¿Quiénes controlan la economía y la política?: No son los ricos
El Economista, Madrid
El intelectual estadounidense Noam Chomsky, uno de los más populares críticos del capitalismo, escribe que "la verdadera concentración de poder es la que ostenta el 1 por ciento más rico de la población. Ellos consiguen exactamente lo que quieren, porque básicamente son quienes ostentan el poder".
Según una encuesta internacional que encargué a Ipsos MORI para mi libro En defensa del libre mercado y se realizó en un total de 34 países, la mayoría de la gente cree que los ricos se benefician del capitalismo porque este sistema les brinda todo el poder que podrían imaginar. Sin embargo, me gustaría contrarrestar esta percepción predominante con tres tesis:
- Sin duda, los ricos ejercen influencia en la política, pero no lo hacen con tanta capacidad como los medios, las películas de Hollywood o los académicos. En muchos de estos espacios predomina, de hecho, un sesgo anticapitalista y contrario a los ricos.
- Los ricos ayudan a forjar la agenda política, por ejemplo a través del cabildeo, pero el lobby no solo es legal, sino legítimo e importante en algunos casos. Por ejemplo, si quienes más tienen presionan para lograr bajadas de impuestos o medidas de desregulación, los resultados benefician a la sociedad en su conjunto y no solo a las élites.
- Todo aquel que crea que los ricos tienen demasiada influencia sobre la política debería ser consecuente y abogar por un modelo en el que el sector público tenga menos, no más influencia, sobre la sociedad y la economía. Al fin y al cabo, si el Estado tiene más poder, quienes aspiran a controlarlo pueden orientar ese poder en beneficio propio, pero si el Estado tiene un papel más reducido, tales estrategias se ven limitadas.
A menudo se apunta que Estados Unidos es un claro ejemplo de cómo los ricos pueden alcanzar una influencia particularmente fuerte en el devenir los acontecimientos políticos. Sin embargo, si solo fuese cuestión de dinero, Donald Trump habría perdido las primarias del Partido Republicano y Jeb Bush habría sido el candidato presidencial en 2016, puesto que el hermano del ex presidente se gastó mucho más dinero en la campaña. De igual modo, autores como Benjamin I. Page y Martin Gilens, dos politólogos que consideran que la política estadounidense está demasiado influida por los ricos, han reconocido que, en efecto, "los grandes donantes del Partido Republicano, así como las principales organizaciones y think tanks vinculados a dicha plataforma política, optaron por otros candidatos".
Si el dinero determinara los resultados políticos, Trump tampoco habría ganado las elecciones presidenciales de 2016. Hilary Clinton, el Partido Demócrata y los Súper PAC que apoyaron a la ex Secretaria de Estado desembolsaron más 1.200 millones de dólares para impulsar su candidatura, mientras que Trump y sus aliados desembolsaron alrededor 600 millones de dólares.
De igual manera, si el dinero fuese el factor clave para determinar el poder político, entonces Joe Biden nunca se habría convertido en presidente y la Casa Blanca estaría hoy en manos del acaudalado empresario Michael Bloomberg, que se lanzó a por la nominación demócrata cuando era el octavo hombre más rico del mundo, con un patrimonio de 61.900 millones de dólares según Forbes. Bloomberg gastó más de 1.000 millones en poco más de tres meses, pero no consiguió ningún éxito electoral.
El politólogo estadounidense Larry M. Bartels ha examinado el efecto estimado del gasto de campaña en las dieciséis elecciones presidenciales estadounidenses celebradas desde 1952 hasta 2012. En los triunfos de Richard Nixon en 1968 y George W. Bush en 2000, Bartels concluyó que el gasto pudo ser un factor relevante, puesto que los comicios estuvieron muy reñidos. En los catorce procesos restantes, no se observó influencia alguna de dicho factor.
También se dice que los parlamentarios estadounidenses son gente rica que no refleja la verdadera realidad social del país. Sin embargo, un autor crítico con las élites económicas como Martin Gilens ha señalado que no hay evidencia de que exista una conexión entre tener más riqueza y apoyar unas u otras posiciones políticas en el Congreso o la Cámara de Representantes.
Hay muchas personas que asocian el "capitalismo" con la corrupción y la deformación de la democracia, pero estudios como el Índice de Percepción de la Corrupción, de Transparencia Internacional, o el Índice de Democracia, de la revista The Economist, muestran que, en realidad, los países con mayor libertad económica tienen también mejores indicadores en materia de buen gobierno y calidad institucional.
Cuanto más intervienen los gobiernos en la vida económica, más oportunidades surgen para sobornar a los políticos y funcionarios que toman las decisiones. Cualquiera que quiera limitar la influencia de los ricos en la política debería, pues, abogar por reducir, que no aumentar, el peso del Estado en la economía y en la vida social.
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