Argentina: ¿Se aproxima el fin del kirchnerismo?
El paso del kirchnerismo por el poder en la Argentina consistió en la estafa más extraordinaria que pudo haber padecido este maravilloso país por la colosal dilapidación de riqueza que produjo y las consecuencias para sus ciudadanos, sobre todo, los de menores recursos que ingresaron o se reafirmaron en la pobreza.
Más allá de todas las incertidumbres que se derivan de las elecciones del domingo 13 de agosto, el hecho tal vez más trascendente para el país consista en saber si de una buena vez podrá librarse de la pesadilla del kirchnerismo, que amén de todos los daños y males que causó, supo construir con inusitada perversidad -tal vez su logro mejor consumado- un relato embaucador, totalmente falso, que tergiversó los hechos y la historia. El país está hoy obnubilado -tiene su lógica por los riesgos que conlleva- en torno a la irrupción de Milei y sus estridentes declaraciones, pero no debe soslayarse que la transformación se producirá solamente una vez que el kirchnerismo y sus nefastas políticas sean parte del pasado, algo que no está asegurado aún a pesar de su derrota eleccionaria. Argentina no estará liberada hasta que su poder se haya diluido y su falso relato desenmascarado, máxime si logra atrincherarse -como daría la impresión- en la provincia de Buenos Aires.
Dos requisitos fundamentales para impedir su retorno -ante el supuesto de un eventual fracaso de la próxima administración, a lo que apuestan- es impedir que puedan conservar esa provincia, y el otro, en desenmascarar el edificado relato que supieron urdir. A esto último apuntan estas reflexiones. Por más que sea algo sabido, no está demás repasar las condiciones en que el kirchnerismo accedió al poder. Llegó luego del severísimo ajuste que realizó la dupla Duhalde-Remes Lenicov, con aquella mega devaluación que equilibró inmediatamente las cuentas fiscales en el plano interno (la deuda externa es otro capítulo). Arribó a un país con una espectacular renovación de su infraestructura (caminos, puertos -el extraordinario complejo privado construido a orillas del Paraná-, generación y distribución de electricidad, entre otras), capacidad industrial ociosa por causa de la recesión post-devaluatoria, lo cual permitió aumentar fuertemente la producción sin mayor requisito de capital, todo realizado durante el único período de inversión en la Argentina de las últimas décadas. Y básicamente, con dos sectores productivos de altísima competitividad internacional: el agro y los hidrocarburos (gas y petróleo). Esos dos sectores constituían dos formidables pilares para una fuerte expansión productiva generadora de riqueza y como grandes proveedores de divisas para las arcas del Banco Central. Pues bien, el kirchnerismo hincó los dientes del Estado en esos dos sectores para apropiarse de sus recursos en su beneficio político y frustró las extraordinarias posibilidades de crecimiento que disponían con precios internacionales tan rentables (la soja a 600 dólares y el petróleo a más de 100 equivaldrían hoy a más del doble de esos valores). Consideró que esos recursos le correspondían al Estado, y a ellos -como cabeza de la administración y grandes benefactores- les cabía la tarea de hacer justicia y repartir esos beneficios displicentemente a la sociedad.
Con esos argumentos llevaron el nivel de las retenciones al campo a un punto -con la Resolución 125 del ministro Lousteau- que puso al país al borde de un enfrentamiento civil. De todas formas, al apropiarse de un tercio de la producción vía las retenciones y la suba y creación de nuevos impuestos cercenó todas las posibilidades de expansión y crecimiento en aquel contexto tan favorable. Mucho más grave fue lo que sucedió con los hidrocarburos, donde el sistema productivo estaba concentrado y era por tanto más fácil de manipular que los cientos de miles de productores agropecuarios. Además de con impuestos, se los controló congelándoles los precios internos y restringiendo las condiciones de exportación. Con las retenciones al agro el Estado recaudó e hizo distribucionismo a través de planes, jubilaciones sin aportes, expansión desmesurada de la plantilla pública, y dádivas de todo tipo, con la tranquilidad de que el sector no tenía otra alternativa que producir. Con los bienes energéticos consiguió que todos los usuarios -pudientes o no- los adquiriesen a valores regalados -en muchos casos, por debajo del costo de producción, o sea, a pérdida para las empresas- lo que liberaba recursos al gran público para consumir en otros rubros. Eso se combinó con un fuerte estímulo a la industria liviana (heladeras, televisores, cocinas y todo tipo de electrodomésticos) conjugándolo con condiciones financieras que impusieron al sector bancario para que esos bienes se vendan a 60 o más cuotas sin intereses. Planes sociales y bienes semi-durables comprados con grandes facilidades hizo percibir a buena parte de la sociedad -la de menos recursos- la sensación de “ascenso social”. Pero luego del éxito inicial, ese modelo se agotó por su propia inconsistencia. Los Kirchner regalaron pescado, pero no enseñaron a pescar según el viejo adagio de Paul Samuelson. Dar empleo es enseñar una profesión. Ese aprendizaje despierta otras dimensiones en el ser humano y estimula aspiraciones que conllevan al ascenso social. Nunca nadie repartió tanto en la Argentina como los Kirchner (o como Chávez en Venezuela).
La estrategia de ir contra los sectores más rentables y competitivos implicó un techo para el agro y una catástrofe en el plano energético. La producción, al no ser rentable, cayó estrepitosamente y el país debió resignar decenas de miles de millones de dólares en la importación de insumos energéticos de los que disponía ingentes cantidades durmiendo en su subsuelo. ¡Una verdadera locura! De ser exportadores netos a ser grandes deficitarios y rifar las vitales reservas del Banco Central (incumpliendo para colmo convenios internacionales, como el del suministro de gas a Chile). Pasar de dilapidar las reservas en divisas a la desesperante y mendicante situación actual. ¿Eso se llama soberanía energética? Para colmo, de la mala estatización del 51% de YPF le caerá al país la friolera de una multa de entre 5000 y 18.000 millones de dólares. ¿Tiene idea el ciudadano común lo que significa esa suma tirada a la basura? ¿No deberíamos ponernos a llorar todos los argentinos por el crimen colectivo que nos hicieron cometer? Aun aquellos que no tuvimos ninguna participación en el proceso (y no solo los instigadores de esa aberración o los diputados de los distintos partidos que votaron esa irracional iniciativa).
Del mismo modo, con afán recaudatorio-distributivo ahogaron cualquier actividad -como a las industrias del conocimiento- donde el país despuntaba una expansión y mostraba ventajas competitivas.
Y respecto de la deuda externa, hay que decir la verdad. La quita conseguida fue del 75% del monto adeudado, pero tuvo sus consecuencias en muchas dimensiones, no existe el free lunch, y Argentina cargará por décadas el costo extra del riesgo país. El 25% restante que se acordó pagar, se reestructuró en bonos a muy largo plazo, buena parte de los cuales son los que se vienen renegociando y reprogramando de administración en administración. El capital que se canceló fue irrelevante. El pago de los 10.000 millones al FMI en aquel entonces se cubrió con otro préstamo de Venezuela a tasa más alta, para sacarse de encima el control de ese organismo y poder cometer a sus anchas todos los desatinos que vinieron después. Conviene también recordar que durante todos sus mandatos no hicieron más que enviar mensajes desalentadores a la inversión -que es la única vía del empleo-, cometiendo todo tipo de atropellos, que se manifestaron desde el saqueo a los proveedores internacionales de servicios públicos a las estatizaciones de las AFJP -al margen de las deficiencias que podía tener ese sistema- y de YPF, y en la animosidad manifiesta hacia cualquier inversor que no se allanara a sus objetivos políticos. En ese desequilibrio original estructural -cercenamiento a las posibilidades de expansión de los sectores competitivos y brutal y descontrolado crecimiento de los gastos públicos- esté el origen de la quiebra fiscal del país, de la deuda que luego contrajo Macri -también irresponsablemente- para tratar de cubrir los déficits heredados y en todos los padecimientos de esta lamentable administración que no ha hecho más que aumentarla.
La película terminó como no podía ser de otra forma: con 10 puntos más de pobreza estructural, con el Estado nacional quebrado, una inflación galopante, la reputación del país menoscabada, y una encrucijada que para salir de ella le exigirá a quien asuma el 10 de diciembre enfrentar al país inevitablemente a una dosis -aunque sea transitoria- mayor de padecimientos. Vaya regalito que deja kirchnerismo, el mismo que gobierna pretendiéndonos enrostrar que son los adalides de la justicia social.
Veamos que hicieron en la misma época los otros países de América del Sur, que al igual que la Argentina se beneficiaron de la década de bonanza. No exentos de problemas, como es lógico, sin embargo, todos, absolutamente todos permitieron -aprovechando ese ciclo de rentabilidad- se expandieran sus respectivos sectores productivos (en el caso de Brasil, lo que aumentó la producción de mineral de hierro, de jugo de naranja, de soja, la ganadería, el petróleo, amén del café y el cacao). Sobre ese aumento productivo creció exponencialmente el empleo y el Estado aumentó también su recaudación. Con mayor producción y empleo, esos otros países lograron reducir drásticamente la pobreza, como mínimo entre un 10 o un 15% de su población. Algo similar ocurrió en Chile, también en Uruguay, en Bolivia, en Paraguay y en Perú. Todos redujeron la pobreza y mejoraron el nivel general de vida. Todos tienen sus bancos centrales sólidos en reservas (nuestro amigo Brasil nada menos que con 300.000 millones de dólares). Todos con inflación de un dígito. En cambio, el que por lejos más repartió, el que más “justicia social” aplicó, logró la “hazaña” de aumentar la pobreza en 10 puntos.
Y todavía hay muchos argentinos (tantos como un tercio) que siguen “comprando” el relato kirchnerista. La Argentina repartió dádivas, planes, subsidios y prebendas a diestra y siniestra. Los otros países de la región, con otra visión y desde distintos ángulos (de izquierda o de derecha) se limitaron a no impedir que crezca el empleo privado.
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