Alphonsine Plessis: La verdadera Dama de las Camelias
El 15 de enero de 1824 nació en Normandía, Francia, Alphonsine Plessis, una preciosa niña de ojos marrones y cabello negro azabache. Cuando ella tenía cuatro años, su madre abandonó su hogar y dejó a la pequeña con su padre, quien tenía problemas de alcoholismo y optaba por dejarla al cuidado de familiares y conocidos por largos periodos de tiempo. Desafortunadamente, Alphonsine no era la única joven con una vida como aquella, pero lo que hizo su historia distinta al resto fue que, pese a que la muerte la encontraría a muy corta edad, ella sería capaz de vivir para siempre.
Al cumplir los ocho años, su padre la envió a vivir con familiares de muy escasos recursos, lo que llevó a la niña a crecer en condiciones absolutamente precarias, llegando incluso a ser forzada a mendigar. Regresó con su padre a los 14, pero un año más tarde volvió a ser enviada lejos, esta vez en una caravana de gitanos a casa de la familia lejana de su madre en París. A partir de entonces comenzó a trabajar en una lavandería, luego en una tienda de lencería y finalmente como costurera y vendedora. Sin embargo, una lluviosa noche de 1839 su vida cambiaría de repente.
Se encontraba paseando con algunas amigas cuando, para refugiarse de la lluvia, decidieron entrar en un restaurante. Aparentemente, la adolescente llamó la atención del dueño del establecimiento y este la invitó a salir. Ella aceptó comenzar a verlo con frecuencia y, a cambio, él le obsequió un departamento y 3000 francos (el salario anual promedio de un trabajador era de 350 francos). Alphonsine se dio cuenta de todo lo que ello significaba y fue entonces que tomó la decisión de transformar su vida y convertirse en cortesana.
Viéndose con tales cantidades de dinero, la joven se enamoró de las cosas que podía comprar. Vestidos costosos, joyería, perfumes, flores y entradas al teatro comenzaron a acumularse en tal nivel de gastos que el dueño del restaurante no pudo seguirle el ritmo y decidió dar un paso atrás. Al tiempo que eso sucedía, Alphonsine comenzó a salir con un noble a quien había conocido en un baile poco tiempo atrás: el conde de Guiche. Este hombre le obsequió un nuevo departamento, muchísimo más lujoso que el anterior, y le proporcionó tutores de todas las áreas que a ella le interesaran, por lo que comenzó a estudiar idiomas, pintura, música y danza, llegando a volverse prácticamente indistinguible de una dama de alta sociedad. Para completar su transformación, decidió adoptar un nuevo nombre, Marie Duplessis, bajo el cual se haría famosa por todo París.
Tras distanciarse del conde de Guiche, Marie conoció al conde Édouard de Perrégaux, quien se enamoró perdidamente de ella y le regaló una cabaña muy cerca de Versalles. La pareja contrajo matrimonio en Londres y, verdaderamente entusiasmada, lo primero que ella hizo al regresar a París fue grabar en todas sus posesiones -desde su carruaje hasta sus pañuelos- el escudo familiar de su marido. Sin embargo, lo que pudo ser una idílica vida se vio afectada por la recientemente adquirida pasión de la joven por las apuestas. Sus deudas crecieron de tal manera que se vio obligada a empeñar sus joyas y, con el tiempo, incluso llegó a perder la cabaña. Preocupados por la situación, los familiares del conde lo incitaron a dejar a su mujer, cosa que hizo no mucho tiempo más tarde.
La joven cortesana se había involucrado con tantos hombres en su corta vida que se propuso como regla personal nunca llevar prendas que le hubiera regalado uno cuando se encontraba con otro, porque «no tengo ningún deseo de aparecer con un hombre y que otro diga “está usando lo que yo le di”». De cualquier forma, prescindir del uso de unos cuantos atuendos en ciertas ocasiones no le representaba problema alguno, pues con un gasto promedio de 20000 francos anuales no es difícil suponer que contaba con vestidos y accesorios de sobra. No obstante, si bien vivía rodeada de lujos, nadie que la conociera se atrevía a tacharla de codiciosa o avara, ya que siempre se aseguraba ayudar a quien lo necesitaba y aportar a caridades, tanto económicamente como con su presencia para atraer contribuyentes.
Marie pasaba la mayor parte de su tiempo en salones de baile, restaurantes, carreras de caballos y, sobre todo, teatros. Los encargados de los lugares que visitaba siempre tenían un espacio especial reservado para ella y algunos la apodaron la mujer mejor vestida de París. Sin embargo, debido a que la muchacha no salía a ninguna parte sin un ramo de camelias blancas, y una más en el escote, fueron las vendedoras de flores a las que siempre acudía quienes le otorgaron el apodo con el que pasaría a la historia: La Dama de las Camelias.
Por supuesto que debió pasar algún tiempo para que alguien fuera de su círculo conociera aquel sobrenombre, pero antes de que eso sucediera, alrededor de 1842, Alphonsine-Marie comenzó a experimentar los síntomas de una tuberculosis contraída cierto tiempo atrás. Para intentar hacer frente a la situación, comenzó a visitar spas y baños termales por toda Europa, ya que estos funcionaban como paliativos para su mal. Adicionalmente, recibió atención médica y tratamientos de algunos de los mejores médicos del continente, los cuales eran enviados por los más ricos y poderosos de sus amantes, quienes le tenían muchísima estima.
Fue en esta época de su vida que conoció al conde Gustav Ottonovitch von Stackelberg, quien aseguraba sentirse conmovido por su enfermedad ya que él había perdido a su hija por la misma causa. Este hombre se convirtió en su protector y le obsequió un magnífico departamento. En ese lugar, Marie trató de mantener su ritmo de vida por tanto tiempo como le fuera posible, rodeándose de sus habituales lujos y organizando fiestas en las que participaba casi todo a quien valiera la pena conocer en París. Sin embargo, todo se detuvo hacia el final de 1846, año en el que su condición comenzó a empeorar rápidamente.
Alphonsine pasó sus últimas semanas confinada a su habitación, viendo por la ventana, y con su pequeño perro en el regazo, la ciudad que tan bien conocía. Al enterarse de su condición, el conde de Perrégaux decidió regresar a su lado, mas ella no permitía que la viera en esa situación, por lo que, con ayuda de la secretaria de la joven, él ingresaba a cuidarla cuando ella estaba dormida. Se dice que la noche del 3 de febrero de 1847, con el conde a su lado, la joven cortesana emitió entre sueños sus últimas palabras: «Los amé a todos». A continuación, con solo 23 años, Marie Duplessis dejó atrás la particular vida que le había tocado vivir.
Fue velada por su secretaria, Perrégaux (quien se encargó de todos los arreglos necesarios) y su protector, el conde von Stackelberg. A su funeral atendieron cientos de personas, llegando a paralizar varias calles de la ciudad, y un par de días más tarde fue enterrada al amanecer, tal como ella lo había pedido. También según sus instrucciones, sus pertenencias fueron subastadas para pagar sus deudas y el resto fue entregado a su sobrina, bajo la condición de que nunca visitara París. No obstante, ese no sería el final de su historia.
Durante su enfermedad, Marie había tenido un par de amantes a quienes el mundo recordaría para siempre por su obra. Uno de ellos fue el aclamado pianista Franz Liszt, con quien vivió un apasionado romance. Cuando su salud se encontraba ya muy deteriorada, ella le pidió al músico que la llevara con él a una de sus giras, pero, sabiendo que su cuerpo no lo resistiría, él le prometió que la recogería antes de partir hacia Constantinopla a la mitad del tour. En realidad, ambos sabían que era una promesa vacía para animarla en el poco tiempo que le quedaba, y eso es exactamente lo que fue, ya que la noticia de su muerte le llegó a Liszt en plena gira. Más adelante, él confesaría que consideraba a la cortesana «la más absoluta y perfecta encarnación de la mujer que jamás haya existido» y que ella había sido el amor de su vida.
El segundo de estos dos hombres (aunque cronológicamente fue el primero) fue Alejandro Dumas hijo. Su relación, más pasional que romántica, duró cerca de un año, tiempo tras el cual el escritor terminó todo en una carta. Según él, se alejaba porque no tenía los medios económicos para darle todo lo que quisiera a Marie, pero aún mantenía un profundo amor por ella. Sin embargo, conocidos del escritor comentaron tiempo más tarde que el verdadero motivo del rompimiento tenía que ver con el hecho de que Dumas temía contagiarse de tuberculosis. Como fuera, tras la muerte de la joven, este hombre le dio un valiosísimo regalo: la vida eterna.
Pocos meses tras el fallecimiento de Alphonsine, Dumas publicó La Dama de las Camelias, obra en la que, no solo hizo conocer al mundo aquel apodo que la muchacha se había ganado, sino que la rebautizó -una vez más- como Marguerite Gautier. Este escrito, que terminó siendo de los más importantes del autor, es una versión novelada de la historia de quien él conoció como Marie Duplessis, aunque es difícil saber en cuál de sus parejas se basó para crear el romance en torno al cual gira el libro, pues es seguro asumir que no fue en sí mismo (por los paralelismos, es probable que se tratara de Édouard de Perrégaux).
Posteriormente, convirtió la novela en una muy popular y aclamada obra de teatro con el mismo título, en la cual Verdi se basaría para componer su famosa ópera La Traviata, dándole esta vez a la protagonista el nombre de Violetta Valéry. Esta se convirtió en la segunda gran historia que ayudaría a inmortalizar a Alphonsine Plessis, pero no la última. A partir de entonces, no han dejado de existir adaptaciones y nuevas versiones de la historia, las cuales han sido llevadas -principalmente- al teatro y al cine, permitiéndole a la cortesana más famosa de París volver a la vida con cada una.
En su obra, Dumas nos pide desde las primeras líneas que creamos que la historia es cierta, cosa a la que, por algún motivo, nunca le había prestado atención. Hasta ahora, claro. Alphonsine/Marie/Marguerite/Violetta es uno de los personajes más emotivos y contradictorios con los que me he topado, y saber que detrás de la ficción existió una joven mujer que vivió, enfrentó penas y alegrías, conquistó, fue conquistada y prácticamente revolucionó París, hace que la historia cobre una nueva dimensión. Honestamente, no me sorprende que, incluso hoy, no pase un día en el que la tumba de Marie no se encuentre adornada con camelias blancas dejadas por visitantes anónimos. Al fin y al cabo, como lo dijo el autor que le regaló la inmortalidad detrás de la máscara de un personaje, «Su historia es una excepción, lo repito; pero, si hubiera sido algo habitual, no habría merecido la pena escribirla».
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