El lenguaje económico (XII): Riqueza y pobreza
Riqueza y pobreza no son estados permanentes
Habitualmente se dice que alguien «es» rico o pobre como si tal condición fuera inherente a la persona. Tal vez, esto fuera cierto en una sociedad estamental o de castas donde la movilidad social apenas existe. Hoy en día, sería más apropiado decir que alguien «está» rico o pobre pues la sociedad capitalista no garantiza las respectivas posiciones patrimoniales de los individuos. Tampoco es cierto que «el rico es cada vez más rico y el pobre cada vez más pobre». El rico puede convertirse en pobre y viceversa, todo depende del acierto o desacierto en la conducta económica. Abundan casos de ricos que consumen su capital con la misma rapidez con que lo reciben —herederos, agraciados en el juego— o lo generan: artistas, deportistas, etc. En definitiva, como dice Kirzner (1995: 104): «El beneficio es un fenómeno esencialmente dinámico».
¿Se hereda la pobreza?
En el Antiguo Régimen la riqueza (o pobreza) se heredaba, dicho metafóricamente, junto con el estamento social de pertenencia. La Revolución industrial y la aparición de la burguesía dio paso a una incipiente movilidad social y la pobreza dejó de ser el destino inexorable de las masas. La llegada del capitalismo ensanchó y profundizó la movilidad social. Haber nacido pobre dejó de ser una excusa para morir pobre. Por ello, resulta anacrónico oír que la pobreza se hereda. La pobreza no es genética: de padres pobres nacen hijos «provisionalmente» pobres. La riqueza tampoco se hereda en sentido económico. Un afortunado descendiente no hereda las cualidades que hicieron ricos a sus antepasados, lo que hereda es una específica cantidad de capital —dinero, bienes, propiedades— que lo convierte «provisionalmente» en alguien rico; pero el capital no se mantiene de forma automática, sino que «es necesariamente fruto de una acción deliberada» (Mises, 2011a: 614). El rico heredero, si quiere conservar su fortuna, está obligado a actuar de forma económica.
Igualdad de oportunidades entre ricos y pobres
Estamos ante una imposibilidad teórica y práctica cuya búsqueda provoca toda clase de interferencias gubernamentales en el libre mercado. No hay ni puede haber dos personas con las mismas oportunidades y la principal razón es la diversidad natural: genética (sexo, fenotipo, inteligencia), cultural, geográfica, social, familiar, psicológica, etc. Los individuos tienen diferentes capacidades —vigor intelectual, fuerza de voluntad, capacidad de trabajo— que no pueden igualarse mediante la coacción política. Sólo el fruto —la propiedad— puede ser confiscado y repartido cual botín. Además, las capacidades y circunstancias que hacen a unos ricos y a otros pobres son cambiantes durante la vida. Tampoco es posible «crear» oportunidades (tal y como dice un eslogan publicitario) porque éstas son preexistentes y depende de la creatividad humana el detectarlas y aprovecharlas (Huerta de Soto, 2010).
La riqueza no «merecida»
Otras veces se realizan arbitrarios juicios de valor sobre el merecimiento de la riqueza. Por ejemplo, nadie condena al que se hace rico, «sin esfuerzo», con un premio en la lotería; pero muchos se escandalizan de quien se hace rico, honradamente, con su trabajo. Se tacha de inmorales o injustos los pingües salarios que perciben determinados famosos. Las iras recaen con especial virulencia sobre presentadores y tertulianos de programas del corazón, deportistas de élite —futbolistas, pilotos— o youtubers millonarios; entre otros. Es frecuente comparar sus ingresos con los de otros profesionales —médicos, bomberos, maestros— que supuestamente son más «útiles» a la sociedad.
El elenco de lamentos y agravios comparativos que tildan de «excesiva» la ganancia de los famosos puede deberse a la envidia, pero sobre todo a la incapacidad para entender cómo se retribuye el trabajo. «La democracia capitalista del mercado no premia a las gentes en razón a sus ‘verdaderos’ méritos, virtudes personales o excelsitud moral» (Mises, 2011b). Es el consumidor, en última instancia, el que asigna los ingresos de cada individuo; por ejemplo, las audiencias —TV, radio, cine, Internet— fijan indirectamente los cachés; por este motivo, ciertos «famosos» se enriquecen más que otros profesionales. ¿Es esto justo? Si la justicia es «dar a cada uno lo suyo» (Ulpiano), por supuesto que sí. Por ejemplo, la riqueza de J. K. Rowling (creadora de Harry Potter) es la justa retribución al talento creativo de sus novelas que deleitan a millones de lectores. En resumen, el ingreso monetario no depende de nuestras filias, fobias o de una particular concepción del mérito, sino de la productividad del trabajo; es decir, de la personal contribución a la satisfacción de las necesidades y deseos de los consumidores.
Pobreza energética
Otra moda consiste en poner adjetivos para crear subcategorías de pobreza. Pobre energético es quien no puede pagar la factura de la luz o comprar gas butano o el que destina a tal efecto una «excesiva» proporción de sus ingresos. Mutatis mutandi podríamos crear otras subcategorías de pobreza; por ejemplo, pobreza «tabáquica»: no tener dinero para comprar tabaco; pobreza «inmobiliaria»: no tener dinero para comprar o alquilar una vivienda; pobreza «telemática»: no tener dinero para pagar Internet. Los apóstoles de la pobreza energética intentan medirla «científicamente» con ratios que combinan temperaturas, rentas domésticas, precios de la energía, etc. ¿Qué hay detrás de esta impostura? La captura de rentas a expensas del contribuyente: a) Primero se crea un problema y luego se destinan fondos públicos para hacer informes, cursos, conferencias, programas, etc. La O.N.U., la U.E. y los gobiernos elaboran estrategias, crean departamentos, agencias y chiringuitos. b) Se otorgan subsidios directos a los «consumidores vulnerables» y dinero público para mejorar la eficiencia energética de sus viviendas.
Bibliografía
Huerta de Soto, J. (2010). Socialismo, cálculo económico y función empresarial. Madrid: Unión Editorial.
Kirzner, I. (1995). Creatividad, capitalismo y justicia distributiva. Madrid: Unión Editorial.
Mises, L. (2011a). La acción humana. Madrid: Unión Editorial.
Mises, L. (2011b). La Mentalidad Anticapitalista. Madrid: Unión Editorial.
Montaigne, M. (1580). Ensayos. Edición digital basada en la de Paris, Casa Editorial Garnier Hermanos, [s.a.]. https://www.cervantesvirtual.com
- 23 de julio, 2015
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