el rescate total sea la solución aparentemente más sencilla para evitar problemas en el corto plazo, no está claro que lo que se busque en China no sean precisamente esos problemas en el corto plazo.
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