El populismo endiosa el voto y desprecia el orden institucional
Voy a empezar esta nota con una frase que va a escandalizar a más de uno: el endiosamiento del voto ha destruido la República y los derechos individuales, llevando a los países a la pobreza y la tiranía.
¿Por qué? Es que políticos, periodistas e “intelectuales” de izquierda han tomado el cuidado de resaltar la palabra democracia y ponerla por encima de la República, porque consideran que significa que el que más votos tiene recibe el poder absoluto para hacer lo que quiere hacer sin límite alguno.
Recuerdo a Cristina Fernández de Kirchner diciendo en 2008, cuando se produjo la crisis con el campo, que a pesar de tener el 45% de los votos, iba a mandar al Congreso el proyecto de la 125 (suba de las retenciones y móviles para la exportación de soja) como si su decisión fuera un favor que su graciosa majestad le otorgaba a los plebeyos en vez de un mandato constitucional.
Algo similar ocurre con el candidato por La Libertad Avanza, Javier Milei, que sostiene que él llegará con mandato popular a la presidencia para llevar a cabo las reformas, y si el Congreso no se las aprueba lo forzará con una consulta popular. Parece que olvidó que la Constitución Nacional establece en el artículo 22 que “El pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución”.
En ambos casos se advierte un particular desprecio por el orden institucional. Deberían saber que hay abundante bibliografía que demuestra que el crecimiento de los países se produce bajo ciertas condiciones institucionales.
Basta con leer Poder y Prosperidad de Mancur Olson, Derecho Legislación y Libertad de Friedrich Hayek o la misma Acción Humana de Ludwig von Mises para advertir que la economía no es un comportamiento estanco del orden jurídico e institucional, fundamentalmente en lo que hace a limitar el poder de los gobiernos.
Como he dicho en otras oportunidades, la democracia se ha transformado en una competencia populista, es decir, teniendo en cuenta que el poder se consigue no por la fuerza de las armas como hacían los antiguos reyes, sino por la cantidad de votos, el truco para ganar la competencia populista consiste dividir a la sociedad (lo que hoy se conoce como grieta) y convencer a la gente que unos son pobres porque otros son ricos, por lo tanto, si lo votan hará justicia redistribuyendo el ingreso.
En términos económicos, el político populista trata de maximizar la cantidad de votos que va a recibir con un costo menor de los que va a perder por prometer aumentarle la carga tributaria a un sector reducido de la sociedad. Esquilman a un 20% de los votantes para repartir el fruto del robo legalizado entre el 80% restante.
Tanto el populismo de izquierda como derecha, aunque personalmente me inclino a considerar que existe uno solo, tienen el común denominador de inventar un enemigo y presentarse como el salvador del pueblo que va a combatir esos enemigos.
Por eso es importante para el populista destruir el concepto de gobierno limitado e instalar la idea que el voto mayoritario da derecho a violar los derechos individuales. Y si el Congreso o el Poder Judicial le ponen límites entonces se estarán levantando contra la voluntad popular que es “sagrada”. Ahí aparece el concepto de “casta”. Para el populista, es todo aquél que no opine como él y ose manifestar públicamente su disidencia.
La realidad es que en una República la voluntad popular no es sagrada. Una mayoría circunstancial no da derecho a violar los derechos individuales de una minoría. En una sociedad libre, el voto solo sirve para elegir a un administrador que temporariamente manejará la cosa pública, pero con poderes limitados.
El monopolio de la fuerza que se le otorga no puede ser utilizado para violar los derechos a la vida, la libertad y la propiedad. Por eso los populistas son enemigos de una sociedad libre. Porque el poder limitado les impediría explotar a un sector de la sociedad en beneficio de un grupo más amplio que le aporte mayor caudal de votos.
Lo primero que tiene que hacer el populista es romper el concepto de límite al gobierno para poder usar el monopolio de la fuerza y violar derechos individuales expoliando a aquellos que le van a financiar su permanencia en el poder, que no son otros que los contribuyentes.
El primer paso es generar lo que hoy se llama grieta: decir que determinado sector de la sociedad (al que se lo va a explotar impositivamente) es el culpable de que otros sean pobres. Con eso se crea el clima para iniciar la expoliación y justificar el uso del monopolio de la fuerza para violar los derechos de terceros.
Una vez abierta la puerta que permite usar el monopolio de la fuerza para violar los derechos individuales en nombre del bien común, ya no hay límites para el populista que termina transformándose en tirano. El comienzo la gente lo aplaude, pero a medida que van desapareciendo las inversiones, cae la producción, escasean los bienes y servicios a los que puede acceder la población y aumentan sus precios por el déficit fiscal debido mayor gasto público producto de la redistribución del ingreso, entonces el populista redobla sus críticas a los supuestos conspiradores y aumenta el enfrentamiento.
El camino que elige es decir que las cosas andan mal porque hay sectores que conspiran contra el modelo. Sectores ocultos que busca perjudicar al pueblo trabajador. Con esto justifican el aumento del uso de la fuerza para violar los derechos individuales, incrementan la presión impositiva, estableciendo controles, regulaciones, etc. El estado va adquiriendo un mayor control sobre la vida de los habitantes para, supuestamente, defenderlos de los enemigos.
Como el sector expoliado se va achicando porque huyen las inversiones, para sostenerse en el poder, el populista tiene que aplicar impuestos a sectores que antes no pagaban. Va ampliando el campo de expoliación impositiva hasta que llega un punto en que buena parte de la población siente el efecto del populismo y el balance de votos ganados y votos perdidos empieza a diluirse.
Cuando la crisis económica llega a límites insospechados y la ciudadanía ya no tolera más la situación puede ser tarde y queda presa del populista que se transformó en tirano. Pasó con los gobiernos de Perón de los 40 y 50, con Chávez y ahora con Maduro, por citar algunos ejemplos.
El tirano, que empieza como un simple populista, nunca anticipa su objetivo final de tiranía. No lo hizo Fidel Castro, ni Juan Domingo Perón, ni Hugo Chávez, ni tantos otros tiranos.
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