Nuestro recurrente tormento nacional de cambiar los relojes hacia adelante y hacia atrás continúa ocurriendo
El original en idioma inglés fue publicado el 10/03/24 en The Hill y puede leerse aquí.
La mayoría de los estadounidenses, excepto aquellos que residen en Arizona y Hawái, probablemente se despertaron hoy sintiéndose cansados. A las 2 de la madrugada del domingo, perdieron una hora de sueño cuando los relojes se adelantaron nuevamente.
Cada año, el horario de verano (conocido por su sigla en inglés DST, por Daylight Saving Time) regresa como una pesadilla de ojos enrojecidos y mentes confundidas en 48 estados.
A principios de noviembre pasado, la gente (o sus dispositivos inteligentes) retrasaron diligentemente una hora sus relojes. El horario de verano llegaba a su fin, teóricamente recuperando el sueño «perdido» en la primavera anterior (aunque sabemos que no es así en realidad), y se restableció la hora estándar. Apenas cuatro meses después, volvimos a perder una hora de sueño.
¿Por qué los estadounidenses continúan tolerando este absurdo dos veces al año?
Durante años he estado en contra del ritual semestral de adelantar y atrasar la hora, especialmente debido a la pérdida de productividad que se produce cuando la gente se ve obligada a adaptarse abruptamente a un cambio horario en una dirección u otra. Sin embargo, también hay otras consecuencias negativas a considerar.
En los días inmediatamente posteriores al cambio al horario de verano o al regreso a la hora estándar, los investigadores han observado un incremento en los accidentes de tránsito, que incluyen lesiones a peatones y daños a buzones y otras propiedades causados por conductores distraídos. Además, aumentan los accidentes laborales.
Estos efectos ya son lo suficientemente negativos, pero el impacto adverso del horario de verano en la salud y el bienestar humano, según la Escuela de Salud Pública Bloomberg de la Universidad Johns Hopkins y otras instituciones, es aún más preocupante.
En resumen, el horario de verano crea una discrepancia entre la hora solar y la hora del reloj. Los relojes corporales internos de los humanos y otros mamíferos (conocidos como ritmos circadianos) se ajustan mediante la exposición a la luz solar, idealmente al principio del día. El horario de verano altera nuestros relojes al desplazar la luz solar hacia el final del día. Esta alteración es responsable de más visitas a las salas de urgencia por infartos de miocardio, accidentes cerebrovasculares, trastornos del estado de ánimo y otros riesgos para la salud, especialmente entre las personas mayores.
El horario de verano ha sido una idea problemática desde su implementación durante la crisis del petróleo en la década de 1970. El presidente Richard Nixon lo promocionó como una medida para ahorrar energía, pero su efectividad en ese aspecto siempre ha sido cuestionable. De hecho, diversas investigaciones sugieren lo contrario: que el horario de verano aumenta el consumo de energía.
A veces se sostiene que la idea del horario de verano surgió de Benjamin Franklin. Sin embargo, si su propuesta era conservar las velas desplazando la luz solar hacia er final del día, cuando la gente regresaba a casa del trabajo, no debió tomarse en serio.
Medio siglo más tarde, el economista Frédéric Bastiat, en su célebre y satírica «Petición de los fabricantes [franceses] de velas» (1845), ironizaba al pedir «una ley que obligara a cerrar todas las ventanas, tragaluces, pantallas, contraventanas, postigos, cortinas, cuarterones, claraboyas, persianas», a fin de evitar la competencia «ruinosa» del sol.
El horario de verano no prolonga la duración de la luz solar en verano ni en ninguna otra estación del año. Cualquier beneficio que pueda generar para las tiendas minoristas u otros grupos de interés especial que lo apoyen queda eclipsado por los costos económicos y fisiológicos impuestos por el DST al resto de nosotros.
El horario de verano durante todo el año no puede ser adoptado por ninguna legislatura estatal sin el consentimiento del Congreso de los Estados Unidos. Sin embargo, los estados son libres de unirse a Arizona y Hawái en la adopción permanente de la hora estándar, poniendo fin a la locura de adelantar los relojes el segundo domingo de marzo, solo para hacerlos retroceder nuevamente el primer domingo de noviembre.
Traducido por Gabriel Gasave
El autor es consejero de investigación distinguido e Investigador Asociado Senior en el Independent Institute, catedrático J. Fish Smith de Elección Pública en la Utah State University, ex presidente de la Public Choice Society y de la Southern Economic Association, y editor del libro de Independent Taxing Choice.
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