La Primavera del Amor
«Si amas a la juventud ¡no me ames! Ama la primavera, rejuvenece cada año», dice una de las canciones en La Primavera del Amor, colección que compusieron y se dedicaron mutuamente Clara y Robert Schumann. Es cierto que se conocieron en su juventud y aunque su amor cruzó esa barrera, el tiempo se les hizo demasiado corto. Aun así, ambos tuvieron un enorme impacto en el panorama musical del siglo XIX y, más importante que nada, en la vida del otro.
Clara Wieck, hija del aclamado maestro de piano Friedrich Wieck, nació el 13 de septiembre de 1819 en Leipzig, Alemania. Su historia con la música comenzó cuando solo era una niña de cuatro años que aprendía a tocar el piano más rápido de lo que era capaz de aprender a hablar. A partir de los ocho años, realizó pequeñas giras en Leipzig y Dresde, con las cuales fue consagrando su reputación. Recibía halagos y obsequios de la aristocracia de la época, a los que su padre vigilaba de cerca para que no tuvieran ningún efecto negativo en Clara o en su carrera. Sin embargo, hubo algo que Wieck no consideró en la lista de asuntos que debía vigilar, convirtiéndose en una constante jaqueca durante la adolescencia de su hija.
El nombre del dolor de cabeza era Robert Schumann, compositor que se mudó a su hogar al convertirse en su alumno en 1830. Nació el 8 de junio de 1810, fue hijo de un novelista y creció en un hogar rodeado de cultura, por lo que su interés por la música no fue una sorpresa. Comenzó a estudiar piano a los ocho años, dando conciertos y componiendo a partir de entonces, lo cual no impidió que al terminar su etapa escolar cediera ante los deseos de su familia y comenzara a estudiar leyes. Esta decisión mostró ser la equivocada cuando se tradujo en dos años de descuido a sus estudios en las universidades de Leipzig y Heidelberg, tiempo que en realidad dedicó a tocar y componer. Consciente de su verdadera vocación, poco después decidió hacer de su música no solo su prioridad, sino su vida entera.
Cuando Robert entró en la vida de los Wieck, él tenía 20 años y Clara, evidentemente embelesada con el músico, solo 11. Ante este hecho, Friedrich llevó a su hija por una exitosa gira de varios meses por Alemania y Francia, buscando que enfocara su atención en su arte y no en Robert. Funcionó por un tiempo, pero Clara, que tenía la costumbre de manejar un diario, dejó registrado que nunca dejó de soñar con la música que algún día crearían juntos. Durante ese tiempo, Schumann comenzó a salir con otra persona e incluso llegó a comprometerse, pero esa relación terminó y su amistad con Clara floreció. Los años pasaban y ambos componían y tocaban juntos, inspirando la obra del otro e intercambiando cartas frecuentes cuando la distancia los separaba, pese a que esto molestaba al padre de la joven.
En 1835, tras la ruptura del compositor con su pareja y el cumpleaños 16 de Clara, iniciaron su relación. Dos años más tarde, Robert le propuso matrimonio y ella aceptó («Una unión para la eternidad» escribió él, que también acostumbraba a llevar un diario). Como ella aún era menor de edad y no contaba con la venia de su padre, quien se oponía rotundamente a la unión, el asunto tuvo que ser llevado a la corte. Así, el 12 de septiembre de 1840 recibieron la aprobación de la justicia, aunque habría dado igual si no era así, ya que 24 horas más tarde no la habrían necesitado (Clara cumplió la mayoría de edad el 13 de aquel mes). Se casaron ese mismo día, ella adoptó el apellido Schumann y ambos comenzaron a enseñar juntos en el conservatorio de Leipzig.
Aprovechando que era una costumbre que compartían, al día siguiente de su matrimonio -en el cumpleaños 21 de Clara- Robert le regaló a su esposa un diario que ambos llevarían conjuntamente con el objetivo de que pudieran registrar sus vivencias, problemas, deseos y esperanzas, y de que fuera un mediador en caso de algún malentendido. Lo intercambiaban cada domingo durante el desayuno, de modo que cada uno tenía una semana para no solo anotar lo que quisiera, sino comprender lo que pasaba por la vida y mente del otro. Esto era particularmente útil ya que ninguno de los dos era tan hábil con la palabra hablada como con la escritura y, por supuesto, con la música, lo que llevó a este diario a convertirse en una ecléctica combinación de pensamientos, anécdotas e incluso melodías -algunas que se convirtieron en grandes obras- desde dos perspectivas contrastantes de una relación que tuvo un enorme impacto en la música del Romanticismo.
Para Navidad de ese mismo año (1840), Clara le obsequió a Robert algunas obras que había escrito para él, lo que lo llevó a idear un proyecto conjunto en el que musicalizarían los poemas de la colección La Primavera del Amor (Liebesfrühling) de Friedrich Rückert. En la semana del 3 al 10 de enero de 1841, él compuso nueve piezas -seis solos y tres duetos- y al concluir escribió en el diario: «De lunes a lunes fueron escritas nueve canciones del Liebesfrühling de Röckert, en las que creo haber encontrado una voz especial. Ahora, Clara deberá componer otras para algunos de los poemas, ¡Oh, hazlo por favor, pequeña Clara!»
Pasó algún tiempo antes de que Clara pudiera componer las piezas faltantes debido a que estaba embarazada de su primera hija, pero durante la primera semana de junio de ese año finalmente pudo hacerlo y se las dio a Robert como regalo de cumpleaños. «Esta semana me he sentado a componer cuatro canciones con base en poemas de Röckert para mi amado Robert», escribió en el diario. De esas canciones, tres se añadieron a las nueve composiciones de Robert y fueron publicadas como Poemas de la Primavera del Amor — Opus 37/12 el 13 de septiembre de 1841. En la publicación, sin embargo, no aclararon quién había escrito qué ni cuánto, ya que sentían que ambos estaban en cada una de las canciones.
Además de la publicación de los doce poemas musicalizados y el cumpleaños de Clara, ese 13 de septiembre también se llevó a cabo el bautizo de Marie Schumann, primera hija del matrimonio, quien había nacido 12 días antes. En total, entre 1841 y 1854, la pareja tuvo ocho hijos, lo que llevó a la compositora a poner su arte en segundo plano para adoptar las labores de ama de casa, trabajando solo en pequeñas piezas durante algunos años. Sobre esto, Robert escribió que «tener hijos y un marido que vive en los reinos de la imaginación no es lo mejor para la composición», por lo que lamentaba pensar «cuántas ideas profundas se pierden porque Clara no puede trabajarlas».
Todo lo que Robert veía, escuchaba, leía o hacía se convertía en música, desde los juegos con sus hijos hasta las largas caminatas que acostumbraba a dar cada tarde con su esposa. En cuanto a Clara, pese a haber reducido su tiempo de composición propia, hacía algunos arreglos en las piezas de su marido y les daba una nueva dimensión al convertirlas en historias para que quienes aprendieran a tocarlas las interpretaran con la intención correcta. Adicionalmente, debido a que Robert sufría de una permanente lesión en los dedos, en muchas ocasiones era Clara quien lo colaboraba en el piano a la hora de componer, acentuando la idea de que la música de uno le pertenecía también al otro. Además, mientras él componía, acompañaba a Clara en las giras que realizaba por Europa con sus conciertos de piano. Así, cada uno desarrollaba su arte y era el apoyo de la obra del otro.
La pareja solía estar rodeada de algunos de los mejores músicos de la época, pero entre sus amistades destacaban Josef Joachim y Johannes Brahms. Joachim era un violinista que conocieron cuando solo tenía 14 años (1844) y ayudaron a cultivar su talento. Se hizo amigo de Clara y la acompañó en más de 200 conciertos, dando también clases a algunos de sus hijos que tenían interés en el violín. Él les presentó a Brahms, cuyo talento los tenía realmente impresionados y con quien formarían una icónica amistad. Robert había tomado el rol de su mentor, Clara era una de las figuras más importantes en su vida, y la pareja lo consideraba un miembro más de la familia.
En 1844, los Schumann decidieron mudarse a Dresde en busca de mayor tranquilidad, ya que Robert enfrentaba un colapso nervioso que comenzaba a causarle insomnio, alucinaciones auditivas y fiebres. Con algo de tiempo y cuidados de Clara, su situación pareció mejorar, y un año más tarde volvió a componer, aunque con mucha menor agilidad. En 1854, en una nueva crisis nerviosa, Robert intentó ahogarse en el río Rin, lo que lo llevó a pedir ser internado en un asilo mental.
El 27 de julio 1856, el estado de salud de Robert era ya muy delicado, por lo que le permitieron a Clara realizar una visita, en la cual trató de animarlo tocando algunas piezas en el piano, entre las cuales se encontraban aquellas que habían compuesto 15 años atrás para la colección que tenía por nombre La Primavera del Amor. A él le parecieron melodías muy profundas y emotivas, mas no fue capaz de reconocer ninguna. Dos días más tarde, Robert falleció. Clara escribiría: «Todos mis sentimientos eran de agradecimiento a Dios porque él era finalmente libre. ¡Si tan solo me hubiera llevado a mí también! Lo vi hoy por última vez. Se llevó mi amor con él». Hasta el final de su vida, rara vez se refirió a este trágico momento, pero en sus sesiones de improvisación al piano -después del desayuno y cerca al anochecer- revelaban los sentimientos que no ponía en palabras.
Robert Schumann fue reconocido en vida como un extraordinario compositor y Clara Schuman como una prodigiosa pianista, aunque era también una gran compositora. Sin embargo, tras la muerte de quien fue el amor de su vida, ella dejó esa área de lado y se dedicó a tocar las obras de su esposo por toda Europa, popularizando el trabajo al que había dedicado su vida y asegurándose de que su legado permaneciera en el tiempo. Además, y quizá más importante, se encargó de que sus hijos conocieran y apreciaran la obra de su padre. De acuerdo a su hija Eugenie, Clara daba lecciones de piano a cada uno de sus hijos, las cuales consistían en algunos ejercicios con escalas y arpegios, una pieza de Bach o Beethoven como núcleo de la sesión y, siempre, para finalizar, «algo de la música de papá».
Él recibe el crédito de haber compuesto obras extraordinarias y ser uno de los mayores representantes de Romanticismo Alemán. Ella, de haber popularizado las obras de su marido, originando los conciertos de piano como se conocen hoy y también haber sido una magnífica compositora. Ambos, de haber sido la principal inspiración del otro. La Primavera del Amor queda como uno de los más importantes reflejos de su relación y de los increíbles resultados que daba su colaboración.
El mundo de la música le debe muchísimo a la unión de semejantes talentos y yo agradezco que hayan registrado sus vidas en un curioso diario a cuatro manos que, dos siglos más tarde, me permitió conocer algo de su historia en sus propias palabras.
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