La amenaza totalitaria… ¿ya verificada?
República, Guatemala
Con cierta independencia del anecdotario internacional vigente, la peor amenaza totalitaria del mundo continúa su sigiloso avance.
El final de la Primera Guerra Mundial fue testigo de su simbolismo inicial: la revolución bolchevique encabezada por Vladimir Lenín y León Trotsky.
Unos quince años después, apareció en el mapa político internacional la Alemania nazi. Y en el entretanto, entre tales dos eventos brotó la dictadura de Benito Mussolini en Italia con intenciones de tipo absolutista pero en la realidad reducido a una mera dictadura personal de su “Duce” erigido como tal en un país de profunda religiosidad católica que le impidió, menos mal, constituirse en lo que quería de veras ser: un déspota teatral.
En medio de todo ello, José Stalin consolidó su férrea y muy sanguinaria dictadura en la Rusia por él reducida a un campo de concentración: la “Unión Soviética”.
Y casi todo terminó trágicamente.
Mussolini hubo de ser ejecutado públicamente en Milán por los partisanos antifascistas casi al final de la Segunda Guerra Mundial. Y Hitler hubo de suicidarse pocos días después con su amante Eva Braun, al igual que Joseph Goebbels y Heinrich Himmler, este último quién había sido despiadado jefe de la Gestapo. Por ello me resultó tan irónico que la radio internacional de Hamburgo, antes de cerrar definitivamente sus transmisiones, acompañara el cierre con el Göterdamerung “El ocaso de los dioses”, la pieza solemne de Richard Wagner para enaltecer a los dioses de su antología de las divinidades de la raza aria, no lo olvidemos, encima, la raza oficialmente “superior.”
En el caso del feroz y satánico Joseph Stalin murió plácidamente en su cama ocho años después de terminada aquella tragedia bélica mundial.
Pero no menos, esa pausa de ocho años tras su victoria junto con las grandes potencias democráticas del Occidente y luego del estreno catastrófico de las bombas atómicas sobre el Japón imperial, que hubo de aprovechar Stalin para consolidar una veintena de feroces dictaduras totalitarias en Europa y en Asia, principalmente en China a través del liderazgo de Mao Zedong, quien a su turno facilitaría las tiranías asesinas en Corea del Norte y en Cambodia.
Y no menos en Cuba por medio de un sátrapa envanecido y cruel conocido con el nombre de Fidel Castro.
Así hasta ahora ha quedado escrita la historia de las ignominias totalitarias del siglo XX.
Ya todo eso es del pasado, pero nos ha quedado un rezago que inmortalizó en su momento un genial periodista y agitador británico de nombre Eric Arthur Blair, que todos conocemos con el seudónimo por él escogido de “George Orwell”, y que así, a su manera, quiso recordarnos la amenaza totalitaria que todavía se cierne sobre todos nosotros una y otra vez desde aquella remota etapa del “Terror” de la Revolución Francesa.
La posición adoptada por “George Orwell” fue la más sutil de todas al respecto de tales vivencias borrosas para las masas de tiempos posteriores.
Aquí quiero tan solo mencionar también el de un predecesor literario de “Orwell”: el español José Ortega y Gasset, con su magistral ensayo introductorio de 1930 “La rebelión de las masas”.
Según este distinguido y muy elegante autor, se le había explayado tan solo a él un fenómeno social por lo demás inadvertido por casi todos sus contemporáneos. Y así, desde su perspectiva, el individualismo del siglo XIX estaba siendo subrepticiamente desplazado por un colectivismo de nuevo cuño y mucho más aplastante que ningún otro, y valido de los medios masivos de comunicación a inicios del siglo XX.
Aquel mensaje orteguiano se ve hoy actualizado también por la industria digital que casi todo parece haberlo puesto de cabeza en este siglo XXI por el que discurrimos.
La importancia del análisis de Ortega, superado encima por el de “George Orwell” a finales de los cuarenta del siglo XX es que estos dos distinguidos autores, el español y el británico, dieron en el clavo sin que los demás, mediocres al fin, pareciésemos caer en la cuenta.
Esto es precisamente lo más inquietante para este modesto discípulo de tales luminarias intelectuales de nuestro tiempo: Aquella dictadura de unos pocos desalmados sobre las masas despreocupadas que éramos todos los demás se me hace cada día más transparente. Y así, me permito aseverar que el ejemplo más desmoralizador del momento entre nosotros lo constituya la República de Chile, caída por estos días en manos de una generación inmadura y previamente mimada en exceso.
La actual revolución digital, en pleno apogeo por lo que va del siglo XXI, se consolida ante nuestros ojos aceleradamente y nosotros, las masas, no parecemos caer en la cuenta de la gravedad que encierra socialmente.
Es decir, que el “Gran Hermano” ha emergido de nuevo y parece consolidarse cada vez más sin que le demos suficiente importancia.
La trampa para mí subrepticia y mortal de nuestro momento.
Por otra parte, Umberto Eco, recientemente fallecido, ha sido una de las voces de alarma más elocuentes al respecto. Su desenfado siempre fue el propio de un genio mal humorado. Una cita al tanto:
“Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos rápidamente eran silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles…” (Diario “La Stampa”)
Más claro ni el agua filtrada.
Y de ahí la importancia de enterarnos sobre quiénes controlan los asfixiantes medios de comunicación del momento. Lo que nos lleva a la California de Hollywood y del Silicon Valley y al Nueva York de los grandes monopolios escritos de comunicación de nuestros días.
Para mí, Umberto Eco, siempre fue un grito en pro de la independencia de nuestras mentes, y creo que lo podría ser hoy más que nunca.
Y así él mismo lo resumió magistralmente: “Si la televisión había promovido al tonto del pueblo, ante el cual el espectador se sentía superior, el drama de Internet es que ha promovido al tonto del pueblo como el portador de la verdad.”
También en Guatemala este fenómeno nos ha capturado y de nuevo sin que nos hayamos dado cuenta.
De ahí que me sonrío en torno a tantas declaraciones altisonantes y a un tiempo tan ingenuas que nos bombardean casi a diario: “el pueblo unido jamás será vencido”. Y que prosiguen orondos su marcha como si hubieran dicho algo.
Pero este punto lo dejo como tema para ulteriores reflexiones. Por de pronto a ver si nos podemos sacudir al fin tantos simplismos de semi educados…
(Continuará)
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