Las relaciones peligrosas
La Prensa, Bueno Aires
El discurso del presidente del día 24 de diciembre pareció dicho para habitantes de otro planeta, aunque estamos acostumbrados a sus disparates, motivados por su dogmatismo y arrogante presunción de conocimiento. Vivimos una difícil encrucijada sobre la cual él no tiene la suficiente conciencia.
Mostró que no entiende que cuando el Gobierno redistribuye la renta de los ricos a favor de los pobres, en vez del Mercado, tiene un costo: se reduce la renta del empresario, de sus trabajadores y de sus clientes. Esperemos que su afición por negar la realidad no nos lleve a una catástrofe hiperinflacionaria.
El llamado a la oposición de acercarse al Gobierno por el bien del país no debería tenerse en cuenta. Se la pretende incluir en el estrepitoso fracaso que se le está viniendo encima.
Aproximarse a un gobierno sordo, ciego y lo que es peor convencido de ideas erróneas, no puede prosperar ni siquiera al corto plazo. El motivo principal es que no hay correspondencia entre el socialismo y las ideas más liberales (mal conocidas como de centro-derecha) que deberían ser aceptadas por esta administración para comenzar el dialogo.
Mirando atrás, el gobierno del ex presidente De La Rúa podría haber sido una opción discreta para continuar y mejorar el programa de liberación económica llevado a cabo por Carlos Menem. Incluso se hubiera morigerado la corrupción pero se desintegró por culpa de una alianza que terminó siendo una bolsa de gatos. Prevalecieron las rivalidades en nombre de la democracia interna.
El surgimiento de Sergio Massa en su momento convenció de que era un candidato potable para competir por la presidencia de la República, porque se animaba a decir lo que hasta hacía poco parecía políticamente incorrecto. Pero de la noche a la mañana se unió a quienes se oponía frontalmente. La intriga y la deslealtad son moneda corriente en la Argentina, mientras que la ética y la coherencia política e ideológica son difíciles de mantener, es por eso que acercarse a un régimen que tiene la costumbre de destruir al competidor sería obtener un certificado de defunción.
Teniendo en cuenta ejemplos tan cercanos, Juntos por el Cambio debería ir depurando sus ideas para acercar, por lo menos en el Congreso, a partidos o facciones más afines, sin tener relaciones que siempre serán peligrosas.
Como todos saben, en Argentina todavía no existe un Sistema de Partidos, los aspirantes a dictadores hicieron y deshicieron con la intención de que eso no ocurriera: la división protegió a los gobiernos kirchneristas de la pérdida de poder.
Las elecciones de medio término han vuelto a resaltar a los candidatos la necesidad impostergable de llegar de la mano de una sólida estructura partidaria. Hay que acostumbrarse a votar las ideas que se encarnan en los candidatos, en vez de hacerlo sólo por la personalidad, y los partidos comprometerse a mantenerlas dentro de un orden democrático.
A Juntos por el Cambio le conviene tratar de conservar el capital que con tantas dificultades le costó adquirir exhibiendo una homogeneidad razonable, tanto de ideas, como de conducta, para aumentar la confianza del electorado. Expresar, sin dogmatismos, ideas claras y distintas a las del actual gobierno, dando un giro más amplio hacia un modelo que permita bajar la inflación, tener un país abastecido y solvente, con posibilidades de crédito, atractivo para la inversión y el financiamiento internacional.
La opinión pública está ansiosa por encontrar respuestas a los graves problemas que la realidad expone diariamente a su consideración. La situación difícil del déficit plasmada en la cámara de diputados no es un hecho circunstancial sino que forma parte de una acumulación de acontecimientos negativos que se vienen sumando desde que gobiernan los Fernández.
Fue una prueba de que el circuito se está cerrando y de que no se remedia la situación con mayor endeudamiento o emitiendo moneda sin respaldo. Recemos por el precio de los comodities, los cuales constituyen buena parte de las exportaciones del país, porque no perdamos más mercados y las finanzas internacionales afectadas por diferentes perturbaciones, incluida la pandemia, se recuperen.
Renovación
Es hora de desterrar ideas tan ridículas como las que defendía Perón, quien desafió a la potencia mundial más importante del momento, Estados Unidos, la cual pretendía que Argentina rompiera con Alemania. Lo hizo recién al final de la Guerra para poder quedarse con la administración de las empresas alemanas.
Fue un oportunista que siguió siendo fascista, por eso aisló a la Argentina del resto de Occidente, tal como quiere hacerse ahora, apoyando a regímenes nefastos como el de Cuba y Venezuela. Se pretende hacer creer aún que por ser dependiente económicamente de otros países estamos en manos del imperialismo. Estados Unidos nunca nos obligó por la fuerza a seguir sus indicaciones como sí lo hizo la URSS, el último imperio, “detrás de la cortina de hierro”.
No son vasallos quienes están en situación de dependencia voluntariamente. Un país puede estar en una posición económica superior circunstancialmente, los grados de interdependencia se modifican según los vaivenes históricos. Sin embargo, en nuestro país por inercia cultural no son pocos los que como los socialistas y comunistas, siguen creyendo en la explotación de los países ricos, movilizando a las masas -como lo hacía Perón- en sentido anticapitalista.
Circulan locuras también por las redes, teorías conspirativas en las cuales se alerta sobre la concentración de capitales de grandes empresas, las acusan de querer dominar al Mundo para convertirnos en marionetas.
Es incoherente querer un mundo mejor y a la vez desear destruir al sistema que puede conseguirlo y que ha dado pruebas de ello. Pero lo es más apoyar a Estados que al monopolio de la violencia unen el monopolio institucional y económico como lo hace el gobierno de Alberto Fernández. Su política se dirige a reducir a niveles mínimos la sociedad civil, a diluir la persona exigiendo, coactivamente, la sumisión al grupo oligárquico que dirige el Estado.
El dinamismo político y económico solo lo puede traer una democracia capitalista. Si continúa en el poder el gobierno kirchnerista se va a perder el proceso de democratización que se inició en 1983 en un agiornado populismo fascista. Es por eso que la lucha por mejores ideas es fundamental. Importa para que podamos vivir mejor que crezcan las dimensiones de los mercados y su capacidad adquisitiva, la apertura al comercio y a las inversiones y tener una infraestructura que lo permita.
Debemos aprender de una vez por todas que los déficit gubernamentales son pérdidas que deben ser atendidas mediante presión impositiva a la población o por mayor endeudamiento y que tarde o temprano terminan en crisis como la que estamos viviendo.
Este gobierno es el arquitecto de nuestro destino actual, no puede negarlo. Si se pierde la oportunidad de cambio que tendremos en las próximas elecciones se resentirán las prácticas de interacción modernas, porque serán difíciles y costosas, continuará fortificándose el Estado en su estructura burocrática y volveremos a escuchar los discursos, como el del 24 de diciembre, sobre la grandeza nacional y nuestro gran destino, que no llegará.
Aumentará el Gobierno la injerencia en la economía mediante el proteccionismo y su aplicación desde el Estado, también las rivalidades con los países democráticos, nos quedaremos aislados. El potencial emprendedor del capitalismo seguirá siendo sacrificado en aras de la perduración de una vieja herencia cultural peronista, anticapitalista, que aún tiene fuerza política porque es de vigorosa raíz tradicional.
Nacionalismo
Iremos hacia un período barbarizante, ya vivido en la Argentina: nacionalismo popular como oferta política vetusta que nos acercara, si lo permitimos, al paroxismo del totalitarismo y al olvido de nuestra condición de ciudadanos del Mundo. El gobierno promocionará conductas adaptativas a ese sistema, necesariamente coactivas, disminuirá la igualdad jurídica y la participación política.
Sólo queda la esperanza de un cambio de gobierno y quienes lo reemplacen tengan otras ideas con el sostén necesario para llevar una transformación convincente y a fondo, que sea mantenida en el futuro.
Se necesitarán acuerdos políticos de enorme trascendencia, entre gente responsable, ya que la tarea es de complejidad extrema, sin exigencias políticas que anulen las buenas intenciones. Tendrán que decidir cuál será el sistema monetario y en cómo liquidar los excesos y distorsiones de la actual administración.
Hay destacados economistas, con experiencia política, quienes podrán ayudar a recorrer el nuevo camino, lo deseable sería comenzar cuanto antes. La oposición tiene un papel preponderante si tiene en cuenta que el conocimiento, como nos alertó Karl Popper, es labor de conjetura, disciplinada por la crítica racional.
La autora es Miembro de Número de la Academia Argentina de la Historia. Miembro del Instituto de Economía de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Premio a La Libertad.( Fundación Atlas).
- 23 de julio, 2015
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