La urgencia del distanciamiento
La filosofía, al exponer las cadenas invisibles que conectan todos esos objetos dislocados, pretende traer el orden a este caos de apariencias discordes y chirriantes, apaciguar el tumulto en la imaginación y restaurar en ella, cuando revisa los grandes cambios del universo, el tono de tranquilidad y compostura que le es al tiempo más grato de por sí y más conforme a su naturaleza.
Adam Smith
Desde hace algunos años, sin exagerar, parece que la vida nos ha condenado a soportar crisis de toda naturaleza. Podemos hablar de política, obviamente, mas también considerar otros temas, tanto económicos como médicos. Aclaro que no pienso en la utopía de una existencia sin problemas. La satisfacción de cualquier necesidad conlleva que afrontemos dificultades, sean éstas mayores o menores; por tanto, los obstáculos jamás desaparecerán para siempre. La cuestión es que, a veces, son demasiados. Pero no es sólo el hecho de tener un creciente número de temas que demanden atención; la desgracia sería su inmediato tratamiento. Según advierto, frente a tantas preocupaciones que se desencadenan, multiplicadas por medios y redes, pronunciarse sin demora parecería forzoso. Permanecer callado, aguardar un tiempo prudente, tratar de mirar a lo lejos, en resumen, no resultaría deseable.
Cuando, en 1993, Julián Marías explicó el surgimiento de la filosofía, habló del asombro, como Platón, y el ocio, al igual que Aristóteles. Hasta ahí, como lo saben muchos, no hay novedad. Él añade, sin embargo, un elemento que me interesa subrayar. Sostiene que, para filosofar, hace falta tomar distancia respecto de las cosas inmediatas. La mirada de un pensador no debe estar encadenada, por decirlo así, a lo más cercano, espacial o temporalmente hablando. Se necesita de un alejamiento mayor, uno que permita contemplar todo el panorama y, por ende, no quedarse con una visión fragmentaria. Por otro lado, para reflexionar como corresponde, precisaríamos de tiempo. Sí, días, semanas, meses, aun años, dependiendo del asunto que nos inquiete. El razonamiento implica un desarrollo paulatino que, si fuese acortado, podría ser contraproducente.
En nuestra época, contamos con problemas que no dejan de multiplicarse, pero, para examinarlos sin cometer mayores desatinos, necesitamos pausas. Requerimos de un distanciamiento que, sin ser infalible, ayude a pensar mejor en las respectivas soluciones. Con todo, la realidad no se muestra muy afín a esta lógica. Las personas acostumbran buscar, incluso exigir, que, sin retraso, haya tratamiento de sus males y, además, todos estén involucrados para este propósito. Hay una suerte de presión colectiva que puede condenar a quienes optan por otro camino. Abstenerse de manifestarse evidencia indiferencia, por lo cual cabe la reprobación. No importa que los conocimientos sean nulos; quedarse en silencio es reprochable. El mundo está en crisis, demandando opiniones abundantes y bruscas. Los que se ocupan de meditar, pidiendo paréntesis para hacerlo, no son sino seres anacrónicos.
Sé que hay muchas cosas difíciles de aplazar. De hecho, la excepción es toparse con noticias que, por lo visto, no consentirían ningún examen detenido, mesurado, consumado antes de su explicación cabal y, más aún, enfrentamiento correspondiente. Cuando la salud está en riesgo, las deliberaciones prolongadas pueden causar hasta el deceso. No obstante, un diagnóstico apresurado, hecho sin respetar los pasos imprescindibles para la evaluación que cabe, puede tener esa misma consecuencia letal. Ninguna urgencia debería tener la capacidad de anular cualquier espacio propicio para ese necesario y reflexivo momento. Descartar este lento proceso de análisis puede ocasionar, tarde o temprano, desde arrepentimientos ineficaces hasta reincidencia en errores ya imperdonables. Mientras sea posible, debemos vivir como si tuviéramos el margen suficiente para pensar antes de actuar.
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