Justicia social justa
La Razón, Madrid
Los liberales, al menos desde Hayek, recelan de la llamada justicia social, porque avala masivas incursiones del poder contra los derechos y las libertades de las mujeres y los hombres. No por casualidad, el peronismo en mi Argentina natal se llama Justicialismo, y la pasión antiliberal por usurpar la propiedad de los ciudadanos con la excusa de una «justa redistribución» es cultivada por los socialistas de todos los partidos.
Sin embargo, la noción de justicia social es imprecisa, y en su polisemia cabe encontrar una acepción que sea realmente justa. Lo hace el profesor James Otteson en un libro reciente que es en líneas generales muy crítico con la justicia social, y la considera, en la línea de Hayek, como un engañoso espejismo –R.M.Whaples, M.C.Munger y C.J.Coyne eds., Is Social Justice Just?, The Independent Institute, 2023–.
La justicia social, arguye Otteson, puede ser justa si la entendemos como la remoción de obstáculos para que todos puedan ganarse la vida, sin exclusiones, en igualdad ante la ley. Como somos limitados, los seres humanos conseguimos lo que deseamos cooperando con otras personas, «lo que requiere que pensemos no solo en nuestros deseos y necesidades, sino también en los de los demás». Es la vieja tesis de Hume y Smith: somos sociales porque cooperamos, nos agrupamos y refinamos en ciudades y comunidades comerciales, y nos interesa que los demás prosperen, porque nos beneficia a todos.
Con la expansión del mercado hay más riqueza y más oportunidades para más personas. ¿Y la desigualdad? Otteson se centra en sus condiciones: «las desigualdades en la riqueza surgen a un nivel que demanda reparación política solo cuando se combinan con una autoridad que fuerza a los demás a elegir contra su voluntad». Eso es injusto, pero «la desigualdad de por sí es inerte hasta que se junta con un aparato coercitivo». De ahí la importancia de que no haya obstáculos para el progreso de las personas, que pueden ser formales (normas, leyes) o informales (prejuicios, costumbres).
La seña de identidad del mercado y el comercio, al revés que la política, es que no obligan a la gente a pagar, lo que para Otteson es «quizá el derecho más importante que debe salvaguardar la justicia social, el derecho a decir que no a cualquier persona, por más rica o privilegiada que sea, y a cualquier oferta, propuesta, requisito o demanda».
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