El peor enemigo de la riqueza de un país es la expoliación fiscal
Mientras el gobernador Axel Kicillof aumenta hasta 500% el Inmobiliario Rural, el presidente Javier Milei cuenta en su haber la suba del Impuesto PAIS de 7,5% a 17,5% sobre las importaciones; quiere aumentar el Impuesto a las Ganancias e, inicialmente, propuso incrementar los derechos de exportación para los derivados de la soja y extenderlo a todos los productos que se exportan.
En otras palabras, la voracidad fiscal se da en las provincias y en la nación, a pesar de los discursos de campaña, que son tan contradictorios como cuando el expresidente Alberto Fernández dijo que con lo que se iba a ahorrar de los intereses de las Leliq iba a aumentar las jubilaciones.
En la Argentina, tanto el Estado nacional como los provinciales y municipales se sienten con derecho a cobrar hasta el último peso de impuestos, pero no tienen el mismo celo a la hora de controlar la dilapidación de los recursos de los contribuyentes, evitando el despilfarro y la corrupción.
Una vez más conviene recordarles a los entes recaudadores que la carga tributaria que debe afrontar el contribuyente proviene de tres niveles: 1) Nación, 2) provincias, y 3) municipios.
El habitante de la Argentina tiene que destinar parte de su trabajo a financiar estos tres niveles de gobierno y, por cierto, el costo de mantener estas estructuras burócratas es fenomenal y equivale a seis meses de trabajo de la gente: la mitad del año se trabaja para el Estado y la otra mitad para nosotros.
Según el último dato informado por el Ministerio de Economía, el gasto consolidado se reparte como muestra el gráfico:
Gran parte del gasto lo hace la Nación, pero otra parte importante corresponde a las provincias y, en menor medida, a los municipios.
Lo que un gobierno tras otro parece no entender es que el sistema tributario es impagable por el nivel de carga que establece sobre los contribuyentes.
Si bien algunos funcionarios reconocen la existencia de impuestos confiscatorios que deben afrontar los ciudadanos, siempre salen con la misma cantinela: “una vez que bajemos la evasión y todos paguen, entonces podremos bajar los impuestos”. O, cuando la economía crezca, se recaude más y las cuentas públicas estén equilibradas, se van a bajar los impuestos.
La realidad es que con este nivel de carga tributaria difícilmente la economía vaya a crecer porque espanta cualquier inversión y por lo tanto aleja cualquier crecimiento.
Grueso error de estrategia
Primero hay que hacer una profunda reforma del sistema tributario para hacerlo pagable y luego salir a controlar la evasión. Si el sistema tributario global es impagable, jamás se va a poder controlar el incumplimiento.
Es más, el mismo Estado, aplicando el sistema tributario vigente, está creando las condiciones para incentivar la evasión, porque si la presión fiscal es muy alta, el premio por no pagar también lo es. Pero además, debe proveer bienes públicos acordes.
¿Acaso en la provincia de Buenos Aires hay tanta seguridad, salud y educación pública como para que el gobernador Kicillof se sienta moralmente limpio para exigir un estricto cumplimiento en el pago de los impuestos? Los gobernantes creen que es posible separar una cosa de la otra.
Sería bueno formularle a un funcionario público las siguientes preguntas:
- ¿Qué haría usted si viviera en un departamento y el administrador le cobrara las expensas, pero el ascensor no funcionara, los pasillos estuvieran sucios y la escalera no tuviera luz?
- ¿Pagaría igualmente las expensas puntualmente todos los meses si, ante sus reclamos, el administrador siguiera sin arreglar el ascensor, sin poner luz en la escalera y sin hacer limpiar los pasillos?
En la Argentina, muchos contribuyentes tienen que pagar dos veces por servicios que no recibe del Estado como seguridad, salud o educación, porque debe acudir a un privado.
La realidad es que los contribuyentes son obligados a pagar impuestos para, básicamente, sostener aparatos políticos, los llamados planes sociales y los ñoquis que existen en el Estado.
Se ha vuelto a ser un virreinato en el cual la corona expolia a los súbditos para sostener sus cortes. Luego de casi 208 años de independencia, no hemos podido liberarnos de ese tipo de tiranía. Lo único que se consiguió fue cambiar de tiranos.
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Como dice Juan Bautista Alberdi en su libro “Sistema Económico y Rentístico de la Confederación Argentina según su Constitución de 1853″: “Hasta aquí el peor enemigo de la riqueza del país ha sido la riqueza del fisco. Debemos al antiguo régimen colonial el legado de este error fundamental de su economía española. Somos países de complexión fiscal, pueblos organizados para producir rentas reales. Simples tributarios o colonos, por espacio de tres siglos, somos hasta hoy la obra de ese antecedente, que tiene más poder que nuestras constituciones escritas. Después de ser máquinas del fisco español, hemos pasado a serlo del fisco nacional: he ahí toda la diferencia. Después de ser colonos de España, lo hemos sido de nuestros gobiernos patrios: siempre estados fiscales, siempre máquinas serviles de rentas, que jamás llegan, porque la miseria y el atraso nada pueden redituar”.
Y agrega unos párrafos más adelante: “El moderno régimen está en nuestros corazones, pero el colonial en nuestros hábitos, más poderosos de ordinario que el deseo abstracto de lo mejor”.
Han pasado 170 años desde que Juan Bautista Alberdi escribiera el Sistema Económico y Rentístico y seguimos siendo un país de complexión fiscal.
Somos máquinas serviles de rentas. Después de ser máquinas del fisco español, hemos pasado a serlo del fisco populista. En nombre de la santa recaudación impositiva se violan los derechos más elementales de los ciudadanos.
Y el que no acepta ser tratado como un esclavo al cual se le confisca casi todo lo que produce y uno se revela contra esa violación de los derechos individuales, resulta que el que viola los derechos individuales (el Estado) se pone en acusador y el esclavo que se rebela contra la opresión del estado populista es acusado de evasor impositivo y de no tener sentido de la solidaridad porque, según el discurso de moda, nos esclavizan en nombre de la solidaridad social y del equilibrio fiscal.
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