Bitcoin y la crisis de autoridad del Estado (II): Las dos fracturas principales y el camino a las micrópolis
4/ La sangre del Leviatán. La capacidad de obtener recursos del Estado depende principalmente de dos vías, del cobro de impuestos y de la posibilidad de financiarse en el mercado colocando su deuda pública (cuyos intereses pagará mediante el cobro de impuestos precisamente). En un escenario como el actual, con una inflación elevada, y unos Estados hiperendeudados, podemos estar ante un escenario de crisis de la deuda pública:
«La conclusión no puede ser más clara. Los bancos centrales se han metido en un verdadero callejón sin salida. Si huyen hacia adelante e impulsan aún más su política de expansión monetaria y monetización de un déficit público que no deja de aumentar, corren el riesgo de generar una grave crisis de deuda pública e inflación. Pero si, ante el miedo de pasar del escenario de “japonización” previo a la pandemia a un escenario próximo a la “venezuelización” con posterioridad a ella, detienen su política monetaria ultralaxa, entonces de inmediato se hará evidente la sobrevalorización de los mercados de deuda pública y se generará una importante crisis financiera y recesión económica, tan dolorosa como saludable a medio y largo plazo. Y es en este contexto en el que la única recomendación sensata que se puede dar a los inversores es que vendan todas sus posiciones en renta fija cuanto antes, pues no se sabe por cuánto tiempo más los bancos centrales seguirán manteniendo de forma artificial un precio de la misma tan desorbitado como jamás se ha visto en la historia de la humanidad». (Los efectos económicos de la pandemia, Huerta de Soto)
El dinero fiat, en principio, es un pasivo del banco central, cuestión que suscita interesantes debates. Esto se ve mucho más claro si se tiene presente que hasta hace no tanto era convertible en oro, es decir, que se podían canjear los billetes por su equivalente en oro, de tal modo que el banco debía tener en su activo tanto oro como en su pasivo billetes convertibles en este, al menos en la proporción establecida legalmente. Desde que Nixon acabó con el Patrón oro en 1971 no hay esta convertibilidad, sin embargo el dinero fiat se ha seguido contabilizando como un pasivo de los bancos centrales, que tenía como contrapartida principalmente deuda pública.
A raíz de la pandemia los bancos centrales han incrementado sustancialmente la oferta monetaria, lo cual incide significativamente en la inflación tan elevada que estamos viviendo actualmente. La cuestión es que para volver a meter a la inflación en cintura los bancos centrales tendrán que subir los tipos de interés y/o retirar dinero de circulación vendiendo deuda pública al mercado mientras los Estados suben impuestos.
Las cuestiones aquí son varias:
a) Si se inunda el mercado de deuda pública, con una inflación significativa, ¿quién la comprará?
b) A largo plazo, con un activo inconfiscable como Bitcoin, ¿qué garantías hay de que los Estados puedan cobrar los impuestos necesarios para pagarla? Si los suben significativamente le harán una publicidad tan impagable como la que le ha hecho el Gobierno de Canadá con el embargo de cuentas. La única garantía es que incrementen su coerción sobre los ciudadanos —un parche que terminaría volviéndoseles en contra más pronto que tarde—, profundizando aún más en la pérdida de libertades. Si esto sucede, será más publicidad para Bitcoin y más incentivos para que otras jurisdicciones ofrezcan mejores condiciones a aquellos que busquen preservar su patrimonio y libertades.
c) Si además Bitcoin es un activo para preservar valor en periodos largos de tiempo y por ello un perfecto competidor de la deuda pública en el medio y largo plazo, tendrán que subir aún más los tipos de interés para que la deuda pública resulte atractiva para los inversores, especialmente de aquellos Estados en los que se dude de su solvencia.
d) De la deuda pública principalmente se pagan los intereses y se refinancia el principal al tipo de interés del vencimiento, pero si tienen que subir los tipos y se tiene que refinanciar ahí, los intereses que tendremos que pagar se disparan, y si no hay capacidad para el pago de los intereses las dudas sobre la solvencia provocarán que los acreedores, ante la incertidumbre de cobro en un posible momento de necesidad de liquidez, eviten la refinanciación y se exija el pago del principal, además de exigir mayores rentabilidades futuras por el riesgo esperado.
e) Si los Estados y los Bancos centrales se empeñan en no cambiar nada deteriorarán la solvencia de sus países y de sus empresas de forma muy significativa, probablemente ellos mismos tengan que llegar a atesorar Bitcoin para poder hacer frente a sus obligaciones, ¿tardaremos mucho en ver cómo los Bancos y los Estados empiezan a adoptarlo como reserva de valor? ¿Qué pasará con el euro ante un escenario de inflación significativa donde unos países tendrán problemas más que considerables con su deuda pública y otros no?
Por todo esto, y las consecuencias que se derivan de ello, a corto y medio plazo, en el escenario optimista, sólo habrá una subida significativa de impuestos —que ya rozan niveles de expolio— y una reducción significativa del gasto público, con su consecuente contracción de la economía. El pesimista prefiero no mentarlo.
Si la decisión a tomar por los bancos centrales se debate entre expoliar a los ciudadanos o dejar de financiar a los gobiernos, creo que tienen alineados los incentivos para lo primero. No está de más protegerse tanto de la inflación como del expolio fiscal con un activo inconfiscable que se puede comprar sin identificar.
5/ El fork del acceso a la información. Históricamente, el poder político ha estado sancionado por una Autoridad, lo cual ha influido significativamente en la forma política del momento. Asimismo, la forma que tenemos de acceder a la información ha determinado en gran medida a quién reconocemos como Autoridad, como saber socialmente reconocido. Desde el Oráculo de Delfos, a los juristas romanos, o la Iglesia católica, la Autoridad ha estado separada de la Potestad, y de esta manera había una separación clara. Como comentaba en la primera parte del artículo, la idea de soberanía fusiona ambas, por lo que es el Poder político el que detenta también el saber socialmente reconocido, especialmente sancionado a través de su cuarto poder: los medios de comunicación. Así, vemos la vinculación de cómo el acceso a la información influye en la forma política. Veamos un ejemplo de lo que sucede hoy: hay una serie de canales de televisión, que se corresponden aproximadamente con los partidos políticos, y allí donde hay un canal de televisión regional con una visión política concreta también está un partido regional con ella. Pero ahora lo que estamos viendo es cómo ese oligopolio de la sanción del poder político y de acceso a la información está sufriendo un fork: los creadores de contenido, youtubers, streamers, influencers, etc.
La mayoría de jóvenes no vemos la televisión —yo llevo 7 años sin hacerlo—, y bebemos de otras fuentes de información distintas a las de nuestros padres y abuelos, y con ello reconocemos otras autoridades, otras fuentes de saber socialmente reconocido, en este caso autoridades carismáticas. Esto supone el abandono de las autoridades establecidas y del interés por la actualidad, y con ello una de las crisis más importantes: la crisis de la legitimidad del poder político.
Ahora estos youtubers se tienen que ir del país, enseñan a los jóvenes lo confiscatoria y abusiva que es la Hacienda española, y señalan el camino a las generaciones venideras que, cuando crezcan y tengan intereses políticos y económicos, dispondrán de un activo inconfiscable e incensurable para llevar a cabo sus proyectos vitales. Con ello se incrementará significativamente su poder de negociación, y querrán un nuevo contrato social. Este es uno de los caminos que conduce hacia las Micrópolis:
“Por lo que a nosotros concierne, estamos totalmente convencidos de que un día se establecerán asociaciones para reclamar la libertad de gobierno como han sido establecidas para reclamar la libertad de comercio” (La producción de seguridad, Gustave de Molinari).
Ese día ya empieza a amanecer.
- 23 de enero, 2009
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