Argentina: Ni la tasa de interés ni el control policíaco son sustitutos de la disciplina monetaria
La semana pasada el Ministerio de Economía y el BCRA adoptaron una serie de medidas para tratar de frenar la suba del dólar libre marginal, como también los implícitos en las operaciones bursátiles con bonos y acciones, luego de haber acumulado el blue un salto de 33% en los últimos 30 días.
Se recurrió a allanar una casa de cambio; detener a dos chinos con USD 700 mil en las calles de Belgrano; inundar el microcentro con agentes de la AFIP y de la Policía Federal, de forma de espantar cualquier intento de operación no autorizada con moneda extranjera; y subir la tasa de interés de referencia del mercado.
En rigor, se buscó combatir la suba del dólar “blue” bajo la figura penal, como si comprar dólares constituyera un delito. Delito inventado por los gobiernos populistas, porque como el Banco Central bajo un régimen de control de cambios creciente y superado por la dominancia fiscal no puede producir una moneda de buena calidad, pretende que la población se quede con la moneda de mala calidad, so pena de ser tildado especulador o delincuente si fuera a refugiarse en la compra directa o indirecta de moneda extranjera.
La Ley de Gresham (acuñada en el siglo XIX por el economista británico Henry Dunning Macleod, en honor a su autor Thomas Gresham, en el S. XVI) sostiene que la mala moneda desplaza del mercado a la buena moneda. Esta ley es válida sólo si existe curso forzoso para la mala moneda.
Esto es, el Estado obliga al acreedor a recibir la moneda nacional como medio de pago. Por ejemplo, si José le vende algo a Pedro en dólares y éste quiere entregarle pesos a cambio, en caso de pleito judicial, la ley establece que José tiene que aceptar los pesos como forma de pago y al tipo de cambio oficial.
Es lo que ocurre en la Argentina, el peso tiene curso forzoso y, por lo tanto, el acreedor está obligado a recibirlos pesos como forma de pago, aunque haya pactado un contrato en dólares, euros u otra moneda. Es en este caso que funciona la Ley de Gresham.
Pero la ley de Gresham no funciona si no hay curso forzoso, porque al no estar obligado el acreedor a recibir la moneda mala (la menos aceptada) como forma de pago, automáticamente se produce el fenómeno inverso.
En ese caso, si el peso fuese de mala calidad, al competir con otras monedas, desaparecería solo del mercado. El Banco Central tendría que cerrar las puertas como emisor por falta de clientela, al igual que un restaurante que atiende mal a sus clientes, le sirve comida de mala calidad y a precios más altos que el de mercado.
El punto para resaltar es que el Gobierno pretende convencer a la población de que los dólares son del BCRA y el ciudadano solo tiene derecho a tener pesos. El argumento es que los dólares son para producir.
Poco tiempo atrás la vicepresidente, insólitamente, describió la crisis cambiaria casi culpando a los que toman café y comen chocolate, porque son productos que se importan y se pagan en dólares.
En los países normales, el que el que necesita dólares para importar insumos se los puede comprar a precio de mercado al que exporta o al que ingresa dólares para invertir. El Estado no tiene porqué intervenir, salvo que quiera asegurarse un tipo de cambio artificialmente bajo, para influir sobre el resto de los precios de la economía.
Y para asegurarse ese objetivo, no sólo dispuso a través de decisiones administrativas que comprar dólares más allá del cupo que autoriza es delito, sino que además obliga a los exportadores a entregarles sus dólares al BCRA a un tipo de cambio que es la mitad del que cotiza en el mercado libre, para luego vendérselo a un precio artificialmente bajo al que tiene que importar. Por eso faltan dólares y la actividad económica -productiva y comercial- tiende a paralizarse.
Lo cierto es que pretender frenar la inflación utilizando la policía en vez de la disciplina monetaria, no hace más que reflejar que el Gobierno se quedó en la prehistoria en materia de política de estabilización de precios.
El otro mecanismo al que recurrió para frenar la suba del dólar blue y aspirar a que la población se quede en pesos, fue la suba de la tasa de interés que anunció el directorio del BCRA que preside Miguel Pesce, de 118% a 133% anual a 28 días, equivalente a sendas tasas efectivas anual de 209,4% y 254,8%, respectivamente.
Es muy vieja esta estrategia y cada vez que se ha implementado fue un fracaso. Es que durante un tiempo puede funcionar la zanahoria de una tasa de interés alta en que el inversor especula con que en determinado plazo el tipo de cambio va a subir menos. Pero, en un país sin moneda, el inversor no compara tasa de interés versus inflación esperada, sino con la proyección del tipo de cambio.
Si el inversor espera que el dólar suba menos que la tasa, apuesta a quedar en pesos y llegado el momento, realizar la ganancia (carry trade). Justamente, cuando los inversores realizan la ganancia, el sistema tiende a ser explosivo porque la presión sobre el mercado de cambios se torna muy fuerte.
Eso ocurrió en 1989 cuando murió el Plan Primavera; en 1981 con el fin de la tablita cambiaria de Martínez de Hoz; y con las Lebac en 2018.
El rol del especulador
El ministro Sergio Massa dijo que iba a meter preso a los que especulan en el mercado de cambios. En rigor especular no es otra cosa que optar entre una o varias opciones, sin estar absolutamente seguro de que la opción elegida va a resultar ganadora.
Todos especulamos. Massa especula con ser presidente. Pedro especula si le conviene comprar una propiedad ahora o más adelante. José especula con poner una heladería en un barrio o en otro. La incertidumbre forma parte de la economía y especular entre una opción u otra es lo que hacemos todos los días cada uno de nosotros, unos para comprar y otros para vender.
Mostrar la especulación como un delito es típico discurso populista que se esgrime cuando las medidas demagógicas ya no dan resultado, porque naturalmente, siempre tienen vuelo corto.
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