Kissinger y sus estadistas
El País, Madrid
¿No es extraordinario que un libro escrito por alguien que acaba de cumplir 99 años, tenga la excelencia que muestra Leadership, tanto en sus opiniones como en la descripción de los hechos que marcan a sus seis preferidos en la nomenclatura mundial? En este libro de reciente aparición, Henry Kissinger señala a seis estadistas que, dice, son sus preferidos, a saber: Konrad Adenauer, Charles de Gaulle, Richard Nixon, Anwar el Sadat, Lee Kuan Yew y Margaret Thatcher. Con la excepción de Nixon, que no tiene por qué formar parte de ese conglomerado después de los fraudes que propició (pero, no olvidemos que este presidente sacó a Kissinger de Harvard, donde enseñaba historia, y lo nombró asesor de la presidencia de Estados Unidos, a lo que Kissinger debió su enorme popularidad).
El libro está magníficamente escrito y las razones que evoca Kissinger en la elección de sus seis estadistas son de peso. También las razones de por qué ha elegido a estos seis estadistas y no a otros líderes occidentales. Uno de los misterios de las apariciones en este libro es la de Lee Kuan Yew, el verdadero creador de la isla de Singapur que tiene el nivel de vida más alto del mundo y que fue “despedida” por Malasia, ya que la consideraba una rémora para su desarrollo. Su caso es verdaderamente trágico para los pobres malasios. Esta historia es extraordinaria, sobre todo considerando que su desarrollo y modernidad se deben, exclusivamente, al esfuerzo de sus habitantes, lo que ha permitido a los pobladores de aquella isla encarnar a uno de los países más avanzados del mundo. (Según algunas estadísticas, es el más avanzado del mundo).
El criterio que sigue Kissinger para elegir a sus “estadistas” favoritos —lo explica muy bien en su libro—, es la importancia que les dio el mundo entero y lo que ellos lograron en materia de alimentación, trabajo y nivel de vida, algo que convierte a Singapur en un caso muy especial: pasar de ser uno de los países más pobres a convertirse en una isla donde todo el mundo trabaja y gana altos salarios y que, además, constituye un paradigma que los países pobres del mundo quisieran imitar, justifica totalmente la elección de Lee Kuan Yew entre esta gavilla de excelencias que constituye el grueso de los estudios de Leadership. Aquí está cómo ocurrió aquel milagro, y, entre otras cosas, la extraordinaria visión de su líder, aprovechando la situación de la isla y convirtiéndola, poco a poco, en un paraíso de seguridad donde podían situar sus bienes los mejores empresarios del mundo. La palabra clave es “honradez”. La severidad de sus leyes tiene que ver con el prestigio de esa isla, que ha sabido —era lo más difícil— jugar a ser aceptada como una de las realizaciones más efectivas de nuestra época, como una de las naciones que ha llevado hasta sus extremos el desarrollo y la preeminencia en los niveles de vida de su población.
El general De Gaulle aparece como el que fue: un ser fuera de serie (y de época), que, pese a la hostilidad que tuvo siempre contra Inglaterra —se opuso tanto tiempo a que este país integrara Europa hasta que lo consiguió— convirtió a Francia durante su mandato en un país privilegiado, al que todos los otros hacían concesiones y daban prerrogativas. De Gaulle sólo defendía los intereses de Francia, algo que era insólito, pues todo aquello ocurría cuando lo que contaba era la desaparición de las “nacionalidades” y los países renunciaban a este viejo simbolismo por la constitución de conjuntos, como la OTAN y la Unión Europea, que tienden a reemplazar a las históricas naciones por conjuntos supra nacionales.
El líder egipcio, Anwar el Sadat, que aquí figura con su paciente y dolorosa biografía, tiene el gran mérito de haber cambiado radicalmente la apreciación que Egipto hacía de Israel, con el que entabló una colaboración eficaz, el primer país árabe que así lo hizo, algo que, aunque hasta ahora haya sido más de fórmula que de contenido, se presta, en el futuro, a servir de ejemplo a otros países árabes, de tener una buena relación con Israel.
Aunque todos los ensayos muestran un alto nivel de escritura —y les da un suplementario interés la aparición de Henry Kissinger, a veces recibiendo y opinando junto a estos líderes—, el mejor ensayo, y seguramente con el que se identifica más él mismo, es el dedicado a Margaret Thatcher. Ese texto es una verdadera delicia, y sin ninguna duda es el mejor de la serie. Allí está, con lujo de detalles, toda la vida profesional de la señora Thatcher, que, en sus comienzos, fue apenas una meritoria estudiante de química en la universidad de Oxford, y que consiguió elevarse hasta ser la primera mujer que ocupó el liderazgo en Inglaterra, llegando a acumular un poder fuera de serie, y que consiguió —por primera vez— que los conservadores ganaran por tres veces consecutivas las elecciones inglesas. Estoy seguro de que quienes vivimos allá en esos años nunca olvidaremos el extraordinario brío que contagió Margaret Thatcher a Inglaterra, un país que se había acostumbrado a su decadencia, y al que la señora Thatcher comunicó un reflejo audaz y notable para Europa, algo que, con el famoso Brexit, quedó frustrado (hasta que vuelva una dirigente semejante a conducir los destinos ingleses). Fue la primera vez que un líder conservador como la señora Thatcher fue derrotada, en los años en que brillaba, por una conspiración de su propio partido, que ha quedado destruido gracias a ese popular payaso, que hubiera sido triste que liderase de nuevo el partido conservador, Boris Johnson.
Los perfiles de los personajes están muy bien trazados y en el libro se dan todos los datos necesarios para conocerlos. Pero, y en esto hay un gran mérito del ensayo, los apuntes biográficos son igualmente sustanciosos, y el lector puede seguir, palmo a palmo, la evolución de sus vidas junto a sus obras, es decir, los designios que trataron de alcanzar, trabajando como lo hicieron para cambiar a sus países para mejor. Todos ellos tuvieron ese mérito: su país cambió de cara y perfil luego del paso de ellos por el poder, pero, claro, la significación de cada cual fue distinta, aunque todos ellos influyeron y cambiaron la situación en que sus países eran percibidos por el resto del mundo.
La señora Thatcher, por ejemplo, cambió la percepción que se tenía de Inglaterra en el resto de Europa. Pero, tras la recuperación de las Malvinas, se tuvo una visión distinta de Inglaterra y de su primera ministra, la señora Thatcher.
Luego de los elegidos, Leadership tiene algunas páginas en las que Henry Kissinger explica las razones por las que, cree, aquellos “elegidos” cambiaron la percepción de sus países en el ámbito en que se movían. Y su ensayo insiste en que aquellos liderazgos significaron un cambio profundo de la función presidencial. De manera que todos ellos —salvo, quizás, el general de Gaulle— transformaron profundamente a sus sociedades, dejando una huella que no se ha apagado todavía. Y todos ellos quedan como unos dirigentes que trabajaron con distintas fortunas, como líderes que sin arredrarse ante los desafíos que encontraron, fueron capaces de absolverlos. Y, la mejor prueba, es la marca que dejaron.
© Mario Vargas Llosa, 2022.
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