La apuesta segura de Lukashenko
La utilización de misiles humanos, a saber, migrantes, contra otro Estado por razones políticas es uno de los trucos más antiguos del manual de estrategias diplomáticas.
Erdogan de Turquía los utilizó con bastante éxito desde la crisis de los refugiados sirios que se inició hace diez años, y consiguió que los europeos acogieran a un millón de refugiados, le otorgaran dinero e hicieran la vista gorda ante el autoritarismo interno de su régimen y sus payasadas en materia de política exterior. La Cuba castrista los usó mucho antes que Erdogan, por ejemplo en 1980 y 1994, creando problemas internos a su archienemigo -los Estados Unidos- y ganando oxígeno político al difuminar la presión interna y externa en favor de un cambio.
Lukashenko, que ha tentado a los inmigrantes de Oriente Medio dándoles esperanzas de que podrían cruzar a la Unión Europea a través de Polonia, sabe que Europa no tiene ansias de rencillas en el extranjero, y mucho menos con Putin, su titiritero, que ha actuado en perfecta coordinación con él acumulando tropas en las fronteras de Ucrania y convirtiendo así una amenaza internacional en dos, para horror de los europeos.
Aunque las ambiciones de Putin sobre Ucrania no son nada nuevas, uno de los objetivos de la reciente amenaza contra la frontera de ese país es la protección del dictador de Bielorrusia, que controla uno de los pocos territorios de la antigua Unión Soviética que continúa ligado a Moscú.
El fraude electoral con el que obtuvo un sexto mandato consecutivo a principios de este año desencadenó manifestaciones masivas y una protesta internacional que sacudió su régimen. Su respuesta fue la crisis de los refugiados, con la que desvió la atención interna e internacional hacia otra parte y consiguió neutralizar, o al menos reducir significativamente, la presión de la comunidad internacional (si bien las limitadas sanciones contra su régimen siguen vigentes).
Al renovar su amenaza contra Ucrania mientras Bielorrusia creaba una crisis de refugiados en la frontera con Polonia, Putin envió un claro mensaje a la UE: meterse con Lukashenko les costará caro.
Aunque millones de bielorrusos se consideran europeos y les repugna el régimen de Lukashenko y su estrecha alianza con Putin, lo cierto es que Bielorrusia seguirá en el ejido de Moscú. A finales de los años 90 se suscribió una unión política, seguida de una alianza militar en 2002 y una unión económica en 2014.
Si bien la unión política sigue siendo más teórica que real, la conexión umbilical entre Minsk y Moscú garantiza que Lukashenko seguirá en el poder durante bastante tiempo más.
Si Putin estuvo dispuesto a hacer cualquier cosa para salvar el cuello de Assad en Siria y apoderarse de Crimea, uno tan solo puede imaginar hasta qué punto llegaría para proteger a Lukashenko si su estabilidad se viera seriamente comprometida por complicaciones internas o externas.
El tirano bielorruso, que lleva un cuarto de siglo en el poder, lo sabe bien y, por lo tanto, es seguro que en 2022 seguirá generando problemas a sus vecinos, por no hablar de sus millones de víctimas dentro del país.
No hay nada de imprudente ni de temerario en lo que ha venido haciendo, es una fría y estudiada movida para conservar el poder y complacer a su amo, que es casi lo mismo.
Traducido por Gabriel Gasave
El original en inglés puede verse aquí.
Álvaro Vargas Llosa es Asociado Senior en el Independent Institute.
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