Una pésima interpretación de la tradición liberal
El liberalismo desde siempre ha sido una cosmovisión, una postura intelectual que integra muy variadas contribuciones bajo el espíritu popperiano, es decir, aceptando al conocimiento como provisorio e incentivando la máxima apertura al debate y a las refutaciones en un contexto de mentes abiertas motivadas por la búsqueda de la verdad. La gimnasia de la prueba y el error, reconocer al hombre como un ser imperfecto, limitado y que maneja una ínfima cuota de comprensión respecto del mundo que lo rodea, es lo que le ha posibilitado llegar a estas instancias en el peregrinar del conocimiento.
La maximización de procesos evolutivos del hombre, la búsqueda del conocimiento y el desarrollo de todas sus potencialidades individuales, tiene solo cabida en el contexto del “respeto irrestricto al proyecto de vida del prójimo”. Esto significa que el respeto no tiene limitaciones. Todo es posible y moralmente válido cuando no se lesionan derechos de terceros. El respeto irrestricto prevalece sobre el no-respeto. Interpretar que el respeto irrestricto valida el autoritarismo, evidencia no haber atendido la única y simple premisa inicial.
Roger J. Williams, detallaba cuán extraordinarios somos individualmente hasta el más mínimo detalle físico y, muy especialmente, en el complejísimo aspecto mental. Tenemos distintas preferencias, gustos, necesidades, inclinaciones, enfermedades, hábitos, debilidades, conocimientos, experiencias, distintas estructuras de procesos decisorios, distintas percepciones y sentimientos. Por ello, para desarrollar nuestras potencialidades al máximo debemos vivir en plena libertad, y eso implica respetarnos mutuamente. Se habla muchas veces de “tolerancia” pero, en realidad, los derechos a la vida, la libertad y la propiedad no se toleran, se respetan.
La tolerancia tiene un dejo de permiso y aceptación que no convence. El liberalismo también implica que, aun cuando nos resulte inaceptable para nuestros valores personales o planes de vida lo que hace otro en el contexto de su fuero íntimo, no se puede recurrir a la fuerza para imponer nuestros propios gustos. Esta tradición la han tomado y alimentado grandes autores como Richard Hooker, Francis Hutchinson, Samuel Pufendorf, Algernon Sidney, John Locke y luego Carl Menger, Ludwig von Mises, Fredrich Hayek, Milton Friedman, Gary Becker, James Buchanan, Israel Kirzner y Murray Rothbard, entre otros.
En el aspecto institucional del ideario liberal, es relevante destacar las contribuciones que representaron los Juicios de Manifestación por parte de los fueros como el de Aragón, anterior al habeas corpus inglés, la estructura jurídica en la Roma anterior al Imperio, la Carta Magna de 1215 y posteriormente la declaración de derechos de la Revolución Francesa, previa a la contrarrevolución jacobina, la Revolución de Estados Unidos contra Jorge III de Inglaterra, la Constitución de Cádiz -donde aparece el término “liberal” como sustantivo-, y las Constituciones como la de Alberdi en Argentina.
Da pena la aparición de algunas personas que arrastrando rebuscados complejos, minan el avance de quienes hoy hacen esfuerzos en la buena dirección. Estos sujetos, movidos por la envidia de ver en contemporáneos de la difusión lo que ellos nunca lograron, buscan sistemáticamente llamar la atención con falacias evidentes, comparaciones insultantes, planteos quebradizos sin la menor honestidad intelectual y hasta la adopción del término despectivo “liberalote” acuñado por un representante de la socialdemocracia. Generalmente se trata de gente que no pueden salir de los datos coyunturales y son incapaces de abordar los temas filosóficos con la sustancia y la consistencia como los hacen los exitosos a los que critica. En nuestro medio, últimamente se da esta insólita guerra en la propia trinchera generada por espíritus pequeños que se incomodan por el multitudinario apoyo y la creciente comprensión de las ideas liberales que promueve tan exitosamente Javier Milei.
El ser humano tiene una inclinación natural de afinidad y simpatía por quienes comparten sus gustos, incluso sobre aquellas preferencias más mundanas. Esa misma inclinación, llevada a planos tan caros como los valores morales de respeto a la vida, la libertad y la propiedad, tiene un significado tanto más trascendente que propicia una conexión humana más profunda. Por esta razón, cuesta creer que, muy lejos de considerarlo compañero de ruta y de tomar el ejemplo de los acalorados pero sofisticados y constructivos debates que los grandes maestros del liberalismo solían tener entre sí, se caiga en nocivos e insustanciales ataques solo inspirados en vicios de la personalidad.
Han pasado muchas décadas donde prevaleció la incomprensión de las ideas liberales. Hoy conozco gente que descubre que es liberal gracias a la titánica lucha por los principios de esta noble causa que ha impulsado Milei. La definición del liberalismo que él mismo supo resumir y difunde del pensamiento de Alberto Benegas Lynch (h.): “El liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo bajo el principio de no agresión y defendiendo el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad”, es una píldora comunicacional maravillosa de alto contenido conceptual que encierra la columna vertebral de espíritu liberal. Parece mentira que haya que gastar caracteres para aclarar que si esa definición la recitan más de dos personas, no es fanatismo religioso; tampoco lo es cuando cantamos el himno, cuando en el colegio recitábamos el Preámbulo de la Constitución o cuando un coro canta una ópera.
Milei es un gran referente del liberalismo y muy lejos está de autoproclamarse salvador, líder o mesías, como muchos pretenden instalar. Al igual que en cualquier movimiento social, político, cultural, religioso o deportivo, pueden darse casos de seguidores que confundan los roles o equivoquen la esencia liberal que está asociada íntimamente con la autodeterminación individual. Pero no hay que dejar que la escasa capacidad de abstracción lleve a generalizar estas conductas particulares. Si luego de unas cortas vacaciones en Francia, somos víctima de un arrebatador, no es del todo lúcido concluir que los franceses son todos unos ladrones. Para el caso de Milei, que basa su prédica en la responsabilidad individual, la planificación de la propia vida y su inspiradora frase que dice que no se involucró en el barro político para “guiar corderos sino para despertar leones”, no deja dudas que no promueve para su persona términos equivalentes a “macrista”, “kirchnerista” o “peronista”, las cuales son muy comunes en la política.
En mis 54 años jamás he vivido semejante revolución intelectual ni un terremoto de estas magnitudes debajo del piso del paradigma estatal. Todos los que durante tantos años han luchado en la batalla cultural, deben alegrarse de este increíble florecer del liberalismo y la colosal lucha que está dando Milei, en el plano académico y en la arena política. Como solemos decir con él frente a los palos en la rueda de diversas magnitudes que le interponen permanentemente: “El sistema se resiste, pero la libertad avanza”.
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