La importancia de Adam Smith, a 300 años de su nacimiento
¿Por qué es un lugar común pensar que el análisis económico nació en 1776, cuando Adam Smith publicó Investigación acerca de la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, cuando ni en la Historia del análisis económico, que Joseph Alois Schumpeter publicó en 1954, ni en la Historia del pensamiento económico, que Manuel Fernández López publicó en 1998, aparece Smith en la primera página? El interrogante me surgió porque este año se cumplen tres siglos del nacimiento del “solterón escocés de peluca empolvada”, como cariñosamente solía describirlo Paul Anthony Samuelson.
Al respecto conversé con el escocés Andrew Stewart Skinner (1935- 2011), quien a partir de 1964 enseñó en la Universidad de Glasgow, donde entre 1994 y 2000 ocupó la cátedra Adam Smith. Dicha cátedra fue fundada en 1892, con fondos aportados por el fabricante de tubos Andrew Stewart. Su primer interés cuando era estudiante del pensamiento económico escocés no se centró en Smith, sino en su rival, James Stewart. Lo entrevisté porque coeditó, en siete volúmenes, los trabajos y la correspondencia de Smith, esfuerzo similar al que Piero Sraffa encaró con respecto a David Ricardo, y William Jaffe con respecto a Marie Esprit Leon Walras.
–Las biografías que John Rae publicó en 1895, e Ian Simpson Ross en 1995 me resultaron aburridas. ¿Esto se debe a las limitaciones de los biógrafos o a la “linealidad” de la vida de Adam Smith?
–A esto último, en buena medida. Nació en Kirkcaldy, una pequeña ciudad próxima a Edimburgo, en Escocia. Su madre ejerció fuerte influencia sobre él. Durante su niñez su salud era pobre. Cuando tenía cuatro años fue raptado por una banda de gitanos, abandonándolo cuando los persiguió un tío suyo. Murió soltero, como su gran amigo David Hume. Estudió en las universidades de Glasgow y Oxford. De sus profesores recordaba particularmente a Francis Hutcheson. A partir de 1752 enseñó lógica en Glasgow.
–También trabajó como tutor.
–Así es. Charles Townshend lo contrató como tutor de su hijo, el duque de Buccleuch, por lo cual Smith pasó dos años en Francia, donde tomó contacto con los fisiócratas, que en esa época estaban en boga. La estadía fue interrumpida de manera abrupta, cuando el hermano del duque fue asesinado en París.
–¿Qué hizo Smith luego de esta experiencia?
–Volvió a Londres y en 1767 estaba de regreso en Kirkcaldy, para comenzar un período de estudio de seis años, durante el cual trabajó en La riqueza de las naciones, cuyo original estaba listo en 1773. En 1778 fue nombrado encargado de aduanas, el mismo puesto que tenía el padre, y se estableció en Edimburgo. Terminó viviendo con su madre.
–Su obra escrita es exigua.
–Efectivamente. En 1759 publicó La teoría de los sentimientos morales, el único otro libro del que es autor. Pero se inmortalizó por La riqueza de las naciones, cuya publicación fue un éxito inmediato.
–Para algunos, esta última obra es una mera recopilación de lo que se sabía; para otros, “todo está en Adam Smith”.
–Se trata de dos posiciones extremas, ninguna de las cuales refleja la realidad. En mi opinión, Smith merece la fama que tiene por el principio de la división del trabajo y la idea de la mano invisible. El primero se plantea en las primeras 27 páginas de un texto de más de 1000, y no se pierde mucho si solo se lee dicha porción del texto.
–¿Qué dice el principio de la división del trabajo?
–Que con la misma maquinaria, con la misma fuerza laboral, etcétera, el nivel de producción que se obtiene durante un período depende del grado de especialización con que se encara cada una de las tareas. Smith ejemplificó el principio con la fabricación de alfileres. Tomemos dos fábricas exactamente iguales en cuanto a tamaño de las instalaciones, maquinaria instalada y cantidad y calidad de la fuerza laboral (tres operarios). En una de ellas, a cada operario se le pide que corte un alambre cada tantos centímetros, afile una punta y fabrique una cabeza en la otra; mientras que en la otra fábrica, a uno de ellos se le indica que corte el alambre, a otro que afile las puntas y al tercero que fabrique las cabezas. Al cabo de la misma duración de la jornada laboral, cada uno de los tres operarios de la primera planta fabricó, digamos, ocho alfileres (24 en total), mientras que en la segunda el conjunto de los operarios fabricó, digamos, 60 alfileres. Junto a la ganancia debida a la especialización están los riesgos, porque si en la primera planta falta uno de los tres operarios, la producción baja de 24 a 16 alfileres, mientras que si ocurre en la segunda la producción se reduce a… ¡Cero!
–¿Tiene actualidad el ejemplo?
–Total. Reemplace alfileres por aeronaves, satélites o computadoras personales, productos inimaginables en su época, y el resto del análisis sigue vigente. Además de lo cual, Smith explicó que el grado de especialización depende del tamaño del mercado, como sabe cualquier médico que puede darse el “lujo” de especializarse, si ejerce su profesión en Buenos Aires, mucho más que si lo hace en Trenque Lauquen.
–¿Qué es eso de la mano invisible?
–La idea de que las decisiones adoptadas por cada una de las personas que viven en un país, sobre la base de sus costos y beneficios individuales, generan el óptimo social, es decir, la mejor situación dentro de lo posible. Importa destacar que Smith lo planteó como una poderosa intuición; hoy se la plantea como un teorema, es decir, se explicitan las condiciones bajo las cuales tal óptimo se alcanza. Dichas condiciones requieren la ausencia de bienes públicos, economías y deseconomías externas, regulaciones, impuestos y subsidios.
–Nada que ver con la realidad.
–Tomada en sentido liberal es cierto, pero, desde el punto de vista de la política económica debe ser interpretada como una agenda de trabajo, tendiente a que los seres humanos al tomar sus decisiones, en la medida de lo posible, enfrenten precios que reflejen la cantidad de recursos necesarios para producir los bienes. Cuando la energía eléctrica se regala, no debe sorprender que primero aparezca el derroche y que, con el paso del tiempo comience a haber cortes de energía.
–Leí por ahí que Smith tenía una contundente opinión sobre los empresarios.
–Efectivamente. Decía que era imposible que cinco productores que se dedicaban a elaborar determinado producto se reunieran una tarde a tomar el té y de ahí no surgiera un acuerdo que perjudicara a los consumidores.
–Pero, ¿cómo, no era un gran defensor de la libertad económica?
–Así es, entendida básicamente como eliminación de las regulaciones estatales; de ahí su crítica al mercantilismo. Pero no porque pensara que los comerciantes y artesanos fueran angelitos, sino porque en un contexto desregulado no tendrían más remedio que competir.
–Don Andrew, muchas gracias.
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