Abandonando mi mentalidad pre-11 de septiembre
En vísperas del 10 de septiembre de 2001, me fui a dormir como un libertario, que desconfiaba del Estado, despreciaba a los dos principales partidos políticos y veía al gobierno federal como el principal enemigo del pueblo estadounidense, sus vidas y libertades. A la mañana siguiente, observando las dantescas noticias de los criminales ataques contra el World Trade Center y el Pentágono, me encontré por primera vez en años del lado del gobierno. Es decir, pensé que sería apropiado que el gobierno encontrase a los culpables del 11 de septiembre y los llevase ante la justicia. Pensé que la captura y ejecución de los cabecillas sería apropiada. Estaba a favor del ofrecimiento de una recompensa para capturar a Osama bin Laden, o tal vez incluso del envío de comandos a una misión específica para aprehenderlo.
Este no es el curso que tomó el gobierno, ni el enfoque apoyado por la mayoría de los estadounidenses. En particular, vi a casi la totalidad del movimiento conservador, por el que había sentido una afinidad más cercana que por los izquierdistas que me rodeaban en la universidad, convertirse en colectivistas sedientos de sangre bregando por una guerra total. La abrumadora mayoría de los progresistas se unieron a la causa, elevando el nivel de aprobación de Bush a aproximadamente el 90%.
En el canal Fox News la noche del 11 de septiembre, un comentarista dijo, “es el momento de soltar a los perros de la guerra”. Esto sonaba como una locura para mí. ¿Cómo podría una guerra descomunal ser verosímilmente justificada? Los chicos malos eran un grupo pequeño y los asesinos directos murieron en los ataques. Huelga decir que, a pesar de que me fui a dormir la noche del 11 de septiembre creyendo que el gobierno debía llevar a cabo su única función primaria, la defensa de la vida y la libertad, nunca abrasé esta ideología colectivista que permitió la matanza de extranjeros que tuvieron la mala ocurrencia de vivir en la misma parte del mundo que los terroristas.
De hecho, los ataques del 11/09 fueron obviamente una represalia por la política exterior de los EE.UU.. Esto parecía completamente claro para mí, sobre todo cuando nuestros líderes señalaron con el dedo a Osama, viendo cómo él había dejado siempre en claro que sus agravios estaban enraizados en la política estadounidense en Medio Oriente. Las sanciones contra Irak, la ayuda militar a Israel, las tropas en Arabia Saudita, y otras intervenciones de los Estados Unidos en la zona habían contribuido a la muerte de más de un millón de personas en las últimas dos generaciones.* Cualquier persona que prestase atención tenía que conocer esto.
No obstante, por supuesto, los ataques del 11/09 fueron injustificados. Fueron terrorismo. Fueron malignos. Fueron homicidas. ¿Por qué podemos decir esto? Porque a pesar de lo que el gobierno de los EE.UU. le había hecho a árabes y musulmanes inocentes, estos crímenes nunca podían justificar actos de violencia que de manera previsible lesionan a personas inocentes. Sin embargo, el corolario del propio principio que torna malos a los ataques del 11 de septiembre es que la respuesta al 11/09 debe también evitar a toda costa la muerte de inocentes. Los árabes que responden a los crímenes estadounidenses en su parte del mundo mediante el ataque a inocentes es terrorismo. Del mismo modo, los estadounidenses respondiendo a los crímenes árabes en nuestra parte del mundo atacando a inocentes también es terrorismo. El bombardeo de Kabul, Afganistán, en octubre de 2001 fue por ende criminal, no menos que los ataques del 11/09. La Guerra de Irak, que comenzó en 2003 fue, si cabe, incluso menos defendible.
Esto no es relativismo moral. Es claridad moral. Es aplicar los mismos estándares morales a todos los agentes morales. Los estadounidenses pro-guerra fustigan a cualquiera que se atreva a tener una “mentalidad pre-11/09”. Pero esta es una crítica insostenible. En realidad tiene un tufillo a relativismo moral en sí misma. Los actos que eran inmorales antes del 11/09 siguieron siéndolo después. Los derechos humanos son universales y atemporales. El 11 de septiembre no cambió la moralidad de matar a civiles como tampoco cambió la naturaleza del gobierno.
La naturaleza del gobierno es, por supuesto, coercitiva y autoritaria. A pesar de que favorecí una respuesta enérgica al 11/09 para aprehender a los culpables, seguí viendo al gobierno como la principal amenaza a la libertad. Esta mentalidad pre-11/09 está fundada en miles de años de historia. Todos esos miles de años de gobiernos subyugando a sus pueblos, exponiéndolos a amenazas externas más a menudo que protegiéndolos, deberían pesar por lo menos tan fuertemente como la fuerza emocional del 11 de septiembre de 2001. Mucho más aconteció en el mundo antes del 11/09 que después.
La semana posterior al 11/09 recuerdo haber pensado acerca de cómo, incluso después de los criminales ataques de esa fecha, el gobierno de los EE.UU. todavía tenía un número mucho mayor de muertos estadounidenses por el cual responder. Había matado a muchos, muchos miles a través de la Administración de Alimentos y Fármacos (FDA es su sigla en inglés). Había asesinado a cientos de miles en sus guerras, reclutando hombres para morir por causas en las que podían no creer. En cuanto a la libertad, los terroristas nunca podrían tomar ese camino. Sólo el gobierno podría. Y así fue, a través del teatro de la seguridad aeroportuaria, la destrucción de la Cuarta Enmienda y el hábeas corpus, las escuchas telefónicas sin orden judicial, la detención indefinida y la tortura, y miles de billones (trillones en inglés) en concepto de impuestos a pagar por todo ello.
Hemos llegado a un punto en el cual la guerra perpetua en el exterior, incluso en persecución del fantasma de Bin Laden, es aceptada como un componente natural de la realidad estadounidense. Rendimos nuestra dignidad en los aeropuertos sin pensar. Vemos la militarización de la policía local y nos figuramos que ella debe ser necesaria y sabia. Nos olvidamos de los muchos prisioneros encerrados en mazmorras estadounidenses en Guantánamo y Afganistán, personas cuyo único delito pudo haber sido encontrarse en el lugar equivocado en el momento equivocado, o haberse atrevido a luchar contra una fuerza invasora que estaba desolando a su vecindario y familia. Se sientan allí, languideciendo en condiciones primitivas, totalmente abandonados como si no se tratase de personas, y la pura inmoralidad de este abandono nunca es registrado en las líneas magistrales de los debates políticos.
Antes del 11 de septiembre veía al gobierno como un mal necesario, la mayor amenaza a la vida y libertad de sus propios súbditos, pero un baluarte esencial de la protección contra los delincuentes internos y los agresores foráneos. La experiencia poco tiempo después del 11/09 desafió este importante elemento de tal pensamiento. Las guerras de Bush en Afganistán y, a través de la Ley Patriota, contra el pueblo estadounidense demostraron que incluso en una de sus funciones más celebradas, el Estado es lo opuesto a lo que pretende ser. No detiene las amenazas, las exacerba. No protege la libertad, sino que cada una de sus acciones, en particular aquellas realizadas en nombre de la protección, socava la libertad. No defiende la vida, sino que trata a la vida humana como un bien fungible para sus propias necesidades. Ya no veía al gobierno como necesario o eficaz en la defensa de su pueblo.
Hace cuatro años, un nuevo candidato presidencial ganó la elección presidencial. Aquí estamos en el final de su primer mandato y no hay señales de que la estampida hacia el Estado total de tregua en el corto plazo. Dos grandes guerras basadas en mentiras y propaganda que han lacerado a más estadounidenses que el 11/09, para no hablar de los millones de extranjeros muertos, mutilados o desplazados de sus hogares; la miríada de operaciones militares en todo el mundo; los miles acorralados sin justicia y las docenas de torturados hasta morir; la presidencia adoptando el poder absoluto sobre la vida y la muerte de cualquier individuo sobre la tierra y las inestimables libertades hechas jirones en el altar del poder sin nada que mostrar a cambio. Pero la experiencia me ha desengañado seguramente de mi mentalidad pre-11/09. Antes del 11 de septiembre, yo era lo suficientemente ingenuo como para pensar que el gobierno, no obstante torpe y peligroso en casa, podría protegernos de las amenazas extranjeras. Ahora me percato de que esa es quizás la mayor mentira de la historia humana.
*Corrección: Originalmente escribí que estas intervenciones contribuyeron a millones de muertes. Esta podría ser una cifra elevada, incluso con la frase “contribuido a”, en relación a la zona. Teniendo en cuenta el millón o más de personas que murieron en la guerra entre Irak e Irán, apoyada por los EE.UU., y los cientos de miles de personas que perecieron por las sanciones a Irak, y las muchas personas oprimidas y asesinadas por los déspotas apoyados por los Estados Unidos en la región desde las década de 1950 y 60, me siento muy cómodo afirmando que los EE.UU. contribuyeron a “más de un millón” de muertes. “Millones” podría incluso ser sostenido como exacto, pero es un mucho más difícil de argumentar.
Traducido por Gabriel Gasave
Anthony Gregory fue Investigador en el Independent Institute y autor del libro del Instituto, The Power of Habeas Corpus in America: From the King's Prerogative to the War on Terror (Cambridge University Press, 2013), que obtuvo tanto el PROSE Award for Best Book in Law and Legal Studies (otorgado por la Association of American Publishers) como la Silver Medal IPPY Award for Best Book in Political/Economic/Legal/Media (que otorga el Independent Publisher).
Sus artículos han aparecido en The Atlantic, Washington Times, Bloomberg Business Week, Christian Science Monitor, San Diego Union Tribune, Dallas Morning News, Huffington Post, The Daily Caller, American Conservative, Counterpunch, Human Events, Reason, Antiwar.com, The Independent Review, y el Journal of Libertarian Studies.
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