Otras líneas sobre la llamada dolarización
Ocurre que en no pocos medios se pregunta y repregunta a quienes proponen adoptar medidas de fondo cómo las llevaría a cabo. Estimo que con este proceder se esquiva el bulto en el sentido de no tratar la meta y en su lugar perderse en los varios procedimientos para lograr el objetivo puesto que la deficiencia mayor consiste en la incomprensión de hacia dónde hay que encaminarse. Con esta mecánica de circunscribirse a debatir procedimientos se pierde de vista el rumbo y todo queda en nada.
Esto va para reformas institucionales, fiscales, laborales y monetarias. En esta nota muy resumida nos referimos a esto último. En otra nota aludí a mi propuesta en seis etapas influido por colegas con quienes he mantenido repetidas conversaciones como Ravier, Milei, Ocampo, Ávila, Elias, Romano y otros lo cual no significa comprometer sus opiniones en el esquema que sigue ni el caso extremo que describo más abajo. Tampoco sugiero desconocer sus propias propuestas. Todo debe ser debatido. Mi sugerencia en aquel entonces se resumió en la siguiente cápsula en seis pasos: 1. entrega de dólares a los tenedores de pesos (base monetaria) que incluye la venta de oro lo cual resultará en la ratio que corresponda a esta relación, la cual podrá modificarse por ejemplo por la entrada de dólares en circulación de poseedores fuera del circuito o en el exterior; 2. Sustituir títulos y pases por bonos con jurisdicción estadounidense en dólares a la tasa de mercado; 3. Convertir todo el sistema bancario al off shore (Luxemburgo, Singapur etc.) al efecto que las instituciones financieras operen de acuerdo a la conveniencia de sus clientes; 4. Abrogar toda la legislación que se oponga a lo dicho (ley penal cambiaria et al); 5. Consecuente liquidación de la banca central y el curso forzoso; y 6. Elección por parte del gobierno de la moneda en la cual se pagarán impuestos y equivalentes.
Ahora vuelvo a la carga con otro enfoque siempre subrayando que el aspecto medular es la meta de eliminar el fetiche de la denominada “autoridad monetaria” tan severamente criticada por premios Nobel en Economía como Hayek, Becker, Buchanan y Friedman. Este último consignó en sus conferencias en Israel publicadas en castellano bajo el título de Moneda y desarrollo económico que “Llego a la conclusión de que la única manera de abstenerse de emplear la inflación como método impositivo es no tener banco central”. Y en su última contribución monetaria -en Money Mischief– concluye que “La moneda es demasiado importante como para dejarla en manos de banqueros centrales”.
Tengamos en cuenta para los avatares extremos que expondré a continuación es pertinente analizar lo que Harold Demsetz bautizó en 1969 como la falacia de Nirvana que es tomada de Shakespeare cuando el Duque de Albany le dice al Rey Lear “Agitándonos para alcanzar lo mejor, a menudo estropeamos lo bueno”. Es decir, en política necesariamente se renuncia a lo ideal para poder ejecutar lo que resulta posible. Esto para nada significa abandonar la mejor meta en beneficio de lo que desconoce la excelencia. Más aún, resulta absolutamente indispensable subir la vara al máximo lo cual es faena de los intelectuales, por su parte los que operan en función política están corridos en sus parlas por aquellos que son los que influyen en la opinión pública que a su vez demanda correcciones a los políticos. Pero el asunto es de tiempos y etapas, cuando el mensaje de los intelectuales no ha llegado aún a la esfera política los operadores correspondientes llevan a la práctica lo que en esa instancia se ha comprendido ya que intentar lo óptimo puede hacer fracasar la empresa. Es en este ámbito que aludo a medidas que no son ideales, pero permiten salir de momento de la encrucijada sin perjuicio de revisarlas cuando se extienda la comprensión del problema. Son los intelectuales los que marcan el rumbo del progreso. Los llamados prácticos no son más que free riders de los teóricos, o para usar un argentinismo son los garroneros de los que construyen buenas teorías, de allí es que Peter Drucker ha dicho que “nada más práctico que una buena teoría” ya que el que rechaza aplicar teorías necesariamente anda a los tumbos por la vida sin rumbo ni sentido. También se da el caso de intelectuales que deciden incursionar en la arena política quienes deberán proceder en su nuevo rol, pero solamente podrán acercarse a lo ideal en la media de sus logros previos como intelectuales y los de sus colegas renovados y reforzados en el tiempo para subir la vara en beneficio de todos.
Vamos ahora al caso extremo en el que desmenuzo la situación en la que no resultara políticamente posible ninguna de las otras vías de reforma sensata por incomprensión del problema, por lo que sugiero que se proceda a la eliminación del curso forzoso y a la liquidación de la banca central en otro contexto. En este caso pueden presentarse dos posibilidades muy extremas que puede considerarse absurdas pero sirven para ilustrar el asunto que tenemos entre manos. Que el patrimonio neto refleje un valor mínimo, digamos de un dólar en cuyo caso el rescate de la base monetaria será a un tipo de cambio colmado de ceros y fracciones infinitesimales lo cual hace conjeturar que nadie convertirá por lo que se aplicará ese patrimonio exiguo a rentas generales. La otra posibilidad extrema es que el patrimonio neto sea negativo en cuyo caso se declara la quiebra.
Pasemos entonces al tema medular de la inmensa bola de títulos como pasivo remunerado junto a la base monetaria frente a lo cual puede seguirse uno de dos caminos, o se le va reduciendo paulatinamente la tasa hasta llegar a cero al efecto de permitir la adecuación de los plazos fijos en los bancos o se recurre a un último y nuevo préstamo global para atender esos reclamos de los depositantes. En este cuadro de situación debe tenerse muy en cuenta la visibilización de millones de dólares provenientes tanto de la plaza local como del extranjero hoy defendidos de las garras del Leviatán pero que volverán a circular en vista de la claridad de objetivos monetarios acompañados por reformas de fondo laborales, previsionales, institucionales y de comercio exterior. A esto debe agregarse las múltiples nuevas inversiones que serán atraídas por el clima civilizado de normas creíbles y duraderas de respeto recíproco. En estas circunstancias, la relación dólar/peso resultará del mercado con los dólares que ingresen al circuito y en vista que no habrá más emisión de pesos.
En cualquier caso es indispensable acompañar alguna de estas dos opciones por reformas bancarias para implantar el sistema de free banking o la reserva total pero dejar sin efecto el sistema vigente de reserva fraccional. Como ha escrito el referido James Buchanan, “el debate entre los dos primeros sistemas lleva cincuenta años y promete otro tanto” pero para eliminar la producción secundaria de dinero se torna indispensable deshacerse de sistema vigente para lo cual puede recurrirse a las etapas que se han propuesto a través de muchos canales que son de público conocimiento.
El punto medular en estas reflexiones consiste en destacar que no se trata de imponer el dólar, al eliminar el curso forzoso se permite que la gente decida el activo monetario de su preferencia, situación que no descarta la conjetura que en un primer momento el público se decida por la divisa estadounidense dada la familiaridad con esa moneda. Esto no es irrevocable, las instituciones bancarias y financieras una vez liberadas del tutelaje de la banca central eventualmente propondrán a sus clientes otras variantes monetarias que estimen de mayor solvencia.
De más está decir que para poder proceder a una reforma monetaria en cualquiera de las instancias que quedan aquí reflejadas resulta indispensable despejar pesadas telarañas mentales en cuanto a un quinteto clave. Uno, que la inflación “es multicausal” sin percatarse que se trata de expansiones exógenas al mercado, es decir provocadas por razones políticas. Dos, que la inflación se debe a “expectativas” sin percatarse que por más expectativas no ocurre el fenómeno de la distorsión de precios si no hay convalidación por expansiones exógenas previas. Tres, que la inflación se debe a “costos que inciden en otros bienes y servicios” como, por ejemplo el petróleo sin percatarse que si se incrementa ese precio el consumidor tiene dos opciones: o sigue consumiendo la misma cantidad de petróleo y sus derivados con lo que disminuirá el consumo en otros bienes y servicios o de lo contrario reducirá su consumo petrolero para poder continuar con el mismo ritmo de consumo en los otros sectores. Cuatro, que la inflación puede ser importada lo cual muestra no entender el rol del tipo de cambio libre. Y cinco, que la inflación genera “un aumento general de precios” sin percatarse que el efecto es la distorsión en los precios relativos con lo que se produce la consabida angustia entre precios e ingresos. Si todos los precios aumentaran al mismo ritmo (y tengamos en cuenta que el salario es un precio) no habría el grave desajuste señalado, si la expansión fuera mucha habrá que transportar dinero en carretillas, habrá que modificar las columnas en los libros de contabilidad y los dígitos en las máquinas de calcular pero, como queda dicho, el desequilibrio entre precios y salarios no ocurriría.
Despejados estos temas elementales puede entonces irse al fondo de la reforma monetaria como la señalada en esta nota, otra en la misma dirección o aplicar el sustituto que hemos mencionado al efecto de salir del paso, pero en todo caso es necesario contar con un mínimo de comprensión respecto a la envergadura del problema que se afronta para tener aunque más no sea un mínimo de éxito para comenzar a finiquitar una de las plagas mayores de nuestro tiempo. Reiteramos que estas sugerencias no son excluyentes de otras, el asunto es apuntar a la liquidación de la banca central y el curso forzoso que tanto esperpento han producido bajo la cosmética de “preservar el poder adquisitivo de la unidad monetaria” tal como rezan las cartas orgánicas, pero ningún banco central en la historia de la humanidad ha hecho semejante cosa desde el Banco de Inglaterra en adelante.
Es por eso muy pertinente tener especialmente en cuenta la advertencia del mencionado Friedrich Hayek en cuanto a que “nos hemos demorado doscientos años en darnos cuenta del error y el horror de atar la religión al poder político, esperemos no haya que demorar otro tanto en darnos cuenta del error y el horror de atar la moneda al poder político”. Todo esto va para los clásicos “nosepuedistas” que machacan que las ideas innovadoras que operan en direcciones distintas del statu quo no pueden ejecutarse, si por ellos fuera seguiríamos en las cuevas ya que están siempre instalados, anclados y petrificados en el pasado.
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