Liberalotes, libertarios y la contradicción de subordinarse al líder mesiánico

En los últimos tiempos la palabra liberalismo se ha puesto de moda y quienes hasta no hace mucho nos atacaban tildándonos de liberalotes, ahora se dicen liberales.
El tema es que cada uno parece tener su propia definición de liberalismo. Incluso hay sectores que recitan una definición de liberalismo como si estuvieran en misa rezando el Padre Nuestro. En esta ola “liberal” se armó tal ensalada que algunos creen que el liberalismo es una religión.
Incluso se confunde liberalismo clásico con libertario, anarco capitalista o el invento de minarquista. Tal es la confusión, que he dado charlas para jóvenes del Partido Libertario y cuando les pregunté de dónde venía la palabra libertario desconocían por completo el origen.
Lo cierto es que el pensamiento liberal es una evolución de las ideas a lo largo del tiempo. Tal vez podría decirse que la construcción consistente de la doctrina liberal comienza a surgir en el siglo XVII en respuesta al absolutismo de los monarcas. El liberalismo nace como una doctrina que busca limitar el poder del monarca. Tal vez John Locke haya sentado las bases del liberalismo en su Segundo Tratado del Gobierno Civil, pero el ideario liberal se fue construyendo con diferentes aportes a lo largo del tiempo y por esa razón es que no hay un referente único del liberalismo como es el caso del marxismo o el keynesianismo. Nadie puede levantar la bandera del liberalismo diciendo el creador soy yo.
Y mucho menos decir que es el líder. Justamente el liberalismo no sigue personas, sigue ideas. Son los movimientos de carácter fascistas los que rinden culto al líder y al que nadie puede oponerse so pena de ser tildado de traidor. La adoración al líder es justamente lo opuesto al ideario liberal.
Cuando recitan como en misa que el liberalismo es el respeto irrestricto al proyecto de vida del prójimo, queda en claro que no entienden el concepto liberal, porque bajo esa definición habría que respetar irrestrictamente el proyecto de vida de Hitler de exterminar a los judíos, algo absolutamente repudiable para un liberal. O habría que respetar irrestrictamente el proyecto de vida de los delincuentes. Y no hay aclaraciones que valgan detrás de esa afirmación porque una definición, si es clara, no puede estar requiriendo de complejas explicaciones posteriores.
Si tuviera que arriesgar una definición de liberalismo, podría decir que el liberalismo es un sistema institucional (forma de organización social) donde cada individuo tiene derecho a buscar su propia forma de vida sin afectar el derecho a la vida, la libertad y la propiedad de terceros.
El liberalismo es, además, tolerancia hacia las ideas del otro, siempre y cuando esas ideas no busquen violar los derechos mencionados anteriormente.
Lo que se observa de una parte de este surgimiento de algo mal llamado “liberalismo” en Argentina es que un grupo de seguidores: 1) rinden culto a un líder y 2) usan, por ahora, la violencia verbal contra todo aquél que opine diferente al líder y ese opositor es inmediatamente descalificado como envidioso.
Es más, han hecho del insulto y la agresión una bandera “liberal” argumentando que los gobiernos de buenos modales llevaron a la Argentina a la decadencia, con lo cual, según este movimiento de características fascistas, por carácter transitivo consideran que el insulto es un arma legítima para imponer las ideas y la solución a la decadencia argentina. Si el insulto resolviera los problemas de decadencia, la solución sería muy sencilla.
Es más, hasta se presentan como moralmente superiores al resto. Algo así como la pureza racial de nazismo. “Ustedes son la casta política corrupta y nosotros los puros que venimos a liberarlos de esa casta corrupta porque tenemos el monopolio de la pureza moral”, dicen.
Un discurso típico populista. Mientras el kirchnerismo inventa enemigos como los medios hegemónicos, el FMI y los poderes concentrados, esta corriente populista de derecha que se dice liberal, utiliza la misma línea de argumentación de todos los populismos, de derecha o de izquierda. Inventar un enemigo y presentarse como el líder que viene a luchar por liberar a las masas populares de la opresión del enemigo.
Si uno repasa las formas y los argumentos de ese movimiento que se llama liberal que surgió en Argentina últimamente, se encuentra con que es justo lo contrario al liberalismo: intolerante, violento, descalificador del que piensa diferente, subordinación absoluta al líder, culto a la personalidad del líder, etc.
En definitiva, el liberalismo es un intento por limitar el poder del Estado para que este no utilice el monopolio de la fuerza que le delegaron los ciudadanos, para violar el derecho a la vida, la libertad y la propiedad. Que cada uno, sin violar los derechos mencionados de terceros, haga su vida como mejor le plazca.
El liberalismo no es solamente decir que funcione la ley de la oferta y la demanda. Es un sistema institucional que nació, fundamentalmente, para limitar el poder del monarca y ahora el poder del Estado con el monopolio de la fuerza y, donde la economía, es parte del ideario liberal pero no el corazón del liberalismo.
Si limitar el poder del Estado es el objetivo principal del liberalismo, mal se puede pensar que este movimiento violento, intolerante, exigiendo subordinación y adoración al líder tiene algo que ver con el ideario liberal, porque reemplaza al estado por el líder mesiánico.
Por el contrario, esto que algunos llaman liberalismo o movimiento libertario, es un movimiento que casi retrocede en las ideas a las monarquías absolutistas o a los sistemas autocráticos que tanto mal le han hecho a la humanidad. Un primer paso hacia una autocracia que se supone moralmente superior.
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