El exceso de ideas lleva a la radicalización
Aunque sigo pensando lo mismo, esta vez me toca escribir en contra de las ideas. Y más concretamente contra el exceso de estas que produce una élite intelectual cada vez más fuera de la realidad.
Esta semana hemos asistido a la politización de un suceso trágico. La muerte de una niña por un desgraciado accidente. Hasta hace apenas unos años era totalmente impensable que algo así pasará de unas pocas líneas en la sección de sucesos de la prensa, y los implicados tendrían la inmediata compasión de todos los ciudadanos, sin importar su ideología.
¿Por qué no ha sido así esta vez? Hay que alejarse bastante del suceso para intentar averiguar de dónde viene esta obsesión de una pequeña pero influyente parte de la sociedad por politizar absolutamente todo.
Para hacerlo más fácil vamos a imaginar que nos llamamos Andrés, estamos licenciados en ciencias políticas y compartimos piso en Malasaña mientras esperamos nuestra oportunidad medrando en algún ente vinculado a los partidos de izquierda. ¿Con qué podríamos pasar el rato mientras nuestro momento llega?
Leer sobre las últimas tendencias de nuestra ideología siempre abre puertas en este mundillo. El problema es que los temas clásicos ya están muy manidos y para mantener tu interés se tienen que producir constantemente nuevas ideas. Una maquinaria cada vez más grande funcionando a pleno rendimiento para satisfacer un apetito cada vez mayor.
La demanda de ideas es tan grande que se utiliza cualquier cosa que esté en el imaginario del potencial lector. Y eso lleva la ideología a ámbitos donde nunca había estado.
Es así como el medio de transporte que utilizan los padres para llevar a sus hijos al colegio ha llegado al debate público. Andrés no tiene dinero para comprarse un piso, pero sí tiene tiempo para preocuparse de qué tipo de organización escolar es la mejor para evitar ver esos coches en doble fila cuando va a tomarse su frappuccino a media tarde.
Y lo que es mucho más importante: Andrés no tiene muchos motivos para estar contento con su vida, pero sí puede exhibir una gran superioridad moral al pertenecer a ese exquisito club de personas que sabe cuál es exactamente la mejor forma de hacer cualquier cosa.
Esto no es algo nuevo. El exceso de generación de ideas en la extrema izquierda lleva ocurriendo desde que ésta existe. La ociosidad, la capacidad de copar puestos en organizaciones intelectuales y su peculiar forma de ver el mundo son una combinación perfecta para terminar generando cantidades colosales de farfulla ideológica.
Curiosamente la mejora del nivel de la productividad de Occidente puede estar incrementando dos de estos factores: más tiempo libre puede llevar a sobrepeso mental, y más capital disponible a mejor financiación de instituciones intelectuales.
El resultado es la radicalización de aquellos que consumen cada vez más ideología, pero también de aquellos que no lo hacen, pero reaccionan a la presencia de esta en ámbitos privados de sus vidas.
Quizá, como punto de partida, habría que devolver las ideas a su ámbito y dejar de jugar en un tablero inclinado. Y, por tanto, dejar de considerar la falta de debate en ciertos temas como una señal de radicalidad, cuando es todo lo contrario.
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