Líderes personalistas, delfines políticos y democracia
En las democracias latinoamericanas surgen de vez en cuando líderes personalistas, presidentes como Fujimori, Menem, Chávez, Uribe, Morales, Correa, Fernández de Kirchner, Bolsonaro, López Obrador y Bukele. Y estos líderes son un problema desde la perspectiva de la democracia. Tienden a ver a las instituciones como un impedimento. Buscan concentrar el poder en sus manos. De hecho, el auge de líderes personalistas y el debilitamiento de la institucionalidad democrática van juntos.
Pero estos líderes enfrentan decisiones complejas en circunstancias que no controlan enteramente.
La decisión crucial que enfrenta un líder personalista es, estando en la presidencia, si trata de perpetuarse en el cargo –hasta el punto de romper con la democracia– o si le abre el camino a otros políticos dentro del partido que lidera, tal vez con la ilusión de poder controlar a algún sucesor y/o de mantener abierta la opción de volver a la presidencia por las urnas. Y la respuesta a esta decisión muestra que los líderes personalistas tienen fortalezas y debilidades, que toman riesgos, pero que también son cautelosos.
Los líderes personalistas generalmente buscan permanecer en el cargo torciendo, pero no quebrando las reglas de la democracia. Impulsan cambios a la constitución para permitir su reelección inmediata. Ganan elecciones usando recursos del Estado.
Pero, cuando la constitución no permite que se postulen, respetan ese límite (Menem 1999, Uribe 2010, Fernández de Kirchner 2015, Correa 2017, y todo indica que López Obrador hará lo mismo en 2024) y cuando pierden elecciones aceptan la derrota (Bolsonaro 2022).
Otros casos –más excepcionales– se apartan de este patrón. Algunos presidentes se han postulado para la reelección en contra de la constitución (Ortega 2011 y Bukele planea hacer esto en 2024) y de la voluntad popular (Morales 2019). Y en algunas instancias han optado por permanecer en el cargo mediante fraude y represión (Fujimori en Perú, Maduro en Venezuela y Ortega en Nicaragua).
Hay muchas razones por las cuales los líderes personalistas no toman la decisión drástica de romper con las reglas de la democracia. Para mantenerse en el poder como dictadores, es casi inevitable el uso de represión. Y en una era en que los derechos humanos tienen peso, los riesgos para los dictadores son claros.
Frente a esta disyuntiva, se entiende por qué muchos líderes personalistas se inclinan por la opción menos arriesgada de intentar dejar el gobierno en manos de un delfín político, un tipo de figura política que tiene un rol importante en las democracias latinoamericanas contemporáneas, pero, irónicamente, porque no han actuado como sus mentores desean.
En pocas palabras, la opción de escoger un sucesor a dedo hace que los líderes personalistas se ilusionen con la posibilidad de convertirse en el poder detrás del poder y, entre otras cosas, influenciar al gobierno y protegerse de la justicia. Pero, como el récord histórico muestra, una vez que un líder personalista empieza a hacer planes para dejar la presidencia y, aún más, una vez que ya no ocupa la presidencia, sus debilidades se hacen aparentes.
Aunque los políticos que los líderes personalistas escogen como sucesores han tenido bastante éxito electoral, no siempre ganan, como lo muestran los datos de Caitlin Andrews-Lee y Laura Gamboa en un artículo reciente en la revista Democratization. Estando en la presidencia, el candidato seleccionado por Uribe en 2010 (Santos) ganó la elección, como lo hizo el candidato escogido por Correa en 2016 (Lenín Moreno). Pero el candidato de Fernández de Kirchner en 2015 (Scioli) no ganó.
Ya fuera de la presidencia, y sin las ventajas de estar en el gobierno, es significativo que estos líderes conserven considerable poder. El candidato de Uribe en 2014 (Zuluaga) perdió, y lo mismo pasó con el candidato de Correa en 2020 (Arauz). Sin embargo, tanto los candidatos de Morales en 2020 (Arce) y de Uribe en 2014 (Duque) ganaron. Y, en una jugada inusual, Fernández de Kirchner eligió al candidato ganador en 2019 (Alberto Fernández), a la vez que ella se convirtió en vicepresidenta.
Pero, crucialmente, los sucesores exitosos terminaron no funcionado como estos líderes querían y en la mayoría de los casos se hizo patente el distanciamiento entre los líderes personalistas y sus “delfines políticos”.
Uribe fue un fuerte crítico de Santos y su relación con Duque, aunque menos tensa que con Santos, fue distante. Tanto Correa como Morales trataron a sus sucesores, Lenín Moreno y Arce, como traidores. Y por momentos, Fernández de Kirchner parece la jefa de la oposición al gobierno presidido por Alberto Fernández del que es parte.
En efecto, los delfines políticos han servido de válvula de escape en situaciones donde la concentración y personalización de poder ponen en jaque a la democracia. Esta opción ayuda a que los líderes personalistas mantengan la ilusión de ser relevantes en el juego político y un interés en seguir apostando al juego electoral. También permite que emerjan otros líderes que buscan establecer su propio liderazgo. Y de esta forma, una consecuencia no-intencionada de varias decisiones es que continúa la circulación de élites que Schumpeter vio como central a la democracia.
En fin, las democracias latinoamericanas no resuelven la crisis de representación que aqueja a la región. Son propicias al surgimiento de líderes personalistas que subordinan las instituciones democráticas a sus ambiciones personales y que no buscan dejar, como legado, partidos institucionalizados. Pero, aun así, estas democracias persisten. Y un factor en la sobrevivencia de la democracia es que los conflictos al interior de partidos contribuyen a la dilución del poder personalista.
El autor es politólogo y profesor de Ciencias Políticas y RR.II., University of Southern California (USC).
- 23 de julio, 2015
- 19 de diciembre, 2024
- 29 de febrero, 2016
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