El pesado legado del kirchnerismo
Por Ricardo Esteves
A la hora de analizar procesos políticos no hay más remedio que hacer simplificaciones y atenerse a los hechos que impactarán en la vida de las sociedades, separando lo trascendente de lo anecdótico. El procedimiento contrario, llevado in extremis, se ejemplificaría en el cuento de Borges del “Memorioso Funes”, que recordaba segundo a segundo todos los acontecimientos de un día.
Acerca del gobierno de Macri, no sin un dejo de sorna, se podría señalar que lo más trascendente que resultó de su gestión, lo que más impactó en la vida de los argentinos -y más allá de las muchas cosas buenas o malas que haya hecho- es haber propiciado el retorno del kirchnerismo al poder, algo que hasta poco antes que aconteciera parecía un imposible absoluto.
Sin embargo, sucedió. Muchos apuntarán que lo realmente determinante fue la deuda de 45.000 millones de dólares con el FMI. Pero a decir verdad, esa deuda en buena medida le corresponde al kirchnerismo, que, infinitamente más hábil que el macrismo en construir relato, dió vuelta la historia. De ese monto, 20.000 millones correspondieron al pago pendiente con los holds out, y los restantes 25.000, al déficit estructural que heredó del kirchnerismo, y que Macri, sin oficio para esos trances y mal asesorado, no supo corregir.
En lugar de recurrir a endeudamiento, debió bajar el gasto (y asumir el costo por un desajuste ajeno).
¿Qué es lo trascendente que nos va a quedar del kirchnerismo? Dos datos fundamentales: la pobreza en el 40% y la inflación en el 110%. Al menos por ahora -puede ser peor aun-. Eso es consecuencia directa de la quiebra del Estado (al que se pavoneaba con defender) y de la destrucción de la energía emprendedora de la sociedad argentina, que ha sido históricamente un factor extraordinario en la construcción del país.
Ambos fenómenos son estructurales, es decir, que no se corrigen con aspirinas –como se está intentando ahora- sino que requieren cirugía mayor. Se llegó a este descalabro luego de un largo proceso de despilfarros y de errores estratégicos, como ha sido la política energética, costosísima en términos fiscales.
Este panorama se torna aún más calamitoso considerando de donde se partió: luego de haber usufructuado el kirchnerismo la década de oro de las materias primas (la soja a 600 dólares en el 2004 equivale a 1.300 de hoy) donde nuestros vecinos lograron bajar la pobreza de manera estructural en torno al 10% de sus poblaciones y pudieron robustecer a sus bancos centrales (todos sólidos en reservas: Brasil con 300.000 millones de dólares, Chile con 38.000, Uruguay con 16.200), la Argentina la aumentó en un 10% y tiene literalmente fundido su Banco Central.
¿Cómo logró el kirchnerismo semejante “hazaña”? Muy simple: dilapidando recursos, es decir, gastando por encima de los ingresos, subsidiando absurdamente consumos y embarcándose en estatizaciones que resultaron estrafalarias (ésto, para quebrar al Estado) y abrumando con impuestos, cepos y trabas de todo tipo a la sociedad civil (esto último, para ahogar el espíritu emprendedor).
Duele mucho esta situación, porque Argentina atesora un potencial extraordinario, que, si Vaca Muerta, el litio, o el mismo agro se encontraran bajo el encuadre jurídico e impositivo de Brasil o Uruguay, estarían en pleno desarrollo y la Argentina podría transformarse en una potencia energética mundial. Basta ver a tantos jóvenes emprendedores que emigran a Uruguay, Mexico o Miami -ya hay grandes colonias allí- a germinar en esos lugares sus proyectos tecnológicos.
Un gran desafío para el próximo gobierno será explicarle al país la real situación y cuáles serán los pasos para salir de este atolladero, al que no se arribó de un día para otro ni como resultado de tal o cual medida inadecuada, sino fruto de un largo proceso de desaciertos sustentados en una filosofía equivocada.
Deberá trasmitirle didácticamente a la sociedad las instancias necesarias para restablecer equilibrios básicos y tornar eficientes las prestaciones públicas. Ordenar la economía requerirá un proceso, pero esta vez, un proceso de sacrificios y austeridades.
Habrá que ver si la sociedad esta adecuadamente preparada para soportarlo, máxime que escuchará todo el tiempo la cantilena de los causantes de este desastre, que le llenarán los oídos con slogans simplistas y falaces con los que pretenderán justificar su calamitosa gestión. Han sido muchos años de errores y despilfarros, que solo se pudieron sostener esquilmando a la producción y porque el país operó como una fuente inagotable de reservas, para terminar en este humillante papel de nación mendicante.
Para recuperar lo que el kirchnerismo destruyó hay dos aspectos prioritarios por resolver: restablecer la solvencia del Estado y hacer resurgir la energía inversora de la sociedad. Son dos requisitos complementarios (quedan desafíos en el campo moral, educativo, de la cultura del trabajo…).
La quiebra del Estado se puede revertir con drásticas medidas gubernamentales; en cambio, recuperar el espíritu emprendedor de la sociedad supone un reto más complejo: exigirá crear condiciones de rentabilidad, infundir confianza y garantizar constancia.
El país debe percibir que los cambios están para quedarse, que no habrá vuelta atrás a los pocos años. Este espíritu emprendedor-inversor es fundamental, porque recaerá en la sociedad civil la tarea de absorber el empleo que se liberará como resultado de la racionalización y eficientización del sector público. Si la transformación se afianza, en pocos años la Argentina puede acelerar su tránsito al desarrollo.
- 23 de julio, 2015
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