Argentina: El festejo del sindrome de esclavo
Fundación LibreMente, San Nicolás
Analizando las acciones y la idiosincrasia que hemos demostrado los argentinos a lo largo de la historia, respecto a las políticas públicas que el Estado ha desenvuelto en sus diversas áreas, cabe preguntarse a modo de respuesta afirmativa, si la matriz cultural nuestra es el reflejo del síndrome de esclavo.
Tal síndrome lo padecen “satisfechos”, las personas que viven objetivamente sujetas al yugo estatal, resignadas y agradecidas a esa existencia. Tienen una matriz de pensamiento que no les permite cuestionar su esclavitud, con una convicción de no poder escapar de esa situación.
En el derrotero de la historia política argentina, el Estado ha desplegado una conducta manipuladora haciendo sentir en los integrantes de la sociedad, que en el mismo Estado secuestrador de sus libertades siempre encontrarán una esperanza que les permitirá fortalecer sus deseos de vivir. Ese mecanismo de hacer sentir que hay una conexión de amo-esclavo, ha construido en los ciudadanos un “carácter social”, abandonando la libertad que por naturaleza les pertenece, subordinando su vida a poderes exteriores y superiores que han sido producto de una delegación de poderes que ellos mismos han concedido, olvidando que esos poderes deben ser limitados puesto que en ese contexto los han transferido.
Obviamente que estos procesos psicológicos de orden colectivo, se han edificado con gobiernos que han tenido consenso y apoyo a través del voto democrático o de golpes de facto que interrumpieron el orden constitucional. El ADN promedio argentino nunca se emancipó de la raíz cultural colonial, el autoritarismo y la improductividad se enquistaron, dando lugar a que germinaran procesos sociales por los cuales el Estado modela las energías humanas alejándolas de su potencial intelectual emprendedor. El miedo a la libertad creadora para trabajar y producir se instaló haciendo huir a los individuos de la responsabilidad de hacer huella en su camino existencial.
En ese carácter social se ha forjado un sueño nefasto pero increíblemente seductor, el sueño de la unanimidad, anidando en tal fin los populismos manipuladores. El principio de la igualdad y el ilimitado otorgamiento de derechos, bajo el pretexto de las necesidades, hicieron imaginar falsamente que la uniformidad es el objetivo a alcanzar.
El valor de la auto-conservación de las personas en un orden espontáneo y de colaboración con los otros integrantes de la sociedad, ha sido minimizado, bloqueando la autoestima conduciéndola al “autoengaño”.
Se ha naturalizado el poder señorial que el Estado ejerce sobre sus esclavos mentales. Todo necesita ser visado y autorizado por el “amo” Estado. La resignación y la pasividad se incorporaron al ánimo colectivo. La sumisión es aceptada, la conformidad es automática.
La humillación constante hacia quienes creen tener derecho a todo, implica un trato degradante, convenciendo a esos destinatarios de derechos que deben estar agradecidos –de hecho lo están- de la supervivencia que se les brinda.
Existen esclavos conscientes y esclavos inconscientes que adolecen ese síndrome, todos están satisfechos y festejan esa servidumbre, la cual es soportada sobre sus hombros y espaldas por otros individuos –cada vez menos en el tiempo- que pretenden cambiar el destino fatal que se aproxima con los síntomas de aquel síndrome.
El mundo siempre ha cambiado a lo largo de su historia, nunca estuvo predeterminado su destino, siempre estaremos expuestos a infinitas e imprevisibles posibilidades que los mortales iremos viviendo, cursando procesos sociales que desarrollamos con nuestro accionar. Ahora bien, esos procesos, deben portar nuestras pasiones, deseos y emociones en el marco de la libertad creadora; para ello debemos librar la batalla más importante, la lucha por despojarnos del yugo estatal que nos asfixia con el atroz canto de la falsa protección.
La verdadera y renombrada “grieta”, es la manera de vivir la vida, de cómo organizar la vida en sociedad. La mayoría disfruta y festeja el síndrome de esclavo como seres estandarizados y paralizados. Quienes nos oponemos a ese cuadro patológico tenemos la obligación de evitar la propagación de ese mal.
El autor es abogado y presidente de la Fundación LibreMente de la Ciudad de San Nicolás, Buenos Aires, Argentina.
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- 23 de julio, 2015
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