Educación, ¿una cuestión de política exterior?
Que la educación está en crisis no es una novedad, y decir que es producto de la pandemia no es correcto. Los países de América Latina ya estaban en crisis desde hace años y lo que hizo el Covid-19 fue evidenciar y empeorar los indicadores que ya estaban mal.
Esta realidad sobre la situación educativa hizo sonar las alarmas de varios países de la región, demostrando que muchos estaban mejor preparados para afrontar los desafíos que surgieron, mientras que en otros se pusieron en evidencia sus problemas. Pero todos pueden aprovechar la crisis para emprender reformas siempre demoradas.
Muchos informes se han escrito sobre cómo la pandemia impactó a nivel mundial en los aprendizajes, en los sistemas y en la comunidad educativa en general. Mayor evidencia de la vulnerabilidad, bajos índices de aprendizaje, abandono escolar, falta de conectividad a internet, poca preparación de los Ministerios, diagnósticos impactantes y poco esperanzadores. Pero poco se ha hablado acerca de las oportunidades que trae consigo esta tragedia, que son muchas.
La posibilidad de tener más audacia para avanzar sobre las transformaciones que el sistema pide hace años y actuar con un mayor sentido de la urgencia; aprovechar las lecciones aprendidas con respecto a la educación en línea y que el Estado y el sector privado intensifiquen el trabajo en conjunto para lograr una mayor inversión en conectividad, tanto en las escuelas como en facilitar el acceso a aquellas familias que no pueden hacerlo; o que los gobiernos consideren institucionalizar cambios que den mayor libertad a la oferta educativa, desde la educación en el hogar hasta escuelas secundarias con materias electivas vinculadas al mundo del trabajo.
Pero hay una oportunidad a la que debemos dar mayor atención y es que el debate de política exterior en hemisferio incluya la discusión sobre capital humano, sobre educación. Hay tantos temas que incluimos en los debates de política internacional, como la geopolítica, el comercio, la transparencia y las instituciones. ¿Por qué no estamos incluyendo a la educación?
Sobre estas cuestiones di testimonio hace unos días en el Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, que reunió varios panelistas para exponer sobre la pérdida de aprendizajes en el hemisferio. En esa oportunidad señalé que la educación debería ser tema clave en la agenda de política exterior entre Estados Unidos y América Latina. No solo porque aumenta las probabilidades de éxito socioeconómico y una ciudadanía más estable y democrática, sino también porque una América Latina próspera significa más comercio y la consolidación económica del continente, frente a un crecimiento de la penetración e influencia de China.
La movilidad del capital humano, y que la sociedad del conocimiento lo haya convertido en un bien transable, la acreditación de títulos universitarios y de posgrado entre países, deben ser temas centrales de política para enfocar, trabajar y avanzar. Teniendo en cuenta que el trabajo remoto y la posibilidad de exportar la educación ha generado enormes cambios y oportunidades en el sector educativo.
El desarrollo de la calidad educativa debería incluirse en todas las reuniones bilaterales y multilaterales entre países de la región. Tenemos que enfocarnos en las habilidades y capacidades que consolidan la democracia en el continente, el respeto a la libertad individual, la igualdad de oportunidades, y el desarrollo económico y la prosperidad.
Los organismos multilaterales tienen también un rol que cumplir, como la OEA, el BID, el Banco Mundial, Usaid, la agencia de cooperación de Estados Unidos, la CAF, trabajando para poner la educación como un tema central en la agenda del continente, y que se trate en todos los foros continentales y regionales. Nos perdimos la oportunidad en le Cumbre de las Américas, donde ni se mencionó. No perdamos la posibilidad en las siguientes.
La pandemia dio visibilidad al hecho que enfrentamos los mismos desafíos en todo el continente, desde la falta de conectividad, particularmente entre las comunidades más vulnerables, la lentitud y falta de efectividad de los gobiernos, la mayor participación de las familias en demandar mejores aprendizajes y una necesidad de mayor calidad educativa. Enfrentémoslos incluyendo la educación en las relaciones entre nuestros países, entendiendo que es la base para un continente con mayor desarrollo, más seguridad y más democracia.
El autor fue Ministro de Educación de la provincia de Buenos Aires.
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