Es cruel no expresarnos sobre la libertad
El “test del desespero conductual” es un procedimiento clínico utilizado para medir la efectividad de antidepresivos en desarrollo.
Una variante de ese test funciona más o menos así: se ponen ratones en un recipiente de cristal con agua donde luchan infructuosamente por salir. Típicamente, tras quince minutos, los ratones se rinden y entran en letargo flotando en el agua y esperando por el inevitable hundimiento y muerte.
El experimento se repite con otros ratones, pero esta vez, tras catorce minutos, antes que caigan en desespero letárgico, son sacados del agua. Son salvados del desespero, secados y alimentados, y se les permite descansar antes de ser regresados al agua. Esta segunda vez los ratones luchan más, típicamente veinte minutos, antes de rendirse al desespero.
Los científicos explican que para esos ratones los recuerdos de éxitos pasados, cuando son sacados del agua, disparan algunos mecanismos bioquímicos que les dan “esperanza” y por eso luchan más tiempo antes de sucumbir.
Podría alegarse que los ratones no experimentan esperanza ni desespero, y que cualquier implicación antropomórfica es subjetiva, pero traigo a colación el “test del desespero conductual” para destacar la crueldad que inducimos cuando introducimos falsas esperanzas en las expectativas humanas.
Tales falsas esperanzas fueron introducidas en el debate político EEUU-Cuba por el presidente Obama y sus partidarios con la visita a Cuba del presidente en 2016. El restablecimiento de relaciones diplomáticas con el régimen de Castro levantó esperanzas en la Isla trágica de que una reconciliación con Estados Unidos traería prosperidad económica y algún grado de libertad política. Ni prosperidad ni libertad surgieron, y el pueblo cubano está sucumbiendo nuevamente en el desespero.
¿Pero por qué culpar a la administración Obama por intentar un nuevo enfoque? Después de todo, la política de aislar al régimen de Castro no ha sido exitosa promoviendo libertad para el pueblo cubano. Cierto, pero el cambio de política fue acompañado del rechazo a dar voz a las demandas de libertad en Cuba. Eso significó una tácita aceptación del despótico régimen cubano y una autocensura sobre la libertad por miedo a antagonizar a los gobernantes cubanos.
No se trata de cómo Estados Unidos debería formular su política exterior, sino de si debemos dar voz a las aspiraciones de libertad o decidimos quedarnos mudos. Los pueblos no deciden tiranizarse a sí mismos. Quedar silentes ante el deseo humano de libertad es un acto de crueldad.
La legitimación del régimen castrista facilitada por la administración Obama atropelló las aspiraciones de los cubanos a la libertad. Fracasó por no reconocer que sin derechos políticos los cambios económicos carecen de un fundamento duradero. De análoga forma que los ratones con que se experimentó en el “test de desespero conductual”, esos cambios no serían derechos, sino permisos sujetos a las manipulaciones de los experimentadores, en este caso el gobierno cubano. Y así ha sido.
Mientras una nueva generación de liderazgo emerge en Cuba, es necesario restablecer la premisa fundamental de la necesidad de libertad para la felicidad humana. Para la población cubana, la respuesta a su letárgico desespero no es alguna forma de gobierno castrista “light” donde puedan luchar infructuosamente un poco más de tiempo en un nuevo recipiente de cristal. Solamente podrá salirse del recipiente comunitario experimental cuando exista una ciudadanía libre para ejercer sus derechos políticos y económicos.
Para Cuba será una transición arriesgada. La democracia requiere mucha más virtud de sus ciudadanos que un régimen totalitario. En un gobierno de arriba abajo el deseo de la ciudadanía de actuar según su voluntad se restringe por miedo o por fuerza. En una democracia, donde la autoridad se origina en el pueblo, la única restricción es la disposición del pueblo de someterse a la autoridad pública.
Como argumentaban los Padres Fundadores durante el establecimiento de los Estados Unidos, sin virtud y autosacrificio las repúblicas se desmoronan. O, como expresó Alexander Hamilton: “Dese todo el poder a la mayoría y oprimirá a la minoría. Dese todo el poder a la minoría, y oprimirá a la mayoría”. Por consiguiente el éxito nacional depende de nuestra defensa de la autodeterminación. Nunca debemos ser mudos sobre la libertad.
El último libro del Dr. Azel es “Reflexiones sobre la libertad”
- 23 de julio, 2015
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- 29 de febrero, 2016
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