No existe tal cosa como un “precio justo”
Llama la atención que un economista como Gabriel Rubinstein defienda la política de Precios Justos que implica un congelamiento por 120 días y aumentos del 4% mensual para otra serie de productos, cuando algo que cualquier estudiante de economía sabe es que el mercado ajusta por precio o por cantidad.
Si el Estado establece un precio por debajo del mercado, por definición la demanda aumenta y la oferta disminuye.
¿Por qué aumenta la demanda? Porque cuando hay un precio artificialmente bajo el consumidor compra más de ese bien porque sabe que se trata de un fenómeno transitorio.
Basta con ver cómo aumentó el consumo de gas domiciliario con el retraso artificial de las tarifas de los servicios públicos. Es que, al ser el gas casi regalado, la gente no se ocupaba por bajar la calefacción cuando hacía mucho calor dentro del hogar, se limitaba a abrir la ventana usándola como termostato.
Con Precios Justos vamos a asistir a un desabastecimiento de los productos de la lista e incluso de otros, por dos razones. En primer lugar, cuando se congelan los precios de los productos, al mercado ajustar por cantidad, faltarán en las góndolas productos de los precios controlados y, además, la falta de dólares, que posiblemente se acentúen en los próximos meses, generará un faltante de reservas para importar insumos con lo cual habrá desabastecimiento. Es decir, faltarán bienes por el control de precios y por la falta de insumos para producir. Con este escenario es casi seguro que aparecerá el racionamiento de productos en los supermercados. Un litro de leche por persona, un litro de aceite por persona, tantos papeles higiénicos por persona, etc. Historia conocida. O bien surgirá el mercado negro.
Pero no se puede dejar pasar por alto la ridiculez del concepto de Precio Justo, un razonamiento que se remonta a los escolásticos del siglo XVI y XVII.
Los escolásticos, entre ellos Santo Tomás, basaban el principio de precio justo en los costos de producción, algo que quedó totalmente superado con la teoría subjetiva del valor desarrolladas por Menger y Böhm-Bawerk a fines del siglo XIX y principios del XX.
Quienes están en el Ministerio de Economía deberían conocer principios básicos sobre cómo se forman los precios. No es una cuestión de sumar costos, agregar un margen de utilidad y poner el precio de venta. Así no funciona en la realidad el sistema de precios.
Hace dos siglos que la escuela austríaca de economía explicó que las valoraciones de los bienes en la economía son subjetivas. Una misma persona puede estar dispuesta a pagar más o menos dependiendo de la circunstancia en que se encuentre.
Una persona en el medio del desierto está dispuesta a pagar mucho por un vaso de agua y esa misma persona no está dispuesta a pagar fortunas por un vaso de agua en su casa en una zona urbana.
Si alguien tiene hambre valora mucho la primera porción de pizza, algo menos la segunda, menos la tercera y llega un punto en que comió tanto que tiene utilidad marginal negativa si come otra porción, porque le caería mal.
Ahora bien, como en la economía hay millones de personas que tienen diferentes necesidades y esas necesidades van cambiando en el tiempo, no hay mente humana que pueda establecer una estructura de precios relativos.
Por eso fracasó el socialismo con la economía centralizada y fracasaron todos los controles de precios y economías planificadas. Es que, como bien los señaló Hayek en su ensayo El Mercado como Proceso de descubrimiento, la función del empresario es descubrir dónde hay una necesidad insatisfecha para asignar los recursos productivos y para eso tiene como señal el sistema de precios.
El sistema de precios sirve para que los empresarios sepan dónde invertir. Si un burócrata decide arbitrariamente cuál tiene que ser el precio de un determinado bien, se está suponiendo que él conoce cómo valora cada uno de los consumidores los bienes y servicios y cómo van variando esas valoraciones. El burócrata pasa a considerarse un Dios que conoce lo que ningún ser humano puede conocer.
Pero hay un punto más sobre la política de Precios Justos, que viene a complementar a Precios Cuidados y demás programas de precios regulados, que han fracasado.
El punto es el curioso argumento de Gabriel Rubinstein afirmando que el control de precios ahora puede funcionar porque: “Antes había un congelamiento de prepo”, el antes es por Martín Guzmán y ahora hay un amplio acuerdo. Además, “antes los márgenes de las empresas eran del 30% (más normales) y ahora son del 40% (altísimos)”.
En primer lugar, los aumentos de márgenes de utilidad sirven para saber dónde hay una necesidad insatisfecha y la demanda pide más oferta de bienes. Es decir, más inversiones. Los márgenes de utilidad son un indicador para saber dónde invertir, para eso se necesitan precios libres.
En segundo lugar, si las empresas tienen más tasa de rentabilidad lo que debería producirse es un mayor flujo de inversiones para captar esa rentabilidad mayor. Al producirse la mayor inversión crece la oferta y bajan los precios. Sería la mejor manera de combatir la inflación en los términos que los piensa el gobierno.
Caída de la demanda de moneda
En síntesis, al congelamiento de precios podrán llamarlo precios justos, precios cuidados, precios para todos o como se les de la gana, pero el problema de fondo es que sigue cayendo la demanda de moneda porque se ve a un Gobierno enfrentado políticamente dentro de la coalición y sin rumbo. O, si prefiere, el país está a la deriva porque no hay más recursos para hacer populismo y hay que empezar a pagar el costo del populismo aplicado.
Sumado a eso, no hay un plan económico consistente, solo un “plan aguantar” que hasta la ministra de Trabajo acaba de afirmar que es más importante que la selección argentina gane el Mundial que bajar la inflación.
Ya han caído en pan y circo, pero solo les queda ofrecer circo, porque pan no hay más.
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